Cierre
Enseñarle yoga a un elefante
«Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén».
—Juan, 21:25
¿Es posible, realmente, enseñarle yoga a un elefante? La verdad es que no, pero es que estamos hablando de Jesús. Nadie sabe lo que era capaz de hacer.
El libro que acabáis de leer es un relato. Me lo he inventado yo. No está pensado para cambiar las creencias de nadie, ni su visión del mundo, a menos que, tras leerlo, hayáis decidido ser más bondadosos con vuestros congéneres (lo que estaría bien), o hayáis decidido que os interesaría enseñarle yoga a un elefante, en cuyo caso, os pido por favor que lo grabéis en vídeo.
Para escribir CORDERO investigué, de veras lo hice, pero no hay duda de que podría haberme pasado decenios investigando y, aun así, haber cometido errores. (Es un don que tengo, ¿qué queréis que le haga?). Aunque he intentado trazar un relato preciso del mundo en que vivió Cristo, he modificado cosas para que se ajustaran a lo que a mí me convenía, y además, a veces, claro está, resulta imposible saber qué condiciones se daban entre los años 1 y 33.
La historia escrita que disponemos sobre la clase campesina, la sociedad y la práctica del judaísmo durante el siglo I en Galilea no tarda en mezclarse con la teoría. El papel de los fariseos en la sociedad rural, la influencia helenística, la de una ciudad internacional cercana, como era Joppa… ¿Quién sabe cómo habrían influido esos aspectos en Cristo cuando era niño? Hay historiadores que defienden que Yeshua de Nazaret habría sido poco más que un paleto ignorante, mientras que otros afirman que, precisamente, la proximidad de Séforis y Joppa podría haberlo expuesto a la cultura grecorromana desde una edad temprana. Yo he optado por esta última opción, porque me resultaba más atractiva para el relato.
La vida histórica de Jesús, más allá de un par de referencias que da Josepphus, el historiador judío del siglo I, y de las escasas menciones de los historiadores romanos, es, una vez más, y en su mayoría, solo especulación. Lo que podemos saber hoy de la vida de Jesús de Nazaret aparece en los cuatro breves evangelios recopilados en el Nuevo Testamento: los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Aquellos lectores que los conozcan sabrán que Mateo y Lucas son los dos únicos que mencionan el nacimiento de Cristo, mientras que Marcos y Juan cubren solo la parte de su vida dedicada a su ministerio. Los reyes magos aparecen solo en un breve pasaje de Mateo, y los pastores se mencionan solo en Lucas. La matanza de los inocentes y la huida a Egipto están solo en Mateo. En resumen, que sobre el nacimiento de Jesús existe poca información, pero lo de la crónica de su infancia es todavía peor. Del periodo de la vida de Cristo que va de su nacimiento al inicio de su ministerio, la Biblia nos proporciona solo una escena: Lucas nos cuenta que Jesús enseñaba en el templo de Jerusalén a la edad de doce años. Exceptuando ese dato, existe un vacío de treinta años en la vida del ser humano más influyente que ha caminado jamás sobre la tierra. Con CORDERO, a mi manera, y con mis tonterías de siempre, he intentado llenar ese vacío histórico, pero, claro, no es mi intención presentar los hechos tal como debieron haber sido en realidad, sino que he pretendido, simplemente, contar una historia.
Algunos de los elementos históricos de CORDERO resultan incómodos para la mente moderna. Así, de pronto, se me ocurre la cuestión de la precocidad sexual. Que Magda hubiera estado prometida a los doce años, y casada los trece es casi seguro por lo que sabemos de la sociedad judía del siglo I, como lo es el hecho de que un niño judío de la época estuviera aprendiendo ya su oficio a los diez años, se prometiera a los trece, y a los catorce ya estuviera casado. Intentar otorgar credibilidad en sus papeles de adulto a quienes nosotros, hoy en día, consideraríamos niños, ha sido una de mis principales preocupaciones mientras escribía esos capítulos del libro, pero a la vez puede tratarse de la parte de la novela en que la sexualidad de los personajes no esté, históricamente hablando, fuera de lugar. El campesino medio en Galilea vivía, con suerte, cuarenta años, por lo que tal vez los niños, por pura necesidad, alcanzaban la madurez sexual antes de lo que la habrían alcanzado bajo unas condiciones menos adversas.
Aunque estoy seguro de que existen muchas inexactitudes históricas y aspectos poco probables en mi novela, la más flagrante que, conscientemente, he incluido ha sido la parte en que Colleja y Joshua conocen a Gaspar en China. Si bien es cierto que Gautama Buda vivió y enseñó unos quinientos años antes del nacimiento de Cristo, y si bien lo es también que sus enseñanzas ya estaban bastante esparcidas por la India en la época en que nuestros héroes pudieron haber viajado a Oriente, el budismo no llegó a China hasta casi quinientos años después de la muerte de Jesús. Los monjes no habrían desarrollado las artes marciales hasta un periodo posterior, pero para mantener el rigor histórico, debería haber dejado en el aire, sin responder, una cuestión trascendental, que es: «¿Y si Cristo hubiera sabido kung-fu?».
La vida de Gaspar, tal como se describe en CORDERO (los nueve años pasados en una cueva, etcétera), está extraída de las leyendas de la vida del patriarca budista Bodhidharma, el hombre que se cree que llevó el budismo a China hacia el año 500 d. C. A Bodhidharma (o Daruma) se le atribuye el mérito de haber creado la escuela budista que hoy conocemos como zen. La leyenda budista no refiere que conociera al yeti, pero sí que se cortó los párpados para no quedarse dormido, y que los arrojó a unas plantas de té, que posteriormente los sacerdotes calentarían en infusión para mantenerse despiertos durante la meditación (algo que yo no he usado), de modo que intercambié esa historia por la del abominable hombre de las nieves, y por la teoría de la selección natural de Colleja. Me pareció que era justo. También se dice que Bodhidharma inventó el kung-fu y lo enseñó a los célebres monjes Shao Lin, para que sus condiciones físicas mejoraran y ello les permitiera soportar mejor las sesiones de meditación que les recetaba.
Casi todos los detalles de la festividad de Kali, incluidos los sacrificios y las mutilaciones, están tomados de la obra Oriental Mythology, de Joseph Campbell, concretamente de su serie «Masks of God». Campbell cita a soldados británicos como testigos presenciales de los ritos sangrientos que tenían lugar durante el siglo XIX, y asegura que, incluso hoy en día, más de ochocientas cabras son decapitadas durante el festival de Kali en Calcuta. (Si alguien se ha sentido molesto con ese capítulo, que proteste por escrito a Campbell en su actual reencarnación).
Los versículos citados de los Upanishads y el Bhagavad Gita son traducciones reales de esos textos venerados. Los del Kama Sutra, en cambio, proceden enteramente de mi imaginación, aunque en el libro real encontraréis cosas aún más raras.
Teológicamente, he presupuesto ciertas cosas sobre quién era Jesús, principalmente sobre quién dicen los Evangelios que era. Y aunque los he usado profusamente en mis referencias, y aunque hay un par de menciones a los Hechos de los Apóstoles (sobre todo al don de lenguas, sin el que Colleja no habría podido contar esta historia en argot moderno), he intentado no basarme en el resto del Nuevo Testamento, sobre todo en las Epístolas de Pablo, Pedro, Jaime y Juan, ni en el Apocalipsis, escritos todos años después de la Crucifixión (lo mismo que los Evangelios). Esas cartas acabarían definiendo el cristianismo, pero sea lo que sea lo que uno piense de ellas, hay que aceptar que Jesús no habría tenido conocimiento de las mismas, ni de los hechos en ellas referidos, ni sin duda de las consecuencias de sus enseñanzas, por lo que no he querido que tuvieran presencia en mi historia. Joshua y Colleja, en cambio, como muchachos judíos, sí habrían estado familiarizados con los libros del Antiguo Testamento. Los primeros cinco de ellos constituían la base de su fe, la Tora, y la gente de la época llamaba al resto Profetas y Escritos. Por ello, cuando me ha parecido oportuno, sí he recurrido en mi relato a todos esos textos. Por el contrario, según tengo entendido, el Talmud y gran parte de los midrash (historias ilustrativas que explican la ley de Dios) todavía no se habían formulado ni consensuado, por lo que no los he usado como referencia para CORDERO.
De los Evangelios Gnósticos (una serie de manuscritos hallados en Nag Hammadi, Egipto, en 1945, pero que podrían haber sido escritos antes que los Evangelios Canónicos), me he basado solo, y escasamente, en el Evangelio de Tomás, un libro de dichos de Cristo, porque coincidía bastante con el punto de vista budista (la mayoría de los dichos del Evangelio de Tomás figuran también en el de Marcos). El resto de Evangelios Gnósticos resulta, bien demasiado fragmentario, bien, francamente, demasiado siniestro (en el Evangelio de la Infancia, Tomás relata que Jesús, a los seis años, usó sus superpoderes para asesinar a un grupo de niños que se metían con él. Una especie de Carrie en Nazaret. Ni yo podía usar algo así).
CORDERO está salpicado de referencias bíblicas, tanto reales como inventadas. (Colleja cita a su antojo libros de la Biblia que no existen, a saber: Dálmatas, Secreciones, y Anfibios). Mi editor y yo nos planteamos la conveniencia de incluir pies de página para esas citas, y finalmente decidimos que estos restarían agilidad a la lectura. Con todo, el problema radica en que, si el lector o la lectora conoce la Biblia lo bastante como para reconocer las referencias reales, es posible que este o esta haya optado por no leer este libro. Nuestra decisión final (bueno, la mía, la verdad es que a mi editor no se lo consulté, porque quizá se hubiera negado) ha sido la de recomendar a quienes no están tan familiarizados con la Biblia que busquen a alguien que sí lo esté, que se sienten con él, que les lean los pasajes en cuestión y que les pregunten: «¿Esto existe en realidad?». Si no conocen a nadie que conozca bien la Biblia, que no se preocupen, que tarde o temprano alguno llamará a su puerta. Comprad varios ejemplares de CORDERO para que quienes se presenten se los puedan llevar.
Otro problema a la hora de contar una historia que se ha contado tantas veces es que la gente busca elementos que reconocer. Y aunque he recogido muchos de los hechos que aparecen en los Evangelios, existen numerosos datos que mucha gente da por sentados y que, sencillamente, no son ciertos. Uno de ellos es que María Magdalena era prostituta. Siempre se la representa así en las películas, pero no hay ni un solo pasaje en la Biblia en que se diga que lo fuera. Se la menciona, dando su nombre, once veces exactamente en los Evangelios Sinópticos (los de Mateo, Lucas y Marcos). La mayoría de referencias tratan de sus preparativos para el entierro de Jesús, y del hecho de que fuera la primera testigo de su resurrección. También se dice que Cristo la curó de los malos espíritus. De que fuera puta no dice nada. Punto. Marías sin apellido salpican todos los Evangelios, y algunas de ellas, sospecho yo, se refieren a la Magdalena, sobre todo la María que, poco antes de la muerte de Jesús, aplica sobre los pies de este un ungüento caro, que le seca con sus propios cabellos, uno de los episodios más tiernos, sin duda, de los textos los apóstoles, y la base principal a partir de la que he trazado el personaje de Magda. A partir de textos epistolares sabemos que muchos de los dirigentes de la iglesia primitiva eran mujeres, pero en el Israel del siglo I, una mujer que se desenvolviera sola, sin esposo, no solo se consideraba una desgraciada, sino que era más que susceptible de ser considerada «ramera» (lo mismo que sucedía con las mujeres divorciadas). Tal vez ese fuera el origen de su mito.
Otra interpretación errónea del Evangelio es que los tres reyes magos eran, en efecto, reyes. Lo creemos así porque fueron tres los regalos que llevaron al Niño Jesús. En realidad, sus nombres no se mencionan nunca. Los de Baltasar, Gaspar y Melchor provienen de la tradición cristiana escrita cientos de años después de la época de Cristo. Suponemos que José de Nazaret, padrastro de Jesús, muere antes de la crucifixión, aunque eso es algo que no se explica en los Evangelios. Tal vez, sencillamente, se mantuviera al margen en aquellos momentos. Damos por sentadas cosas basándonos en lo que hemos visto y oído año tras año en los pesebres y las pasiones vivientes, pero, con frecuencia, aunque inspirados en la fe, esos materiales son poco más que lo que acabáis de leer; el producto de la imaginación de alguien. Los Evangelios no concuerdan en el orden de los acontecimientos que tienen lugar durante el ministerio, desde el bautismo de Jesús por parte de Juan hasta la crucifixión, de modo que yo he bebido de todos y los he combinado en el orden que me parecía más lógico, cronológicamente, además de añadir aquellos elementos que permitieran la participación de Colleja en la historia. Hay, claro está, elementos de los Evangelios de los que he prescindido en aras de la brevedad, pero en ellos los encontrarán quienes sientan interés por conocerlos.
El hecho de enviar a Oriente a Joshua y a Colleja vino motivado puramente por el desarrollo del propio relato, y no a partir de ninguna base evangélica, ni de ninguna prueba histórica. Aunque existen, sin duda, asombrosas similitudes entre las enseñanzas de Jesús y las de Buda (por o hablar de las de Lao Tzu, Confucio y la religión hindú que, en todos los casos, parecen incluir variantes de lo «regla de oro»), es más probable que dichas similitudes nazcan más de lo que, en mi opinión, son las conclusiones lógicas y morales con las que se encontraría cualquier persona que fuera en busca de la virtud. Por ejemplo; que la vía preferible para tratar a otros es el amor y la bondad; que la búsqueda de lucro material acaba resultando vacía cuando se compara con la eternidad; y que, de algún modo, en tanto que seres humanos, estamos conectados espiritualmente. Sí bien historiadores y teólogos no descartan del todo la posibilidad de que Cristo hubiera viajado a Oriente, parecen coincidir en que pudo formular las enseñanzas que encontramos en los Evangelios sin más influencias que las de las enseñanzas rabínicas que tuvo en Galilea y en Judea. Pero ¿dónde quedaría entonces la diversión?
Finalmente, decir que esta historia está ambientada en unos momentos muy difíciles, «una época de muerte» y desgracias, y el mundo de los judíos en el siglo I, bajo dominio de los romanos, no debió de ser inspiración fácil para la alegría. Es más que un pequeño anacronismo representar a Joshua divirtiéndose y burlándose, pero, de alguna manera, me gusta pensar que mientras llevaba a cabo su misión sagrada, Jesús de Nazaret pudo haber disfrutado con cierto sentido de la ironía, así como de la compañía de un amigo del alma divertido. Esta historia no pretende, ni ha pretendido nunca, ser un desafío para la fe de nadie. Con todo, si la fe de alguien se tambalea con las historias que se cuentan en una novela humorística, tal vez es que a ese alguien le convenga rezar un poco más.
Quiero dar las gracias a las muchas personas que me han ayudado a investigar y a escribir este libro, sobre todo a los que se han mostrado lo bastante generosos como para compartir sus creencias sin juzgar ni condenar.
Se las doy a Neil Levy, a Mark Joseph, al profesor William Sundog Berseley, a Ray Sanders, y a John Campbell el Hereje, por su asesoría en religión, filosofía e historia. A Charlee Rodgers por soportar mis ataques, sobresaltos, lamentos y arrogancia durante el proceso de escritura, así como a Dee Dee Leichfuss por sus lecturas y comentarios. Agradezco especialmente a Orly Elbaz que fuera mi guía turística por Israel, y que demostrara una paciencia infinita a la hora de responder mis puñeteras preguntas históricas. Y doy también las gracias a mi agente, Nick Ellison, y a mi editor, Tom Dupre, por su paciencia, tolerancia y consejos.
Christopher Moore
Big Sur, California
Noviembre de 2000