Stallone en la lista de los peor vestidos

Rasgos e índices

Una sencilla observación sobre un espacio periodístico habitual: las listas de los mejor y peor vestidos, de los más admirados y detestados, y de los más de cualquier rasgo X públicamente valorado se pueden determinar mediante una operación matemática: multiplicando una medida numérica aproximada del rasgo en cuestión por el índice de fama de su poseedor. (Pero dudo que los preparadores de listas las enfoquen de este modo). Una celebridad puede, por ejemplo, acabar en la lista de los peor vestidos sólo por llevar un par de veces un atuendo raro y porque la conocen decenas de miles de personas. La serie de posibles candidatos a estas listas está realmente limitada a un discreto puñado de celebridades.

El mendigo de la esquina viste ciertamente peor que cualquier celebridad, pero sólo lo saben las personas que tropiezan con él todas las mañanas. Asimismo, cualquier persona relativamente polémica y a la que conoce prácticamente todo el mundo podría aparecer muy bien tanto en las listas de los más admirados como de los más detestados. Por lo que se refiere a los políticos nacionales y otros conocidos a nivel más o menos general, resulta más informativo medir el porcentaje de población que los valora positiva y negativamente.

Estas listas no son más que uno de los muchos protocolos y exámenes evaluadores sin certificar que falsean una característica. Otro ejemplo es el eterno espacio dedicado a clasificar las ciudades más habitables del país. Los criterios utilizados son tan numerosos como inconcretos: actividades culturales, parques y lugares de recreo, deportes profesionales, delito, educación, cercanía de paisajes naturales, ingresos, empleos, transportes públicos, tráfico, calidad del aire y el agua, etc. Estos factores se miden, pero ¿quién lo hace y con qué raseros? Una persona con la sensibilidad artística de Edward Hopper podría valorar muy alto una ciudad del Medio Oeste, con muchas calles desiertas, bares aburridos y restaurantes vacíos.