Aunque la agrupación de noticias pueda ser arbitraria hasta cierto punto, muchos periódicos suelen llevar en la segunda sección noticias locales y del mundo empresarial, y también artículos sobre asuntos sociales. Por tanto, las unidades de esta sección abordan problemas como los que siguen: ¿Son las disparidades estadísticas indicios seguros de racismo? ¿Sirve la selectividad para augurar buenos resultados en la universidad? ¿Son sensibles los antiabortistas a un argumento de reducción al absurdo? ¿Y las armas de fuego, los coches y los índices de mortalidad convergentes que causan unas y otros? ¿Por qué los abogados defensores deberían hacer hincapié en la diferencia entre una afirmación condicional y la afirmación inversa? ¿Cuánto se diferencian los corredores de bolsa de los adivinos? ¿Deberíamos preocuparnos por los teléfonos móviles que causan cáncer cerebral o por los camiones que explotan? ¿Puede utilizarse la aritmética para fomentar las ventas de productos? ¿Se puede cuantificar la novedad? ¿Y qué es realmente local en la actualidad?

Un buen comienzo podría ser la última pregunta. Es verdad que una porción exagerada de gacetillas denominadas noticias locales se dedica a contar delitos, fechorías y otras desgracias regionales. En un núcleo humano más pequeño, estas calamidades no resultan por lo general tan atroces o abominables como las que se producen a escala nacional o internacional y en consecuencia dan una sensación de seguridad relativa: la verdad es que lo malo prolifera en todas partes; en esto estamos todos por encima de la media. Casi todos nos hemos acostumbrado a las noticias habituales sobre el consumo de drogas, los problemas escolares, las huelgas, las malversaciones de fondos, la corrupción civil y cosas por el estilo en el seno de nuestras comunidades. Hemos acabado por esperar determinado índice de homicidios, accidentes de coche y enfermedades. También hemos aprendido que estos índices varían de manera significativa de una vecindad a otra. Según un artículo publicado recientemente en el Philadelphia Inquirer, casi todos los homicidios que se producen en Filadelfia se concentran en tres o cuatro barrios. Los casos de sida en Nueva York están repartidos por toda la ciudad, pero hay una acentuadísima curva de incidencia que afecta sólo a un reducido grupo de códigos postales.

Leer estas cosas tiende a insensibilizamos ante las tragedias subyacentes; perdemos el sentido de la conexión. Nos enteramos del momento, lugar o circunstancias de una desgracia, advertimos que nunca habríamos estado en aquel lugar en aquellos instantes o en aquella situación, y pasamos la página del periódico. Tal vez inconsciente, se trata por otro lado de una actitud totalmente necesaria si no queremos disolvernos en una trémula burbuja de sentimentalismo indiscriminado. No podemos reaccionar ante todos los desastres y en consecuencia buscamos, elegimos y construimos escalas de importancia que no siempre dependen de la contigüidad (ni de nada, para el caso).

Lo geográficamente local se vuelve menos importante; lo económica, cultural y medioambientalmente local aumenta en importancia. Los habitantes de una zona periférica de Filadelfia de clase media alta simpatizan más por lo general con sus homólogos de las afueras de Chicago que con sus conciudadanos del centro de Filadelfia, que, a su vez, pueden solidarizarse más con los habitantes de una zona equivalente de Houston. Los investigadores del departamento de física de una universidad de Arizona estarán más en contacto (por el correo electrónico) con sus colaboradores de Massachusetts que con los colegas del departamento de lengua inglesa, que están al otro lado del campus. Las personas que tienen el mismo origen étnico contactan con más espontaneidad entre sí que con los vecinos de la misma calle.

Esta expansión de lo local no se aplica sólo a las personas. Las chimeneas del Medio Oeste están «cerca» de los lagos de Canadá oriental. Chernobil está «cerca» de Estocolmo. Las películas de Hollywood están en todas partes. La CNN nos trae el mundo a casa. Nace una moda y casi al instante se adopta en la otra punta del continente. Y los titulares que rezan LA PORNOGRAFÍA SUBVIERTE LAS COSTUMBRES CIUDADANAS se confirman en los anuncios informáticos que ofrecen imágenes y literatura «artísticamente» inmejorables.

¿Tiene algo que añadir el matemático a estas perogrulladas? Recordemos el llamado principio de multiplicación. Dice que si uno tiene que optar M veces y cada una de estas opciones tiende a otras N opciones, entonces hay M × N pares posibles de opciones. Y que si cada uno de estos M × N pares de opciones produce otras P opciones, entonces hay M × N × P tríadas posibles de opciones, etc., etc. Así, hay 263 tríadas diferentes de iniciales. Del mismo modo, la cantidad de teléfonos de una zona correspondiente a un mismo prefijo territorial no rebasa en Estados Unidos los ocho millones: ocho dígitos posibles para la primera posición (0 llama al servicio y 1 es para las conferencias), más diez dígitos posibles para la segunda posición, la tercera, la cuarta, la quinta, hasta un total de 8 × 106. Hay otras limitaciones que afectan a ciertos números posibles, pero las pasaremos por alto y nos limitaremos a señalar que la operación explica por qué son inevitables los prefijos territoriales. Por cierto, dados las limitaciones de la compañía telefónica y el principio de multiplicación, ¿cuántos prefijos territoriales puede haber?[9]

Sirviéndonos del principio de multiplicación y de ciertos presupuestos empíricos de sentido común es posible demostrar que dos adultos estadounidenses elegidos al azar están mediatizados por dos personas casi el 99% del tiempo. (Oscar y Myrtle están relacionados de este modo si existen otros dos ciudadanos X e Y tales que Oscar conoce a X, éste conoce a Y y éste conoce a Myrtle. Hay que definir el verbo conocer, desde luego, y no hace falta que Oscar y Myrtle estén al tanto de esta conexión). Las cifras variarán, pero hay resultados equivalentes válidos para todos los ciudadanos del mundo. La moraleja es la misma: lo local y regional ya no son lo que eran y no debería sorprendemos lo estrechamente que estamos relacionados.

Esta idea de cuantificar los vínculos entre las personas se puede desarrollar un poco. En un conocido experimento, el psicólogo Stanley Milgram formó al azar diversas parejas de adultos estadounidenses, denominando a uno «origen» y al otro «objetivo». Dio a cada origen el nombre y dirección de un objetivo e indicó al origen que remitiera una carta al compatriota que, desde su punto de vista, más probabilidades tuviera de conocer al objetivo. Indicó igualmente que se incluyera una carta secreta indicando al destinatario de la carta del origen que hiciese lo mismo. El proceso continuaba hasta llegar al objetivo. (Si el objetivo vivía en Seattle, por ejemplo, es posible que el origen hubiera enviado la carta a un conocido de Portland, que a su vez es posible que la remitiese a un individuo de Tacoma que, a su vez, podía tener un cuñado que…). Milgram averiguó que la cantidad de mediadores entre el origen y el objetivo oscilaba entre dos y diez, y que cinco era la cantidad más frecuente. Este análisis empírico es más revelador incluso que un argumento probabilístico a priori sobre la simple existencia de dos mediadores y explica hasta cierto punto por qué la información privada, los chismes y los chistes se propagan tan rápidamente entre la ciudadanía. La cantidad de mediadores sería menor si el origen tuviera más información sobre el objetivo.

No sé cómo podrían articularse las investigaciones que lo confirmen, pero sospecho que la cantidad media de nexos vinculadores de cualquier par de personas se ha reducido durante los últimos cincuenta años. Además, esta cantidad seguirá menguando a causa de los progresos en comunicación y a pesar del crecimiento demográfico. (La definición de nexo, relación o vínculo es básica también aquí y ha de ser muy generosa para que esta conjetura sea verdadera). Consecuencia de ello es que estamos expuestos a más carnicerías y desastres que en ningún otro momento de la historia, y esto consolida la insensibilidad ante los mismos de que hablábamos más arriba.

A menudo podemos hacemos una idea de una colectividad (empresa, ciudad, escuela) dibujando un gráfico o diagrama que reproduzca los vínculos profesionales y personales de sus miembros. Pero estas colectividades localizadas no son islas y, si no podemos trazar un gráfico más ambicioso que las vincule con entidades mayores y con sus miembros en otras dimensiones, al menos podemos imaginarlo. Ampliemos el gráfico e imaginemos, en la última etapa de este experimento hipotético, a los 5600 millones de personas que vivimos en el planeta y los nexos que nos vinculan de mil maneras: empleo, actividad profesional, intereses, geografía, aspecto físico, religión, etc. Nos fijaremos en detalles de nuestra propia colectividad local y habrá coherencia visible en más agrupaciones diferentes, pero siempre será invisible para nosotros la mayor parte de este gráfico enrevesadamente laberíntico.

No obstante, podría ser interesante definir nódulos particularmente activos de esta red si reparamos en que son poderosos o importantes en otro sentido. Imaginemos a este fin que medimos la frecuencia intercomunicativa de dos nódulos cualesquiera y contamos la cantidad de vínculos posibles que pueden establecer por vía monofásica o bifásica. Un nódulo vinculado por muchos canales monofásicos o bifásicos con millones de nódulos diferentes se puede calificar de importante. Las nuevas modalidades comunicativas como C-Span e Internet añaden más canales al gráfico y rearticulan formas organizativas. Creo que este gráfico descomunal y su constelación de subgráficos son una metáfora útil que nos invita a reflexionar sobre este mundo de creciente interrelación.

Pensemos, por ejemplo, en el subgráfico sexual que conecta a dos personas, por ejemplo George y Martha, siempre que haya una sucesión de mediadores articulada de tal modo que George haya tenido relaciones con A, que a su vez las haya tenido con B, que a su vez las haya tenido con C, etc., hasta llegar a Martha. Si ponemos a todas las personas conectadas entre sí de este modo en el mismo grupo, esta forma de relacionarse divide a la población de Estados Unidos en grupos aislados. Creo que hay personas solteras que son por sí solas grupos unipersonales específicos; muchas parejas monógamas que jamás han tenido relaciones sexuales con otras personas constituyen sus propios grupos bipersonales; son relativamente pocos los grupos con tres, cuatro, cinco o más miembros; y luego el resto de la población adulta de Estados Unidos en un vasto grupo compuesto por unos 100 millones de miembros. La inmensa mayoría de este último grupo no es promiscua. El tamaño descomunal del grupo procede de nuestra interrelación.

¿Y en qué punto encaja aquí nuestro mundano periódico? Podemos concebir idealmente que se dedique a describir y dilatar los principales nódulos y autopistas conectoras de una sección de esta red tan compleja como inimaginable que nos relaciona a todos. Concebir así un periódico puede ser una extravagancia, pero contrarresta las concepciones no menos extravagantes que hacen de los periódicos un glorificado registro de las actividades de la policía o un simple instrumento de tal o cual grupo de poder.

Volviendo a la redacción del periódico de mi ciudad donde comencé este complicado viaje, advierto que decidir qué nódulos y autopistas locales hay que abordar depende de convenciones estrictamente periodísticas (moduladas por la valentía, los intereses legítimos y la pasión). Como en el caso de las noticias nacionales, que se concentran casi exclusivamente en la presidencia y los órganos de gobierno, las noticias locales convencionales se centran de manera exagerada en ciertos lugares comunes. Como ya se dijo, está la exclusiva municipal, alrededor del alcalde y los diversos funcionarios del poder local. La Junta de Educación y el Departamento de Policía están también en las encrucijadas de muchos canales públicos, y para conseguir una noticia a los periodistas suele bastarles con estar por allí cerca. Las empresas locales ni son públicas ni están centralizadas, de modo que hay mucha menos información periodística sobre este sector que en las épocas de inestabilidad laboral. También aparecen semblanzas de personalidades locales, procedentes de una variedad de terrenos y de una manera desproporcionada de los mismos medios informativos locales. Pero cuando se llega a las noticias geográficamente locales, la cantidad de respuestas al Dónde periodístico es lamentablemente pequeña y por lo general coinciden con cualquiera de los cuatro o cinco lugares típicos.