La preocupación por el yo, las alusiones al yo y la promoción del yo están más presentes que nunca en la cultura popular y los medios informativos. Y no sólo en la programación diurna de televisión. Según una encuesta Gallup de 1991, la mayoría del 70% de estadounidenses que hojea el periódico diariamente lee las páginas light dedicadas al estilo de vida y los cotilleos, y la separata cotidiana. Además, esta preocupación por el yo rebasa las páginas sobre el estilo de vida; el control de las revueltas, las relaciones públicas y el interés por los medios informativos y la fama desempeñan un papel en todos los dominios, desde el empresarial hasta el de los asuntos internacionales. No se salvan ni siquiera las noticias sobre desastres naturales; durante el reciente terremoto de Los Angeles hubo titulares como EL TERREMOTO NO RESPETA NI EL HOGAR DE NUESTRAS ESTRELLAS. ¿No habría sido noticia un terremoto que pasara de largo ante las casas de los ricos y famosos?

Las páginas de opinión, por su propia naturaleza, no pueden pasar sin cierta cantidad de alusiones al yo. Cuántas exactamente lo dijo The Nation, que en enero de 1994 publicó un artículo que clasificaba a veintidós opinadores y comentaristas políticos del New York Times y el Washington Post según la cantidad de veces que emplearan las palabras yo, me, , conmigo. El primero de la lista era Richard Cohen, con una media de 13,4 autoalusiones por artículo; le seguía Meg Greenfield con 8,4. Ellen Goodman, Anna Quindlen, David Broder y William Safire tenían, respectivamente, 4,1, 3,7, 1,7 y 1,6 puntos. Mary McGrory sólo alcanzó 0,8, y George Will fue el más invisible, con sólo 0,2. ¿Se puede alardear de esta hazaña? Intrigado por la clasificación, conté con el procesador de textos las veces que había utilizado los pronombres de primera persona del singular en diversos apartados de este libro y el resultado fue alrededor de 1,6 veces cada 700 palabras, que es la extensión media de un artículo de opinión. Hay objeciones, como es lógico, a un criterio tan simple, pero que los mismos lectores juzguen.

Desde un punto de vista matemático, este interés por el yo y la complejidad que genera hacen pensar en ciertas ideas de la lógica y la informática. En esta sección se habla de los perfiles de los famosos, de la pronosticación de las primarias presidenciales, de las obsesiones por las costumbres sociales, del análisis partidista de los acontecimientos y del papel del periodista en la descripción de la noticia, de la compresibilidad de la información y de las paradojas e ironías que hay bajo la superficie de algunos artículos. (Recordemos al encuestador que preguntó: «¿A qué atribuye usted la ignorancia y apatía de los votantes del país?», y le respondieron: «Ni lo sé ni me importa»). Hablo también de la idea de un «horizonte de complejidad» individual y grupal y de las muchas facetas de la vida moderna que se presentan tan enrevesadas y complicadas que han tenido que rebasar dicho horizonte. Por último, y como es de rigor, incluyo en esta sección sobre el yo otro interludio personal en que me pongo por encima de Richard Cohen en el uso de pronombres de primera persona.