He estado indolente y he dejado pasar unos días sin prestar atención al diario. Me he sentido letárgico. Ha habido poco que hacer, salvo pasear por cubierta, beber con quien estuviera dispuesto, quizá hablar con tal o cual pasajero. ¡No creo haber contado a usted que cuando la «señora Brocklebank» salió de su camarote resultó ser, si acaso, más joven que su hija! ¡La he rehuido, tanto a ella como a la bella Zenobia, que resplandece tanto en este calor que casi le dan a uno náuseas! Cumbershum no es tan delicado. El tedio del viaje por estas latitudes cálidas y de calma casi chicha ha hecho que aumente entre nosotros el consumo de bebidas fuertes. Había pensado en dar a usted una lista completa de nuestros pasajeros, pero he renunciado. No interesarían a usted. Que sigan siendo kωoyά πρότωπα. Lo que sí es algo interesante es el comportamiento —o falta de comportamiento— de Colley. El hecho es que, desde su caída, ese hombre no ha salido de su camarote. De vez en cuando va allí Phillips, el criado, y creo que el señor Summers lo ha visitado, supongo que por considerarlo parte de sus deberes como primer oficial. Es muy posible que un individuo sin color como Colley sienta alguna timidez en cuanto a volver entre las damas y los caballeros. Las damas son especialmente estrictas a su respecto. ¡Por mi parte, el que el capitán Anderson haya «estado duro con él», en frase de Deverel, basta para aminorar cualquier inclinación que pudiera haber sentido a excluir totalmente a Colley como ser humano!
Deverel y yo estamos de acuerdo en que Brocklebank es o ha sido el que mantiene a ambas fulanas. Ya sabía yo que el mundo de las artes no se debe juzgar conforme a las normas establecidas de la moral, pero habría preferido que estableciera su burdel en otra parte. Sin embargo, tienen dos conejeras, una para los «padres» y otra para la «hija», de modo que al menos hace un pequeño gesto de mantener las apariencias y todos contentos, incluso la señorita Granham. En cuanto al señor Prettiman, supongo que no advierte nada. Viva la ilusión, digo yo. ¡Exportémosla a nuestras colonias junto con todos los demás beneficios de la civilización!