Ambigüedad y modelos no estándar
La promesa de que «no habrá más impuestos» se puede cumplir con facilidad si redefinimos el concepto de impuesto. La misma técnica podría emplearse para cantar victoria en la legislación sanitaria, en la reforma de las ayudas sociales y en un sinfín de asuntos. Saber cuándo hay que redefinir los términos, cuándo hay que interpretarlos libremente y cuándo hay que abordarlos de manera textual es parte del oficio del político, imprescindible, como dijo George Orwell, «para dar una fachada de solidez al viento».
Al defender la integridad de su mujer, atacada por haber recibido un presunto trato preferente en sus gestiones personales, el presidente Clinton afirmó que su señora era la persona más sincera que conocía. El senador neoyorquino Alphonse D’Amato, no ajeno a la polémica y uno de los principales críticos de la Primera Dama, replicó que el presidente había dicho literalmente la verdad. Igual que aquel profesor de lógica que, cuando se detuvo el ascensor en que iba y al abrirse las puertas le preguntaron si subía o bajaba, respondió que sí. Ambigüedad, literalidad, ironía, redefinición: he aquí los elementos de la ingeniosa interpretación que constituye el aspecto más característico del discurso político.
Uno de mis ejemplos favoritos procede del mundo de la minipolítica, conocido también por mundo académico. Se trata de una carta de recomendación deliciosamente equívoca:
«Me pide usted mi opinión sobre X, que ha solicitado una plaza en su departamento. No tengo palabras para elogiarle ni para enumerar sus merecimientos. No hay entre mis alumnos ninguno que se le pueda comparar. Su tesis, que pone claramente de manifiesto su capacidad, es de las que no abundan en nuestros días. Le asombrará la cantidad de conocimientos que domina. Será usted muy afortunado si lo hace trabajar en su departamento».
¿Y qué tienen que decir las matemáticas sobre la ambigüedad? Bueno, apoyan teóricamente la idea de que no es fácil identificar y eludir la ambigüedad. La verdad es que uno de los problemas que tienen que afrontar los matemáticos a la hora de idear las series de expresiones que caracterizan los objetos matemáticos, por ejemplo la serie de los números enteros, es descartar las interpretaciones alternativas. Los lógicos llaman modelos no estándar a estas interpretaciones alternativas. Por ejemplo, los matemáticos podrían proponer que los números enteros se definieran como un conjunto de objetos con operaciones + y × definidas en él y que cumple ciertos axiomas, como X + Y = Y + X, X(Y + Z) = (X × Y) + (X × Z), etc. Se llevarían una sorpresa cuando descubrieran la multitud de cosas que también cumplen estos axiomas y que nada tienen que ver con lo que se entiende normalmente por número. Las llamadas geometrías no euclídeas, útiles en campos tan dispares como la navegación y la teoría de la relatividad, pueden considerarse inesperados modelos no estándar de (algunos de) los postulados de Euclides.
Las interpretaciones y los modelos no estándar tienen un papel no sólo en la política y en las matemáticas, sino también en el humor. Un viejo chiste que viene como anillo al dedo en un libro sobre periódicos es aquél que dice: «¿Qué es lo que, siendo sólo blanco y negro, pone de todos los colores?». Las cebras heridas son un conocido modelo no estándar. Otro afecta al tejano que fanfarroneaba ante un miembro de un kibbutz israelí a propósito de las dimensiones de su rancho, subrayando que tardaba un día entero en recorrerlo con el vehículo todoterreno. El israelí le replicó que también él había tenido un vehículo todoterreno en cierta ocasión. Y a aquel hombre que respondió a un anuncio informatizado de una agencia de contactos, y manifestó que buscaba una pareja amante de la compañía y de los deportes de invierno, discreta en el vestir y baja de estatura; y lo emparejaron con un pingüino.
Si concretar ideas, incluso dentro de las ciencias exactas, es tan difícil, y si el humor es muchas veces el fruto de esta impotencia, no hay que asombrarse de que el humor y la política se paseen tan estrechamente abrazados. No es casualidad que apodos como Dick Trampas, Ron Teflón y Willie Películas aparezcan adheridos regularmente a los principales políticos del país.