R. L. Vickler, 85 años, consejero de Truman

La longitud de las necrologías

Y por fin llegamos a la página de las necrologías, cuyas secciones verticales del pasado constituyen un agradable respiro entre la actualidad horizontal de casi todas las noticias de prensa. Recuerdo que miraba las necrologías incluso de adolescente, aunque actualmente las miro por si hay nombres que conozco. Por lo general compruebo la edad y la ocupación, por si hay alguna relación entre ambas. Los educadores parecen vivir mucho, la clase trabajadora no aparece casi nunca y son francamente muchísimos los cuarentones dedicados a las humanidades que mueren por culpa del sida.

Me pregunto por las relaciones que habrá entre la longitud de la necrología, L; los méritos del difunto, M; su fama, F (que suele tener poco que ver con los méritos); el tiempo transcurrido entre los dos últimos factores y el fallecimiento, T; y la cantidad de muertes «importantes» de aquel mismo día, D. Creo que podría ser algo parecido a L = (M × F2)/√(T × D). En la mayoría de los casos, morirse es lo último digno de mención que se hace. No sé si hay que deprimirse por ello o no.

Para finalizar, me llaman la atención las muertes que tienen algo de contradictorio. Adelle Davis, que pregonaba las virtudes de los productos integrales, murió de cáncer, enfermedad que la misma Davis atribuyó a los atracones de patatas fritas que se daba de joven. James Fixx, guía de la salud y apóstol del footing, murió de un ataque al corazón. Puede que mi trayectoria personal acabe perdiéndose en el olvido a consecuencia de un importante error de cálculo o de una condición cuyo riesgo he minimizado. ¿Se podría aprender alguna lección de ello? Desde luego que no.