Los candidatos desmienten los mentises rivales

Autorreferencia, intenciones y noticias

La información en general y en particular la tocante a las personalidades se parece cada vez más a una red de autorreferencias. Lo que con frecuencia se nos describe no es un estado de cosas en el mundo, sino más bien otro informe que no es a su vez sino una exposición de otra información, una cadena donde todos los eslabones se bañan generosamente en la cascada de reacciones del público y los actores por igual. Los informes se pueden apoyar entre sí y producir un repentino brote de preocupación por un tema que, como un castillo de naipes, se puede venir abajo con idéntica rapidez. Un estudio de la agencia Yankelovich sobre lo que los estadounidenses han considerado «el problema más acuciante con el que se enfrenta hoy el país» durante los últimos quince años revela agudas crestas de preocupación por la política exterior, la economía, las drogas y el delito alternando con anchos valles de indiferencia por los mismos asuntos.

En las noticias no hace sino aumentar la presencia de estadísticas sacadas de Nexis, Lexis y otras bases de datos que informan de la cantidad de artículos que hablan de tal o cual tema de interés. Estas cifras son igualmente pasajeras. Ya se produzca en la vida cotidiana o en los periódicos, sin embargo, no creo que en términos generales sea sana esta obsesión por quién ha dicho qué, por las últimas reacciones inmediatas a lo que se ha dicho, por las veces que se ha mencionado un tema y por la autorreferencia continua. Tampoco lo es la represión del yo y de su papel en el origen de una información.

Antes de entrar en materia, permítaseme divagar un poco sobre las diferentes asociaciones que acuden a las mientes del matemático que piensa en autorreferencias.[23] Me acuerdo, por ejemplo, de un pasatiempo llamado paradoja del prefacio. Consiste en la inocente observación que hace un autor en la introducción a un artículo o un libro, en la que admite con modestia, aunque también con impertinencia, que aunque garantiza todas las afirmaciones que se hacen en el trabajo, algunas, indiscutiblemente, son falsas. Pudo verse otro ejemplo cuando hablé de la brevedad simplificadora, donde cité una consigna autorreferencialmente paradójica, «basta de consignas».

Hay dificultades lógicas de este tenor que se presentan con muy diversos ropajes. Para que se produzca la clásica paradoja del mentiroso a que ya se aludió antes basta, por ejemplo, que el senador S afirme que todo cuanto dice es falso. Si la afirmación es verdadera, es falsa; y si es falsa, es verdadera. También pueden plantearse situaciones más complicadas con dos o más actores. Si la candidata X dice que los comentarios del candidato Y al proyecto de ley penal son falsos, no hay nada paradójico en su afirmación. Si el candidato Y dice que las observaciones de la candidata X sobre el proyecto de ley penal son verdaderas, tampoco hay nada paradójico en su afirmación. Pero si mezclamos las dos afirmaciones, se produce una paradoja. No es difícil imaginar una serie de afirmaciones así en boca de un sinfín de personas, todas aceptables por separado y que sin embargo desembocan en una paradoja igual de contundente. Sin duda es esto lo que sucede en la incestuosa dinámica de los medios de comunicación y en la información política interesada.

Un enigma divertido se refiere al periodista que sabe que su fuente de información o siempre dice la verdad o siempre miente, pero ha olvidado si es lo primero o lo segundo. El periodista quiere saber si el senador S está complicado en determinado escándalo y a su informador, que conoce la respuesta, sólo puede hacerle una pregunta de sí o no. ¿Cuál será ésta?[24] El periodista ha de resolver un problema más difícil en un enigma que adapto del formulado por el lógico Ray Smullyan. Sigue deseando saber si el senador S está complicado en el escándalo, pero esta vez tiene tres informadores astutos, A, B y C. Uno es persona veraz, otro un embustero y el tercero una persona normal que unas veces miente y otras dice la verdad. El periodista no sabe cuál es cuál, pero para establecer la culpabilidad del senador puede formular dos preguntas de sí o no a cualquiera de los informadores por separado. ¿Qué preguntas debería hacer y a quién o a quiénes?[25] La moraleja de la anécdota es que los embusteros crónicos pueden ser tan dignos de crédito como las personas veraces. El problema lo plantean esas fastidiosas criaturas que unas veces mienten y otras dicen la verdad.

Es curioso, pero la autorreferencia inhabilita cualquier presunción de conocimiento total. Imaginemos un superordenador, el Delphic-Cray 1A, en el que se han almacenado el más completo y actualizado conocimiento científico, las condiciones iniciales de todas las partículas, y técnicas y fórmulas matemáticas muy complicadas. Supongamos además que 1A responde sólo a preguntas de sí o no, y que su dispositivo de salida está construido de modo que una respuesta afirmativa apague una bombilla, si ésta está encendida, y que una respuesta negativa la encienda si está apagada. Si a esta máquina impresionante le preguntamos algo sobre el mundo exterior, podemos suponer que responderá de manera irreprochable. Si le preguntamos sin embargo si la bombilla se encenderá al cabo de una hora, 1A se quedará atascado. Al analizarse a sí mismo, genera inmediatamente una vertiginosa oscilación: si sí, no; si no, sí. El ordenador no puede aislarse y analizar estas preguntas porque afectan a toda la máquina.

Hay varias herramientas (que podrían no interesar al lector) para aclararse en estos laberintos lógicos. La más antigua, ideada por Bertrand Russell y perfeccionada por el lógico Alfred Tarski, es la idea de nivel u orden lógico de una proposición. Las proposiciones sobre el mundo («El césped es la peluca de mi jardín») se denominan proposiciones de primer orden, mientras que las proposiciones sobre proposiciones de primer orden («Su observación sobre el césped es típica de su obsesión por el pelo») se denominan proposiciones de segundo orden. Las proposiciones de tercer orden son las que se refieren a proposiciones de segundo orden, y así sucesivamente para las proposiciones de cuarto orden, de quinto y de otros metaniveles. Por ejemplo, la afirmación del senador S, que todo lo que él mismo dice es falso, tendría que considerarse una proposición de segundo orden que sólo afecta a sus proposiciones de primer orden, y así se eludiría la paradoja.

Otro método de soslayar paradojas autorreferenciales es el del lógico Saúl Kripke. Éste no asigna un orden fijo a las proposiciones, sino que les deja que lo obtengan de modo natural según las proposiciones que ya se hayan hecho y según los hechos de la situación. La verdad o falsedad de las proposiciones se decide de manera gradual, etapa por etapa, y algunas proposiciones autorreferenciales quedan en el aire.

Construida más ampliamente, la autorreferencia está debajo de nuestro conocimiento básico de todos los procesos sociales. Una larga tradición sociológica que se remonta a Max Weber sostiene que es esencial identificarse con otros para comprender las normativas sociales, dado que dependen tanto de normas humanas (el semáforo en rojo, por ejemplo, significa detenerse) como de principios científicos. El problema es que estas normas de la conducta humana son muy proclives a cumplirse solas y la distinción entre leyes empíricas y convenciones reiterativas es aquí más complicada que en la física. Sin embargo, el discurso social exige que uno se refiera a sí mismo, se identifique con otros e interiorice prácticas sociales. Por muy independientes y dueños de nosotros mismos que nos creamos, hemos de tener en cuenta las acciones y afirmaciones de otros antes de hacer o decir nada. Y al leer el periódico deberíamos tener presente que los metaniveles de una información pueden repercutir en nuestra interpretación de la misma.

Pondré un ejemplo de la facilidad con que podemos perdemos en titubeantes laberintos autorreferenciales. Al comienzo de un cuatrimestre y con cierto talante malicioso comuniqué a mis alumnos una nueva norma: quien rellenara cierta casilla de la hoja del examen sumaría diez puntos a la nota obtenida, siempre y cuando la cantidad de estudiantes que rellenaran la casilla fuera inferior a la mitad de la clase. Si más de la mitad de la clase rellenaba la casilla, rellenarla restaría diez puntos a la nota. Como los estudiantes estaban interesados por su clasificación en clase, incluso los enemigos de los juegos de azar tuvieron que tener en cuenta lo que harían sus compañeros a la hora de resolver si rellenaban la casilla o no. Conforme avanzaba el cuatrimestre aumentó la cantidad de alumnos que rellenaban la casilla, hasta que en determinado examen la rellenó más de la mitad de la clase y estos estudiantes sufrieron la pérdida de diez puntos. Muy pocos estudiantes rellenaron la casilla en los exámenes que siguieron.

Del profesor Martin Shubik, que subastaba dólares entre sus alumnos de Yale, se puede contar una anécdota con una moraleja parecida. Las pujas se producían a intervalos de 5 centavos. Quien más alto pujaba se llevaba el dólar, como es lógico, pero a quien quedaba inmediatamente por debajo en la puja se le obligaba a desembolsar igualmente lo que ofrecía. Por ejemplo, si la puja mayor era de 50 centavos y nosotros íbamos en segundo lugar con 45 centavos, el principal pujante ganaba 50 centavos en la operación y nosotros, si las pujas se detenían aquí, perdíamos 45. Para resultar interesante tendríamos que subir al menos a 55 centavos, pero al otro le convendría aún más elevar su oferta igualmente. De este modo, un dólar se subastaba sin problemas por dos, tres, cuatro o más dólares.

Estas interacciones, evidentemente, son mucho más complicadas en el sinuoso mundo de la política y la economía de empresa, donde las reglas de la interacción no se conocen y se formulan aún menos. Y sin embargo hay otro plano autorreferencial en estos campos. Las convenciones periodísticas impiden a veces que los lectores se enteren bien de los aspectos cruciales de los metaniveles de una noticia porque a los periodistas, por lo general, no se les permite entrar en las intenciones del personaje que motiva la noticia o implicarse en ella.

Por ejemplo, me he visto metido en manifestaciones que eran bastante aburridas hasta que se presentaban las cámaras y los periodistas, momento en que la gente, de súbito, se ponía a gesticular con vehemencia y a barbotar una retórica airada. Este hecho, significativo y hasta cierto punto gracioso, jamás ha salido a relucir en la cobertura informativa de las manifestaciones. Del mismo modo, las propuestas de tal o cual candidato o los comunicados de prensa de tal o cual empresa se reproducen por lo general con las mismas palabras de los candidatos o las empresas, incluso cuando los periodistas presentes saben muy bien que estas declaraciones son interpretaciones cuidadosamente preparadas y cronometradas para aprovechar las convenciones y la ambigüedad periodística.

Un ejemplo relacionado con éste, y en el que me vi superficialmente envuelto, afecta a un profesor, de talante liberal, que proclamó que era racista en una concurrida reunión del claustro de profesores. Con esta ocurrencia quería señalar que casi todo el mundo, él incluso, albergaba algún sentimiento racista y que todos los estudiantes deberían seguir un curso sobre conciencia racial. Otros profesores, advirtiendo que el colega defendía una postura de puritanismo intelectual, replicaron que sólo alardeaba de racista para poner de manifiesto su susceptibilidad ante los temas raciales. Más tarde, unos estudiantes negros, mayoritariamente a favor del curso mencionado, oyeron la información literal que daban los medios informativos —PROFESOR ALARDEA DE RACISTA— y llegaron a la comprensible conclusión de que un profesor había hecho en público alarde de su racismo. Para protestar, organizaron una manifestación.

Más impresionante era aquel otro titular, EL PAPA IMPIDE CEREMONIA JUDIA, que podría ser exacto, pero que confundía igualmente; pues cabía la posibilidad de que el desfile del papa por la ciudad hubiese alterado el tráfico e impedido que los celebrantes llegaran a tiempo a la sinagoga.

No creo que haga falta repetir que estas reproducciones literales pueden ser engañosas. Wittgenstein preguntaba: ¿Qué queda si a la elevación del brazo le resto su movimiento ascendente? La respuesta es la intención del agente, como es lógico. Las intenciones del personaje noticia son con frecuencia parte de la noticia y lo mismo, en ocasiones, el papel que tiene el periodista en ella.

La neutralidad periodística no debería impedir, por ejemplo, que un periodista confesara que una persona partidaria (o enemiga) de un alto funcionario le ha endosado en el aeropuerto una noticia sobre dicho funcionario. Nos faltan muchas indicaciones sobre cómo y quién decide los temas si de manera sistemática se omite la información crítica sobre el papel del periodista en la información. La noticia real suele ser, no la declaración X puesta en boca de Y, sino que Y dijo X con una intención concreta, o que Z quería que Y se vinculase con X, o que W ha utilizado el deseo de Y de vincular Y con X para conseguir sus propios fines, y que el periodista R está relacionado con Y, Z o W, o está al tanto de éstas u otras relaciones, incluso puede que sea Y, Z o W. Lo que me lleva al tema de la complejidad en la información.