Los dioses crecen complacientes en la igualdad de sus vidas inmortales, contentos de aceptar la adoración de los mortales y de gobernar como amos y señores sus dominios terrestres. Eternos, imperturbables, pasan sus siglos con un sublime desprecio hacia el mundo material.
Pero de vez en cuando las acciones de los fieles de un dios hacen que la deidad tenga un conflicto con sus compañeros. Este enfrentamiento entre divinidades representa inevitablemente el caos y, a veces, la muerte de los protegidos del dios.
Éste era ahora el caso de Helm, el Vigilante, dios patrono de la Legión Dorada. Sus fieles, los cruzados de dicha legión, llevaban su estandarte a nuevas tierras; hermosas tierras de grandes riquezas, y también muy salvajes. Con ansia y voluntad, Helm siguió adelante. Ahora se enfrentaba a dioses que no conocía; dioses que, al parecer, tenían una sed insaciable de sangre humana, de corazones humanos.
Uno de estos señores sedientos era Zaltec, el Terrible. El hambriento dios de la guerra devoraba con deleite los corazones ofrecidos por sus sacerdotes. Amo y señor de Maztica, se enfrentó a las fuerzas invasoras de Helm, cada vez con mayor apetito. Zaltec necesitaba más corazones, más sangre.
El dios Qotal, el Plumífero, en un tiempo aclamado como el principal entre los dioses de Maztica, había sido apartado hacía mucho del Mundo Verdadero por aquellos que pensaban que los dioses sólo podían ser adorados con el derramamiento de sangre y la ofrenda de vidas humanas. Qotal buscó suavizar los conflictos entre gente y dioses, pero su poder era débil y su presencia casi desconocida.
Y también, debajo de todos ellos, ardiendo en la oscuridad de su odio y maldad, había otro dios; un dios cuya presencia e intereses ni siquiera sospechaban las deidades de Maztica. Lolth, la quintaesencia de la oscuridad y el mal, vivía apartada de los demás, en las mismísimas profundidades del infierno. Diosa de los elfos oscuros —los drows—, el odio de Lolth se enfocaba en aquellos de sus hijos que no pronunciaban su nombre con temor y reverencia.
Para Lolth, para todos ellos, la tierra llamada Maztica no era más que un tablero donde colocar las piezas de su juego inmortal. No hacía falta más que un soplo, o el roce de una mano, para dejar vacío el tablero.