Bosnia: ¿Vietnam o la segunda guerra mundial?

Disponibilidad psicológica y efectos ancla

La literatura psicológica contiene muchos trabajos sobre el llamado error de disponibilidad, un fenómeno que veo muy difundido en los medios de información. Descrito en primera instancia por los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman, no es más que la fuerte disposición a emitir juicios o valoraciones a la luz de lo primero que pasa por la cabeza (o que está «disponible» para la cabeza).

¿Hay más palabras que empiecen por erre que palabras con esta letra en tercer lugar? ¿Y qué hay de la k? La mayoría supone equivocadamente que hay más palabras que empiecen por erre que con esta letra en tercer lugar, porque vocablos como rico, real y rimbombante son más fáciles de recordar (recordar también entra) en este contexto que términos como faro, cartel, torpedo y términos.

Tenemos otro caso en un grupo de personas a las que los psicólogos dicen que memoricen una serie de palabras que comprenda cuatro de elogio: osado, seguro, independiente y tenaz, A otro grupo se le dice que memorice una lista parecida, pero sustituyendo las palabras elogiosas por temerario, ufano, reservado y tozudo. Los dos grupos pasan a continuación a un ejercicio claramente distinto: leer un artículo en cierto modo ambiguo a propósito de un joven al que luego se les pide que valoren. El primer grupo tiene una opinión mucho más elevada del joven que el segundo, probablemente porque tiene más a mano las palabras de elogio que todos acaban de memorizar. (Cualquiera puede explotar estas asociaciones transitorias. Después de advertir que el aceite de oliva procede de las aceitunas prensadas, el aceite de palma del fruto de la palma prensado y el aceite de cacahuete de los cacahuetes machacados, Lily Tomlin preguntó por el origen del aceite infantil).

Y cuando la gente lee una lista de nombres, la mitad masculinos, la otra mitad femeninos, piensa que casi todos son masculinos si entre éstos hay nombres famosos. Por otro lado, si algunos nombres femeninos son famosos (y no lo es ninguno masculino), la gente tiende a pensar que casi todos los nombres que ha leído son femeninos.

Como se verá en la siguiente sección, el material que acaba de presentarse o que es emocionalmente evocativo, dramático o concreto está, en términos generales, más disponible que el antiguo, emocionalmente neutro, aburrido o abstracto. La emoción de robar un coche a punta de pistola o de pasar de contrabando un producto intensifica más de la cuenta la inquietud que estos acontecimientos deberían producir. Por el contrario, las defunciones por apoplejía y enfermedades del corazón son tan corrientes que pasan casi inadvertidas. Los casinos son otro ejemplo interesante. Compárense las campanillas y luces que acompañan incluso las ganancias más insignificantes con la silenciosa invisibilidad de las pérdidas más sonadas.

O pensemos en la forma de presentar las preguntas en los sondeos de opinión. La agencia Yankelovich formulaba la siguiente pregunta (no ideada por la agencia, sino tomada de un cuestionario Ross Perot): ¿Tendría que haber leyes que eliminaran toda posibilidad de que los grandes grupos financieros entreguen elevadas sumas de dinero a los candidatos? El 80% de la muestra respondió que sí, el 17% que no. La misma agencia planteó luego otra pregunta: ¿Tendría que haber leyes que impidieran a los grandes grupos económicos financiar las campañas o tienen derecho estos grupos a financiar al candidato que apoyan? En este caso, sólo el 40% respondió que sí, mientras el 55% respondió que no. Es posible que la segunda pregunta, menos provocativa, hiciese más disponible la opinión contraria.

Abramos cualquier periódico y seguro que vemos artículos y reportajes de interés nacional que se asimilan intensamente contaminados por episodios del pasado con los que sólo tienen un parecido superficial, pero que están psicológicamente a mano. Un periódico contiene un informe de la situación en Bosnia que casi incita manifiestamente a los lectores a que adviertan el parecido con el genocidio nazi. Por otro lado, un funcionario de la administración evoca otra época sutilmente emparentada, el cenagal de Vietnam (una frase tan repetida que tendría que unirse con guiones). Como la vinculación del presidente y de la señora Clinton con Whitewater encaja aproximadamente en la categoría de «escándalo presidencial», la semejanza con el caso Watergate acude a las mientes. Un artículo nos dice que la mayoría de los estadounidenses está a favor de que flagelen a un adolescente estadounidense condenado por vandalismo en Singapur. La crueldad de esta práctica se ve contra el telón de fondo (que en cierto modo la suaviza) del galopante índice de delincuencia que hay en aquel país. Tienta encogerse de hombros ante la flagelación cuando la comparamos con la cantidad de turistas extranjeros que matan allí.

Cuándo y junto a qué se publica un artículo también influye mucho en nuestra interpretación del mismo, y esto, es necesario decirlo, depende en buena medida de la suerte. ¿Ha sido un día tranquilo? ¿O ha habido un acontecimiento sensacional que ha eclipsado todo lo restante (como hizo el notición de O. J. Simpson con la misión de paz de Jimmy Cárter en Corea del Norte)? ¿Despierta el artículo el eco de otra información reciente? ¿O recuerda un acontecimiento del pasado ante el que el público reaccionó sin medias tintas, a favor o en contra? El apaleamiento de la patinadora olímpica Nancy Kerrigan traía a la memoria el apuñalamiento de la tenista Monica Seles y los espionajes que sufren algunas actrices conocidas, y en consecuencia estábamos predispuestos a creer que el apaleador era un entusiasta del deporte obsesionado por la señora Kerrigan.

El error de disponibilidad se adentra imperceptiblemente en aguas más profundas. Los modelos aplicables en un cierto campo suelen ser inútiles en otro que se le parece de manera superficial. La competencia entre empresas, por ejemplo la Coca Cola y la Pepsi Cola, se toma como modelo de la competencia entre países, por ejemplo Estados Unidos y Japón. Como ha señalado el economista Paul Krugman, es una comparación que trae cola. Sólo una pequeña parte de las ventas de la Pepsi Cola y la Coca Cola va a parar a los trabajadores de estas empresas. Los beneficios de una suelen ser las pérdidas de la otra. La economía estadounidense, incluso en esta época de interconexión total, produce bienes y servicios que son en amplísima medida (el 90%) para su propio consumo y no ha salido necesariamente perjudicada del auge de la economía japonesa. El comercio internacional dista de ser un juego de suma cero.

No hay forma humana de que los lectores escapen a la tendencia a caer en equivalencias y comparaciones fáciles. Una información más compleja ayudaría, pero este enfoque de la cuestión tiene limitaciones inevitables. Un antídoto más flojo pero más práctico es buscar conscientemente interpretaciones o asociaciones que socaven la que ya se nos desliza por la lengua. Aunque los veamos muy parecidos en la superficie, ¿en qué sentido son realmente diferentes los acontecimientos en cuestión? ¿Cómo poner la información en un contexto más neutral? ¿Qué es importante y qué secundario? Podría decirse que es absurdo oponerse a nuestra predisposición a buscar semejanzas; a fin de cuentas, está en la naturaleza humana. Lo malo de esta opinión es que demuestra demasiado. También el racismo, por ejemplo, podría considerarse natural.

Hay por último un par de pruebas del error de disponibilidad que también tienen consecuencias para los periodistas y los lectores. Una es el efecto aureola: la tendencia a juzgar a una persona o un grupo según una característica sobresaliente. Se han enviado a revistas académicas trabajos de investigación idénticos en todo menos en los prestigiosos títulos del autor y, como era de esperar, los han rechazado. El mismo fin han tenido algunas novelas escritas por autores famosos que las han enviado a los editores firmadas con seudónimo. La importancia del efecto aureola en la información salta a la vista. Explica también en parte por qué tantos expertos en la televisiva Nightline, por ejemplo, hayan estudiado en Harvard y Yale.

El nombre de otra grieta de nuestra racionalidad es el efecto ancla y lo puede comprobar cualquier persona dispuesta a formular unas cuantas preguntas. Puede verse en ciertos estudios en que se decía a los sujetos que calcularan la población de Turquía. Antes de responder, se les ponía delante un número y se les preguntaba si el número imaginado por ellos era superior o inferior. Entre los que vieron previamente la cantidad de 5 millones, la estimación media fue 17 millones; los que tuvieron ante sí la cantidad de 65 millones dieron una estimación media de 35 millones. Como han demostrado Tversky, Kahneman y otros, las personas quedan «ancladas» a la primera cantidad que se les dice y, aunque al apartarse de ella avanzan en la buena dirección, son reacias a alejarse demasiado. (Turquía tenía unos 50 millones de habitantes cuando se llevó a cabo el experimento). El lector puede hacer la prueba por sí mismo. Utilizando anclas de 2 y 100 millones, he obtenido buenos resultados con Argentina, que tiene unos 33 millones de habitantes.

En el curso de una prueba parecida, más matemática, de los efectos ancla, se pidió a un grupo de sujetos que calculase 1 × 2 × 3 × 4 × 5 × 6 × 7 × 8 y al otro que calculara 8 × 7 × 6 × 5 × 4 × 3 × 2 × 1. El valor medio de las suposiciones del primer grupo fue 512 y el del segundo 2.250. Una vez más, el efecto ancla, el ajuste insuficiente por encima o por debajo de un valor dado inicialmente, explica la discrepancia. El primer grupo se pone a multiplicar 1, 2, 3, etc., y su estimación queda de algún modo anclada a estos números bajos, mientras que el otro grupo empieza por los números mayores. (Los dos grupos, por cierto, subestimaron gravemente el producto, 40320).

En resumen: la costumbre de acumular información acríticamente tiende a afianzar la sabiduría convencional. Está demasiado anclada en «lo que todo el mundo sabe», en las comparaciones simplistas, en cualquier cosa que esté psicológicamente a mano.