Rumores, profecías que se cumplen solas y obsesiones nacionales
Todo el mundo ha oído hablar del dentista de Florida que infectó a seis pacientes, probablemente por casualidad, con el virus del sida. La investigación publicada por Stephen Barr en la revista Lear’s y el material reproducido en marzo de 1994 en las páginas de opinión del New York Times pusieron de manifiesto la existencia de lagunas en el caso contra el dentista. Por lo visto, algunas víctimas, si no todas, podían haber estado expuestas al contagio a causa de otros factores de riesgo. Y los análisis empleados para determinar si dos cadenas de virus son la misma todavía son motivo de polémica y no gozan de aceptación general. Además, el índice de infecciones entre los muchos pacientes del dentista estaba sólo ligeramente por encima del índice general en los dos condados en que vivían las pacientes. Puede que el dentista fuera víctima del miedo irracional desatado por la epidemia del sida.
El filósofo Daniel C. Dennett describe en su libro La conciencia explicada un juego de sociedad que a mi juicio permite un enfoque inusual de éste y otros casos en que hay algo de profecía que fuerza su cumplimiento. Una conocida variante del juego exige averiguar un número arbitrario entre uno y un millón mediante preguntas que hay que responder con un sí o un no. Por cierto, ¿por qué siempre bastan veinte preguntas para averiguarlo?[21] En el más interesante juego de Dennett (al que podrían jugar los lectores con ganas de tomar el pelo a algún amigo) se elige a una persona del grupo, se manda a otra habitación y se le dice que, en su ausencia, uno de los que se quedan contará un sueño reciente. Cuando reaparece la persona, tiene que conseguir dos cosas haciendo al grupo preguntas de sí o no: reconstruir el sueño y averiguar quién lo ha tenido.
La broma está en que nadie ha contado ningún sueño. A los interrogados se les ha de decir que respondan sí o no de acuerdo con una norma arbitraria; Dennett sugiere que las respuestas las determine la mitad del alfabeto a que pertenece la última letra de la última palabra de la pregunta. Todas las normas, sin embargo, se complementarán con una cláusula de no contradicción que estipule que ninguna respuesta contradiga directamente las anteriores.
El sorprendente resultado es que la víctima, impelida por sus propias obsesiones, construye a menudo un sueño obsceno y extravagante a partir de las respuestas aleatorias que recibe. Además, puede que crea que sabe quién ha tenido el sueño, pero en este punto se le descubre el engaño. El sueño, técnicamente hablando, no es de nadie, aunque lo sea de la víctima en cierto modo. Sus preocupaciones dictan sus preguntas, que, aunque al principio se respondan negativamente, reciben con frecuencia una respuesta afirmativa cuando se reformulan más tarde. Estas respuestas afirmativas son las que se siguen.
Hay una serie de experimentos que por lo visto apoyan la tesis de que los sueños y alucinaciones se pueden explicar hasta cierto punto mediante una variante de este juego de sociedad. En ambos fenómenos, la capacidad de generar hipótesis de una persona está intacta, pero las drogas, la privación de sensibilidad o la inconsciencia merman su capacidad de corroborar o desautorizar dichas hipótesis. El resultado es una serie más o menos aleatoria de «respuestas» a las preguntas formuladas implícitamente durante el sueño o la alucinación. Libre de las confrontaciones críticas con la realidad, el soñador o alucinador puede articular sus construcciones con su serie aleatoria de respuestas.
Un razonamiento parecido nos aclara por qué muchos creen tanto las vacuas frases del I Ching o los horóscopos ambiguos. Su idoneidad es un producto propio. Su oscuridad críptica, en efecto, proporciona una serie aleatoria de «respuestas» con que el creyente construye lo que le parece apropiado y útil. Con un poco más de razón tal vez se basan los psicólogos en la cualidad amorfa de las manchas de Rorschach para encontrar pistas de las preocupaciones profundas de una persona.
A riesgo de salimos del tema, supongamos que un fenómeno parecido afecta igualmente a grandes grupos de personas. Las sociedades, como se sabe, no tienen inteligencia, pero en época de crisis —guerra, pánico bursátil, epidemias, disturbios— desarrollan una forma primitiva de cohesión, una semiconciencia que se parece quizá a la de un retrasado mental sumido en un profundo estupor causado por drogas. A causa de la tensión que soporta, dicha sociedad generará temores, esperanzas o angustias indefinidos y su contacto con la realidad será débil. La información periodística durante una guerra u otra crisis tiende a ser, por muchas razones, lamentablemente superficial y esquemática. (Recordemos la información que se nos dio durante la guerra del Golfo Pérsico o el comienzo de la crisis del sida). Lo que la sociedad percibe es vago y general y abre un amplio espacio para el desarrollo del equivalente sociológico de los sueños y las alucinaciones. Las sociedades sin prensa libre ni población culta son particularmente sensibles. Un ejemplo lo tenemos en Guatemala, donde no hace mucho los campesinos agredieron a unas mujeres occidentales porque creían que iban a secuestrar a sus niños. Otro lo tenemos en Ruanda, donde el rumor y la radio propagaban noticias aterradoras que inflamaban y radicalizaban una situación que ya de por sí era insoportable.
La ambigüedad, el azar y la falta de información como respuesta a preguntas y preocupaciones obsesivas pueden, a nivel grupal, generar engaños y espejismos del mismo modo que el juego de sociedad permite que un individuo invente su propia fantasía. La información descriptiva, escéptica y puntillosa se vuelve de máxima necesidad cuando la probabilidad de su existencia es mínima.