No tuvo ni siquiera la opción de razonar, fue demasiado rápido.

El dolor la sorprendió, aunque no tanto como descubrir la figura macabra que danzaba al compás de la tocata fúnebre envuelta en sombras cenicientas.

La tierra del sendero habló, aprisionada, quejándose por el peso de los pasos del mal que avanzaba. La oscuridad translúcida del nacer cercano del día lloró con más intensidad dejando que sus lágrimas perecieran sobre las hojas de los árboles que coronaban el camino.

Algo afilado y frío, muy frío, silbó cortando el aire a su espalda, acelerándose a medida que se aproximaba al cuerpo de la joven, buscando su calor

(…duele…).

le atravesó el costado izquierdo rasgando la tela amarfilada del blusón, hiriendo la carne con un sonido sordo de hojas marchitas al viento y un apagado rumor de succión cuando se abrió la capa adiposa bajo la dermis,

(…duele mucho, está frío…).

la sangre arterial brotó desde el juego de cuatro tajos que corrían paralelos a los intercostales, segundo y tercero, especialmente profundos, tanto como para llegar a la cavidad visceral y derramarse espesamente por la piel como goterones de cera fundente en una vela granate

(…hace frío…).

el aire se agolpó en la laringe y el grito pugnó por brotar, luchando con la antagónica sorpresa mientras la lengua se combaba retirándose al fondo del paladar y una enorme presión repentina le comprimía el pecho.

(…suena como una nuez al cascarse…).

Sin embargo, el chillido asustado que hubiese mutado la dulce voz de la joven en una especie de quejumbroso si bemol de dos octavas más allá de la habitual en ella no llegó a romper la quietud de la madrugada ya que el aire se le escapó de los pulmones cuando el segundo impacto, justo sobre los músculos lumbares, desgajó la carne de la espalda de la joven. Era como si los dientes enfurecidos de una monstruosa quimera surgida de las profundidades del hades se estuviesen clavando en su cuerpo, como el formón que muerde la madera basta buscando la forma diabólica que anida en la mente de un escultor psicótico.

Quiso huir, pero, las largas piernas que el trabajo en el campo había torneado transformándolas en perfectos instrumentos de las más carnales pasiones le fallaron plegándose sobre la articulación de la rodilla y un estallido de naranja brillante surgió ante sus ojos al tiempo que caía y su tobillo derecho se doblaba sobre la articulación, luxándose.

El codo absorbió toda la energía de la caída al detener esta súbitamente, impactando con la tierra del sendero, provocando un relámpago de sufrimiento y calvario que ascendió hasta el hombro y le cerró la boca en un gesto automático con el que se mordió la lengua. Seguidamente rodó sobre el costado que no estaba herido y quedó mirando al cielo negruzco difuminado por la niebla que empezaba a formarse como respuesta a la leve claridad que surgía por entre los picos del este. Distinguiendo perfectamente el sabor metálico y tibio de la sangre que se acumulaba en su boca y se escurría por su faringe y sin entender el porqué recordó como de niña en los atardeceres tardíos del otoño se ayudaba a preparar el vino y se hinchaba a beber mosto tinto, caliente y dulce, directamente de la espita de la enorme tina donde se pisaba la uva. No sólo eso sino que recordó las risas de sus hermanos, manchados hasta los tobillos los pies de un púrpura cardenalicio, al haberse caído la pequeña Amalia en el balde del mosto mientras la chiquilla intentaba, apoyada una mano en el borde y formando un hueco con la otra, beber como su hermana mayor a pesar de que su escasa altura le impidiese llegar hasta el chorro que brotaba del barreño. Al hacer fuerza sobre su apoyo la pobrecilla había desequilibrado el cubo de hojalata a medio llenar por el dulce líquido de reflejos granates, por lo que la niñita había terminado espatarrada en el suelo con la cabeza metida en el cubo y todo el mosto derramado para deleite…

—Ahhhhhhhhh… —surgió sin fuerzas y se perdió en la noche sin más respuesta que el ulular de una lechuza.

…un nuevo empellón y un haz de tajos se abrió sobre su muslo izquierdo…

(…duele…).

…rajando la arteria femoral que corría por la cara interior de un muslo que jamás había abrazado la cintura de hombre alguno y que ya nunca lo haría por mucho que pudiese pesarle al benjamín de los Lema.

Alberte oyó el grito desvaído y apagado en la lejanía de la negrura de un amanecer que palpitaba y no le concedió la mayor importancia, pues no llegó a imaginar que en realidad se trataba del alarido de dolor de una joven que estaba siendo descuartizada por algún monstruo sin conciencia. Quizá, no logró imaginarlo porque su mente estaba ocupada imaginando precisamente las largas piernas desnudas de aquella que se desangraba al otro extremo del sendero que él mismo recorría.

Su entrepierna abultada palpitaba en el interior de la ropa, y con cada sacudida el glande rozaba la tela sedosa de su ropa interior de niño rico produciéndole un placer difícilmente contenible e impaciente. Casi podía convertir sus desvaríos en algo tangible, una figura humana que se materializaba ante él, un idealizado cuerpo de mujer mil veces dibujado por la imaginación bajo las prendas sueltas de la ropa de labriega que sobre el cuello portaba la cara dulce y amable de la joven que estaba siendo asesinada en un lugar no tan lejano. Sólo que la expresión no era la propia de la adolescente a la que el dolor estaba trabando lo más profundo de su espina dorsal en aquel mismo momento, era una expresión obscenamente lasciva, no atractivamente sensual, sino sucia e impropia, falsa como la de la prostituta de puerto que aún en el asco provocado le pide más al cliente gordo y borracho de apestoso aliento. Podía distinguir una lengua larga y carnosa barnizar de pegajosa saliva unos labios que gesticulaban pronunciando procacidades del más bajo carácter, prácticamente impropias incluso para el más lascivo de los sátiros, haciendo crecer su excitación y desatando aun más su imposible fantasía.

Sus escuálidas piernas avanzaban por el sendero con el ansia impaciente revelada por lo más impúdico de sus ambiciones, acelerándole el pulso y entrecortando la respiración, estaba tan ansioso que eyaculó en los calzones con una mezcla de rubor y vergüenza incoherentes. Sin embargo, era tal su insano deseo que sólo un poco más allá en el camino su miembro volvía a hincharse dispuesto a convertir en realidad los deseos del cerebro enfermo de aquel estúpido libidinoso con ansias de grandeza.

El espeso líquido pegajoso prendía su vello púbico a la tela de su ropa interior tirando de él cada vez que la flaca pierna izquierda se adelantaba, pero, por supuesto no era el momento de detenerse, tenía prisa, mucha, por convertir en palpable la dulce musa que desnuda se aproximaba a él caminando en sentido opuesto.

No supo ya, de tan alterada su conciencia, si los gemidos provenían del interior de su cabeza atolondrada o de más allá en el camino. Eran unos gemidos entrecortados y graves, con un siseo ceceante que consiguieron excitarle aún más pues ni siquiera se detuvo a considerar el origen de los mismos o su causa.

Gemidos.

Gemía porque ya no tenía fuerza para gritar.

Sollozaba irregularmente sufriendo lo indecible en cada inspiración, pues en cuanto intentaba hacer que el aire llegase hasta sus bronquios un hierro candente se revolvía en su pecho, su pulmón izquierdo se había colapsado tras la primera embestida. La primera de las cuatro sajaduras, la de más arriba, sin ser la más profunda, había horadado lo suficiente como para perforar el pulmón permitiendo que el aire entrase en la cavidad pleural, el espacio virtual entre las pleuras visceral y parietal que rodean los pulmones, lo que contrarrestó el gradiente negativo de presiones entre la pared torácica y la propia pleura.

A consecuencia del neumotórax le costaba mucho respirar, lo que sólo conseguía irregularmente y con un movimiento anormal debido a la rigidez muscular que restringía el movimiento de la caja torácica, respuesta autónoma de su cuerpo para protegerse ante el casi insoportable dolor, que por otra parte no duraría mucho, lo que, sin embargo, no era un alivio.

Tosió lastimeramente y sintió como si acero al rojo vivo le atravesase el pecho.

Pero, no tuvo tiempo de recuperarse, aquella sombra sin forma se dejó caer sobre ella sin que sus cristalinos pudiesen enfocar más que un bulto borroso y oscuro, y el miedo envió al dolor hasta la sala de espera trasera de su cerebro. Como algo más bien telepático que percibido, sintió la presión de aquello, fuera lo que fuese, sobre su cadera y el jadeo violento que exhalaba vaharadas de un aliento pútrido sobre su rostro asustado

(…duele…).

y contraído por el dolor convulso que cubría de latigazos su sistema nervioso central.

Cada una de las células de su cuerpo reverberaba con ese dolor brutal que nacía en el costado, en el tórax, en el muslo…

(…duele mucho…).

…mientras la sangre caldosa que manaba de la fuente que era su arteria femoral regaba una tierra que la aceptaba ansiosa como tierra sagrada de sacrificio pagano sedienta de muerte a instancias de un dios cruel e injusto.

Sus manos delicadas buscaban asidero y los dedos crispados arañaban el camino llenándole las uñas de mugre, el corazón de desesperanza y el alma de un miedo tan profundo como las mismísimas fosas abisales.

Aquel engendro maldito de ojos obscurecidos y pelambrera cenicienta se alzó hincando más su peso sobre la muchacha y se preparó para un nuevo ataque.

La niña quiso gritar y sólo consiguió un siseo agudo que la brisa arrebató de sus labios a flor de piel.

(…no…).

(…no, por favor, no…).

El escuchimizado último descendiente de los Lema apuró su paso ansioso aún más pues a su juicio se hacía tarde, consideró que a su ritmo y teniendo en cuenta que por el que caminaba era el único camino que la lechera podía haber seguido ya se debería haber topado con la joven objeto de sus fantasías de la más baja de las calañas. La impaciencia podía con él y la urgencia de su entrepierna joven y repleta de hormonas lo espoleaba. No corrió por que no le pareció digno que la muchacha pudiese entender al verlo que él

(todo un señor, heredero de tantas tierras y riquezas).

(tan guapo y bien plantado).

tenía el menor interés puesto en ella. Por supuesto, aquello no podía permitirse, pues si bien el desear su cuerpo sensual no suponía un problema, sí lo era el que ella pudiese albergar esperanzas irrisorias para establecer una relación, lo que, en todo caso, sin duda haría en cuanto se decidiese a mostrar sus encantos,

(tan atractivo y tan culto).

porque, por supuesto, ella era buena sólo para una cosa, para que su sexo jugoso y empapado lo recibiese, pero, bajo ningún concepto para mantener una relación con visos al matrimonio ni nada semejante, por supuesto que no, pues su futura mujer debía ser casta, pura y virtuosa y no como aquella guarra descarada que se le insinuaba insolente todos los días provocándole tal malestar que ahora se veía obligado a buscarla para encontrar alivio, pero, claro, sólo para eso, para nada más,

(sólo es una lechera analfabeta y sin modales).

porque, ante todo, él era un caballero criado para llegar incluso hasta las más altas esferas políticas, de eso estaba seguro,

(el porte, la cultura, el savoir affaire).

(que sabe francés incluso).

ella no iba a ser más que una mera distracción, de hecho no merecía más atención que la que iba a darle precisamente aquella misma noche. Y, su mano descendió hasta la entrepierna y apretó el pene erecto con fruición.

No podía decirse que Alberte, hijo menor de Don Ezequiel Lema

(tan importante).

fuese atento más que a la rigidez de su miembro ansioso y al anhelo lascivo que corroía el hueco entre los dos hemisferios de su cerebro. Sin embargo, aun siendo idiota como era pudo distinguir la escena con suficiente claridad como para que su escuálido trasero

(tan bien educado).

perdiese la compostura y sus calzones, ya manchados, se llenasen de excrementos calientes.

Su inepto cerebro no dio mucho de si atenazado por un miedo punzante que recorrió en un escalofrío el surco central de la espalda como el dedo gélido de un muñeco de nieve que hubiese cobrado vida en virtud de algún oscuro conjuro druídico.

Pero, al menos, sí pudo arrancar un prolongado grito aterrorizado ante aquella

(cosa).

que a horcajadas sobre la muchacha se preparaba para atacar. Un profundo chillido agudo que desinfló no sólo sus pulmones sino también su, hasta el momento, hinchada hombría orgullosa.

Y, aquel engendro animal lo miró, y en su razón que huía mientras la locura tomaba el relevo le pareció distinguir como aquel ser demoníaco de ojos mates lo miraba y sonreía ampliando la curva de una boca horripilante hasta límites que parecían pudiesen dislocarse la mandíbula.

Dio media vuelta y comenzó a andar queriendo correr, pero, resultándole imposible, a cada paso la mierda maloliente que se amontonaba en sus calzones rebotaba contra sus glúteos pálidos. Pero no llegó muy lejos, apenas media docena de pasos, el engendro llegó a su altura y trabó su garra helada en la nuca del menor de los Lema, permitiendo que el lujurioso adolescente pudiese escuchar el chasquido de su columna vertebral en el mismo instante en que la escasa luz de la madrugada se desvanecía cubierta por una negrura infinita. Se desplomó deslavazado con los ojos hipócritas abiertos a la noche herida por la luz del amanecer.

(todo un señor…).

(tan guapo…).

La mujer, la niña, libre de la presión del monstruo hincado sobre su cadera y aun sintiendo el desmayo rondar por la pérdida de sangre, a punto de sufrir un colapso hipovolémico, consiguió girarse para intentar arrastrarse hasta la espesura del bosque que engullía los bordes del sendero, luchando con toda su fe, con toda su alma contra el dolor, contra los espasmos que recorrían su frágil cuerpo.

Tan escasa de fuerzas que su barbilla arrastraba por la tierra, arañándose la suave piel que el trabajo al sol había bronceado dándole un atractivo color dorado. Los músculos de los brazos se acalambraron en el segundo esfuerzo por avanzar, pero, siguió adelante, queriendo luchar contra lo que no se podía luchar.

Lo presintió más que otra cosa.

No quiso darse la vuelta, pero lo sabía

(…sintoo moito, perdóame neniña, miña querida nena…).

una pata deforme pisó su gemelo derecho deteniendo el penoso avance

(…perdóame, non te vaias enfadar, máis hoxe non vai poder ser…).

y una nueva presión hizo juego con la anterior justo sobre las vértebras lumbares, causándole un enorme dolor no sólo en la herida de la espalda sino en el pecho también,

(…pídello a pai, non te apures, il levarate como facía comigo cando era coma ti…).

pero, no fue ese dolor el que derramó una lágrima solitaria dejando un reguero limpio de piel dorada entre el polvo del camino que se había pegado a su lindo rostro

(…e que eu non podo, síntoo moito, de verdade…).

fue el dolor que encoje el alma de aquellos que son buenos, de los que tienen un corazón bello y generoso

(…non te vaias enfadar comigo…).

el dolor que sólo aquellos que quieren incondicionalmente pueden sentir cuando hacen daño a esos a los que quieren, incluso cuando no tienen culpa o responsabilidad alguna por ese daño

(…mais hoxe non hei poder…).

el dolor que sólo los más bienintencionados albergan cuando decepcionan a los que aman con toda su alma.

(…hoxe non podo levarte…).

El aire crujió, la luna se escondió tras la niebla, sus ojos tuvieron un último instante para el recuerdo inquieto del pelo castaño revuelto y su cráneo se abrió como una fruta madura cuando los afilados cantos golpearon su linda cabeza llena de ilusiones.

(…non podo levarte á pena de reboxedoira…).