Periodismo científico y puntos de vista personales
Hay críticos de cine, críticos de libros, críticos de la moda y críticos gastronómicos, pero hay pocos críticos de la ciencia. La especialización educacional que se necesita hace por lo general que los autores científicos, o los científicos que se salen de su estrecha franja de conocimiento, se sientan inseguros a la hora de criticar los proyectos científicos. Se les puede refutar muy fácilmente por abordar asuntos ajenos a su conocimiento y con su natural resistencia a provocar el resentimiento de fuentes y/o colegas, pierden a veces toda distancia crítica. (En un artículo de opinión de un New York Times de 1994 donde comentaba la negativa del Congreso a financiar el supercolisionador de Texas, el escritor científico Dick Teresi dijo que un físico que renunciara al proyecto para dedicarse a la divulgación científica venía a ser como si Donald Trump renunciara a la economía para hacerse botones de hotel).
De tarde en tarde sucede lo contrario y un científico o escritor de temas científicos lo bastante temerario propone una teoría a medio hacer que disiente de manera radical de la opinión de la inmensa mayoría de científicos del ramo. Fue lo que hizo Marilyn vos Savant, firmante de una muy leída y entretenida columna del suplemento dominical de la revista Parade. Tanto en esta columna como en un libro suyo que comenté en el New York Times, anunciaba a los cuatro vientos que la prueba del teorema último de Fermat recientemente propuesta por el matemático de Princeton Andrew Wiles era mortalmente defectuosa porque chocaba con ciertos teoremas de geometría no euclídea. Savant, Dios nos asista, había malinterpretado mortalmente los teoremas en cuestión, que, de todos modos, no venían al caso. A pesar de las quejas y burlas de muchos matemáticos, Savant no se retractó de sus afirmaciones.
Si la prueba de Wiles no resulta, los lectores de Savant tomarán seguramente su despiste por previsión y se convertirá en otro ejemplo del profano combativo que quiere derrotar a los arrogantes expertos. Ello se debe al enfoque que dio en su columna hace varios años al llamado problema de Monty Hall. Las reglas del juego en que se basaba este problema eran vagas, pero Savant las analizó correctamente. Entre los matemáticos que le escribieron, hubo unos cuantos que no fueron ni correctos ni educados y se habló mucho del asunto.
El escritor de temas científicos no puede partir, ni siquiera cuando nadie discute sus credenciales o su actitud, del supuesto de que el lector posee el mismo conocimiento de base que, por ejemplo, da por sentado el comentarista gastronómico.[33] El problema no consiste sólo en que hay que conocer la disciplina en cuestión, sino también en que hay que comprender las bases de la lógica y de la filosofía de la ciencia. Qué diferencia hay entre la proposición empírica y la apriorística, entre la inducción y la deducción científicas. Cuál es la diferencia entre la inducción científica y la inducción matemática. ¿Es válida cierta consecuencia en ambos sentidos o es falsa su inversa? ¿Es demostrable la falsedad de tal y cual afirmación? Para corroborar el alcance del problema basta con fijarse en la eterna seducción que ejerce la verborrea seudocientífica y que está presente en la creciente cantidad de charlas y encuentros que hay actualmente (como aquella absurda emisión de la NBC[34] que sostenía que la homeopatía curaba la peste bubónica). Además, está la infundada convicción de que la ciencia anónima es incompatible con los puntos de vista personales o con las opiniones en general.
A pesar de estos inconvenientes, creo que habría que estimular los artículos científicos de base o los careos entre científicos y/o periodistas técnicos de tendencias enfrentadas. Un tema posible podría ser el valor relativo de las investigaciones de la biología molecular sobre las causas del cáncer y los estudios epidemiológicos de su incidencia. Esto último, aunque no fundamental, cuesta poco y promete salvar vidas si es capaz de identificar con exactitud conductas muy extendidas o lugares concretos asociados con el cáncer. Sobraría una pequeña parte de los fondos destinados a las investigaciones moleculares básicas. Un par de personas que conocieran bien estos campos podrían escribir sin problemas un trabajo con pluralidad de criterios que además sería informativo. Podría servir igualmente un debate público sobre los relativos méritos de los superaceleradores, el proyecto del genoma humano o los viajes a Marte.
Los artículos que informen y opinen a la vez podrían ser útiles para estimular el debate sobre la ciencia de verdad y tal vez incluso el interés por ella; y no es obligatorio que aparezcan en la separata científica del periódico. A pesar de que estas separatas gustan a los lectores, su difusión está menguando; descontados los fabricantes de ordenadores y de programas informáticos, no caen bien a los anunciantes.