Capítulo 8

—¡Ha vuelto a hacerlo! —dijo Clive caminando como un animal enjaulado—. Quiero decir que con una vez es suficiente, pero si cree que lo va a poder hacer en cada actuación… no voy a tolerarlo. Lo tengo decidido. Bueno… —dijo débilmente—, aparecerá, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo Ben.

Alia no había llegado, pero se quedó mirando la puerta.

El club Hot Spot era el único lugar en Borsley de vida nocturna para los menores de veinticinco años y para los que podían pasar por diecisiete. Ocupaba la primera planta, encima de la sala de exposiciones de la gasolinera; casi todas las ventanas estaban pintadas de manera que cuando las iluminaban desde dentro se coloreaban de rojo, azul y verde. Nadie salía de noche por el barrio, así que podíamos hacer un poco más de ruido que de costumbre sin que los vecinos se quejasen. Solía utilizarse como discoteca por la noche, pero si se quería ver Borsley, ese era el lugar adecuado, aunque a mí no me gustaba.

—Fue en aquel ensayo, ¿verdad? —Dijo Clive—. Menudo lío. ¿Alguien la ha visto desde entonces? ¿En el colegio? —miró a Dee, pero la chica se encogió de hombros.

—Quizá —dijo sin pensar—. No sé dónde se puede haber metido los últimos días. Nunca se queda a comer.

Se levantó irritada por decimoquinta vez a comprobar la puerta.

Ben se acercó a mí.

—Es por lo de anoche, ¿verdad?

—¿Cómo? —dijo Clive bruscamente—. ¿Anoche? ¿Así que estuvisteis ensayando? ¿Sin contar conmigo? ¿Lo has oído, Geek?

—No —dijo Ben—. La vimos en la ciudad, eso es todo.

—¿Ah, sí? Y no le dais importancia… Si os interesa saber mi opinión, os diré que hay demasiados secretos en este grupo.

—¿A qué te refieres…? —empezó a decir Ben, pero la puerta se abrió de golpe.

Era Alia, vestida de negro, con una capa negra que se agitó al pasar. Estaba pálida y tensa. Seguramente furiosa o a punto de llorar. Sin mediar palabra desapareció entre bastidores. Dee fue tras ella.

—¿Qué pasa? —dijo Ben—. ¿Qué le habéis dicho?

Dee protestó.

—No he sido yo. Han sido Natalie, Tracy y ese grupo de chicas del colegio que siempre están presumiendo con sus estúpidos novios. Nunca les gustó Alia… —Dee trató de quitarle importancia—. Se reían, sin decir nada, cuchicheaban, ya sabéis, como suelen hacer las chicas.

—¿Qué hizo Alia?

—Nada —dijo Dee—. Adoptó una actitud muy extraña. En el colegio les habría dicho cualquier cosa, algo inteligente, aunque le hubiese dolido. Pero no dijo nada. Se limitó a seguir avanzando… con gesto severo.

—Entonces ve a tranquilizarla —dijo Clive—. Se supone que estamos a punto de empezar. Ahora.

—Lo siento, pero yo no quiero hacerlo —dijo Dee moviendo la cabeza.

Ben se levantó.

—Sabía que lo harías —dijo Dee, enfadad.

—Iré a ver qué pasa —dije.

Alia no se movió cuando me acerqué a ella, aunque me había oído. Estaba preparada para salir al escenario.

—¿Y los demás? —dijo imperturbable—. El pinchadiscos empieza a impacientarse.

Nos… tenías preocupados —dije—. ¿Estás bien?

—Se supone que ya deberíamos haber salido —dijo con voz inquieta—. Diles que estoy esperando.

—De acuerdo —dijo—. De acuerdo; tú mandas.

Tuvo que ser el Contax donde salió el artículo en el que hablaban del grupo: el Hot Spot estaba totalmente lleno. Había una extraña combinación de gentes, pues los rumores habían atraído a jóvenes de fuerza de Borsley. Los tipos eran de lo más diverso, en un rincón había un grupo con cazadoras de cuero, neo—hippies en otro lugar, tipos que desvariaban, otros con su equipo de combate que parecían haber saltado de un convoy. También había muchachos de la ciudad, las Traceys y las Natalies con sus novios que se habían acercado a ver qué sucedía. La mayoría llegó con un paquete de seis latas de cerveza en la mano. Formaban una mezcla explosiva y el pinchadiscos no sabía qué música poner. No había duda de que estaba deseando que el grupo empezara cuanto antes. Sintió un gran alivio cuando les vio aparecer.

—Ahí están, chicos —dijo quitando la música—. Habéis leído lo que se escribe de ellos en los periódicos. El Contax dice que son lo mejor desde que se inventó el pan en rebanadas. Debo deciros que hasta hace un par de meses no había oído hablar de ellos, pero estoy completamente convencido de que habéis venido hasta aquí porque esperáis encontrar algo muy especial, por eso os pido que aplaudáis para darles la bienvenida. ¡Impacto! —añadió dejando de sonreír y esfumándose.

No sé cómo lo consiguió Alia. Todo lo que vi fue a Alia salir y quedarse de pie, quizá lo hizo más lentamente que en otras ocasiones o quizá era la forma de mirarles; sin expresión en el rostro, ni siquiera una leve sonrisa de disculpa. Las chicas que se habían burlado de ella soltaron unos cuantos silbidos y algunos vivas burlones. Pero, muy despacio, ella se volvió para mirarlos y se callaron. Logró que todos guardasen silencio. Un silencio que se prolongó durante el tiempo que ella quiso. Ben se estremeció a causa de la tensión, pero no podía moverse. Entonces Alia agitó un poco la cabeza, la movió arriba y abajo y todos volvieron a la vida, como si hubiera pulsado un interruptor. A Geek siempre le gustaba empezar con un buen UnoDosTres…, pero entraron de golpe, como si hubiera saltado desde un precipicio. Y volaron.

—Mírala… —me susurró Dee desde atrás.

Alia avanzó hacia el micrófono, dejó que su negra capa se deslizara de sus hombros hasta que le rodeó los pies como si fuera una masa de espuma negra. Iba de negro de arriba abajo, con un vestido muy ajustado y recto hasta los tobillos, pero llevaba sus delgados y pálidos brazos al descubierto. No estaba muy seguro de que el resto de su cuerpo, cubierto de negro, estuviera allí.

—Vamos, ¡mírala! —repitió Dee—. ¿Quién se cree que es?

Creo que no contesté. Observaba los dedos de Alia agarrando el micrófono con tanta fuerza que los nudillos se le marcaban excesivamente. Si dejara de apretar, recuerdo que pensé, desaparecería.

No sé muy bien qué sucedió en las primeras canciones. Ni siquiera si Alia cantó bien. En una o dos ocasiones Dee silbó débilmente cuando Alia quiso dar unas notas demasiado altas, por eso sé que no todo salió a la perfección, pero en general la actuación fue muy buena. El sonido resultaba arriesgado. A veces parecía que Alia sentía dolor y otras como si pudiera herir a quien se le acercara.

El ensayo fue mucho mejor. Por ejemplo, los solos de Ben… Alia no apartaba la vista de él cuando tocaba. Ben es buen músico, o al menos eso piensan sus profesores, pero él es el primero en reconocer que su música no es violenta en absoluto. Es algo que no se permite. De pronto lo intentó, y sus dedos se movieron y llegaron a lo más alto que jamás hubiera pensado que llegarían. Cuando pasaron a la siguiente estrofa, él estaba todavía en lo más alto, como si intentara rizar el rizo. Alia miró a Clive a los ojos, asintió con la cabeza y lo repitieron una y otra vez, hasta que Ben encontró el camino de regreso a la tierra. Hubo aplausos como los que se oyen ante una buena carrera de tablas en una playa de surfistas.

Antes de que el sonido se apagara, Alia elevó los brazos. Clap—clap—clap… Insinuó un sí al operador de luminotecnia del fondo del salón, y aunque no le dirigió la palabra, la entendió. Apagó las resplandecientes luces de colores, y las únicas luces que quedaron encendidas en la sala fueron las que caían sobre el grupo y la de la SALIDA DE INCENDIOS sobre la puerta. El público era una marca de sombras que se desplazaba hacia delante y hacia atrás. Los aplausos seguían el ritmo que ella imponía, ritmo que después marcó golpeando con el pie. Entonces la multitud la imitó hasta que temblaron las vigas del suelo. Me recordaron las historias en las que un regimiento debía cruzar un puente marcando e paso, y, aunque el local se había construido con hormigón, habría jurado que sentí que se movía. Bum—bum—bum… Alia hizo un gesto afirmativo a Clive y él la siguió, acompañándola con un acorde. Alia hizo la misma seña a Geek, pero, como ya había llegado demasiado lejos y no estaba preparado, no hizo caso. Geek había llegado demasiado lejos. Dejó las baquetas y se cruzó de brazos.

Antes de que nadie pudiera hacer algo para detenerla, Alia cogió el tambor más próximo y se puso a tocarlo apoyándoselo en el hombro, del mismo modo que Hubo había agarrado el del chamán. Era el mismo ritmo: brrmmmbrrmmm… Al principio parecían los latidos del corazón y después más rápido. No legré ver cómo lo hacía, pero lo cierto es que era ella. El ritmo aumentaba progresivamente, aunque sin lograr descubrir cómo era capaz de conseguirlo sin que nadie pudiera percibirlo. Únicamente logré ver la multitud, moviéndose sin parar, compás tras compás. La ausencia empezó a dividirse cuando los que se encontraban más cerca de las paredes comenzaron a proferir gritos que retumbaron en la sala. Habían decidido ir en contra del movimiento general, y al principio fue divertido, pero los codazos y golpes hicieron que algunos exclamasen «Eh, más cuidado…!» y devolviesen los empellones que recibían. Al mismo tiempo, Alia se puso a cantar.

La voz le salía de lo más profundo del estómago, emitía un sonido similar a la primera vez que se había producido el acoplamiento del bajo de Clive. También se oyó un gemido como el del chamán de la noche anterior. Tenía un efecto hipnótico, o al menos tranquilizante, pero a la vez ponía los pelos de punta. Se unieron una o dos voces y les siguieron otras; no se oía una nota en concreto, pero se les iban uniendo en un violento y estable zumbido.

En la parte delantera hubo un altercado porque uno de los muchachos de las motos perdió el equilibrio. Sus compañeros le sujetaron y con un movimiento le pudieron de pie, pero él, sin mirar, dio un golpe al aire que fue aparar al amigo de Natalie, le tiró de cabeza y le dejó sangrando por la nariz. Alia se acercó al micrófono, tomó aire lenta pero profundamente, suspirando. A continuación gritó.

La luz del reflector se apagó como la bombilla de flash, dejando a todo el mundo en actitud agresiva, un montón de personas gritando con los puños en alto y los codos hacia atrás. La oscuridad se apoderó de todo, y los jóvenes gritaron cuando comenzó la batalla. Pudo ser cosa del encargado de la iluminación que sin darse cuenta había pulsado el interruptor, pero la luz roja produjo un suave efecto estroboscópico, vibró y desapareció. Fue suficiente par que alguien gritase:

——¡Fuego!

La multitud se amontonó en la puerta, gritando y empujando. Alguien lanzó un taburete contra una ventana. La luz que entró por el hueco que dejó el cristal fue suficiente para iluminar a una chica, posiblemente la amiga de Trace, que estaba apretujada y no hacía más que gritar. El tapón de la puerta se abrió y la multitud cayó por las escaleras profiriendo alaridos, hasta que se dio de brucen en la calle.

La policía llegó enseguida. Habían destrozado un par de escaparates y varios chicos intentaban apoderarse de los objetos, mientras la estridencia de la alarma se mezclaba con las sirenas de los coches patrulla. En aquel momento la mayoría, sin saber lo que estaba sucediendo, se sintió conmocionada y unos cuantos se marcharon del barrio corriendo, dejando atrás el eco de sus pisadas.

Cuando volvieron a encenderse las luces, Ben estaba con el gerente del local, y poco después se le unieron Clive y Dee, tartamudeando, haciendo gestos y con la cara pálida de terror. Me di cuenta de que nos habíamos quedado sin el batería. Geek se marchó. Alia seguía en el mismo sitio que había ocupado antes del revuelo. Se volvió lentamente y se agachó a recoger su capa del suelo.

—Alia… —susurré.

—Déjalo —dijo sin mirar.

—¡Pero Alia…! ¿Qué ha pasado?

Se incorporó y llegué a pensar que me iba a golpear, pero, como de costumbre, me equivoqué.

—Emod… —dijo apoyando su mano en mi brazo—, ayúdame —la miré—. Quítame a Ben de encima.

—¿No… no te gusta?

—Claro que sí. Sabes que todas las chicas se vuelven locas por él, pero… —bajó la voz— para mí es mucho más importante.

—¿Te refieres por el grupo?

—No sólo por eso,. Emod, tú sabes cómo era yo antes. Apuesto a que Dee te lo ha contado. Una chica tímida, gorda y fea, eso es lo que todos solían decir —no podía creer lo que estaba oyendo, pero ella no se daba cuenta—. A partir de ahora será diferente. Ha empezado a suceder —noté cómo se sujetaba con fuerza a mi brazo, me clavaba los dedos como si fueran garras—. Nunca más volveré a ser así. Prefiero morir —entonces me soltó—. Hugo me está ayudando, Emod; no dejes que Ben se entrometa.

—Pero… lo que pasa es que está preocupado. Puede que Hugo… te esté utilizando.

Me sorprendió que sonriera.

—Oh, no —dijo tranquilamente—. No me utiliza en absoluto, pero no espero que nadie lo entienda. A pesar de todo…, no permitas que Ben se acerque demasiado mí. Tengo miedo.

—¿Miedo… de Hugo?

—¡No! —Exclamó apartando la mirada—. De lo que yo pudiera hacer —la policía estaba con la gente al fondo del salón. Todos movían la cabeza y se encogían de hombros en actitud de «a mí que me registren»—. Me refiero a que si llego a enfadarme de verdad, no sé lo que podría suceder. Me quedé paralizado.

—Yo sí.

Hubo un prolongado silencio y me miró fijamente. No dijimos nada, pero… movió la cabeza muy despacio con gesto afirmativo. ¿ Estamos junto en esto?, pareció decirme. Con un gesto brusco se puso la copa por encima de los hombros.

—No cuentes a nadie lo que te acabo de decir. Ni a Ben ni a Dee. Sólo empeoraría las cosas. ¿Lo prometes?

Me miró con una mezcla de resolución y súplica y le dije que sí.

¡No!, debí responder. No cuentes conmigo. Pero no lo hice porque sólo lo deseaba a medias. Entonces la mire y dije:

—De acuerdo.