Epílogo

En las entrañas del volcán en erupción, los Muy Ancianos supervivientes esperaban que pasase la tormenta. Y, entretanto, atormentados por el odio y la furia, planeaban su venganza; una venganza que asolaría al mundo durante siglos, hasta que el último de ellos hubiera conseguido superar su vergüenza y su fracaso.

Los reunidos ya no eran los esbeltos y elegantes elfos oscuros. Evitaban mirarse por la repulsión que les producía su nuevo aspecto, pero era inútil, pues allí adonde dirigían la mirada se veían enfrentados al mismo horrible espectáculo.

Las drarañas se acurrucaban, aterrorizadas por la furia de la montaña, pero todavía poderosas y anhelantes por cobrarse la revancha. Ahora las formas arácnidas comienzan a moverse, y ascienden por los túneles de lava llenos de ceniza y humo hacia la superficie ardiente del mundo exterior. Cada una de ellas camina sostenida por ocho patas peludas. Un abdomen gordo y pesado les cuelga del torso, y sólo la parte superior del cuerpo conserva una apariencia superficial de su vieja figura.

Una de ellas, la que los encabeza en su marcha de regreso al Mundo Verdadero, tiene el cuerpo del blanco más puro, como un insecto desteñido que jamás ha visto la luz del sol.