Unos minutos más tarde Agatha abría rápidamente la puerta de la casa y salía como un rayo para recibirnos.
—¿Dónde os habíais metido? ¡Brad y yo estábamos muy preocupados!
Nos empujó hacia el interior de la casa, meneando la cabeza, hablando con nerviosismo, aunque contenta de que hubiéramos regresado sanos y salvos.
Nuestra prima nos pidió que nos secáramos y nos vistiéramos con ropa limpia.
Cuando nos reunimos con Agatha y Brad en la cocina, ya había dejado de llover. Tomamos una taza de leche caliente. A través de los cristales de la ventana llegaba el silbido del viento y el ruido de la lluvia.
—Muy bien. Ahora explicadnos todo lo sucedido —dijo Brad—. Agatha y yo estábamos muy preocupados de que estuvierais por ahí con esta tormenta.
—Es que es una historia muy larga —empecé, sujetando la taza con ambas manos—. No sé por dónde empezar.
—Hazlo por el principio —dijo Brad con tranquilidad—. Es la mejor manera.
Terri y yo les explicamos lo mejor que pudimos la historia de los tres hermanos fantasmas, el viejo y la misteriosa cueva. Mientras hablábamos, me di cuenta de que la expresión de sus caras cambiaba por momentos.
Me di cuenta también de que realmente habían estado muy preocupados por nosotros y un poco enfadados por haber desoído sus consejos y haber corrido tantos riesgos.
Cuando acabé el relato, la habitación se quedó en completo silencio. Brad miró fijamente las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal de la ventana. Agatha carraspeó pero no pronunció una sola palabra.
—Lo sentimos mucho —dijo Terri, rompiendo el silencio—. Espero que no os enfadéis con nosotros.
—Lo que importa es que estáis sanos y salvos —nos tranquilizó Agatha.
Se levantó, se dirigió hacia mi hermana y le ofreció una taza de leche caliente. Después fue hacia mí con los brazos extendidos, pero de repente se detuvo al oír un ruido que venía de fuera. Eran los ladridos de un perro.
Terri se encaminó rápidamente hacia la puerta y la abrió.
—¡Mira, Jerry! —gritó—. Es el perro de Harrison Sadler. Consiguió salir a tiempo de la cueva. Debe de habernos seguido hasta aquí.
Me dirigí hacia la puerta abierta de la entrada. El animal estaba completamente empapado, con el pelo gris revuelto.
Terri y yo nos agachamos para acariciarlo pero el animal se retiró y empezó a gruñir.
—Tranquilo, chico —le dije—. Has pasado mucho miedo, ¿verdad?
El perro me miró y empezó a ladrar. Terri se puso en cuclillas e intentó calmar al animal, pero éste se apartó bruscamente de ella y continuó ladrando con furia.
—¡Eh, que soy tu amigo! —exclamé—. ¿No te acuerdas? No soy ningún fantasma.
Terri se volvió hacia mí sorprendida.
—Tienes razón. Nosotros no somos fantasmas. ¿Por qué se comporta de este modo?
Yo me encogí de hombros.
—Tranquilo, chico. Tranquilo —le dije.
El perro pasó de mis palabras y continuó ladrando y aullando. Yo me di la vuelta y vi que Brad y Agatha estaban acurrucados contra la pared de la cocina, con cara de terror.
—Son Brad y Agatha —le dije al chucho—. Son buena gente. No te harán daño.
Tragué saliva. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Ya sabía por qué el animal estaba ladrando de ese modo. Era precisamente por Agatha y Brad.
Agatha se acercó a la entrada de la casa, señalando amenazadoramente con el dedo.
—¡Eres un perro malo! —gritó—. ¡Perro malo! ¡Ahora también has desvelado nuestro secreto!
Terri se quedó sin aliento al comprender lo que Agatha estaba diciendo.
Agatha cerró de golpe la puerta de la cocina y se volvió hacia Brad.
—Es una pena que haya aparecido este maldito perro —le dijo moviendo furiosa la cabeza—. ¿Qué hacemos ahora con esos dos niños, Brad? ¿Qué hacemos con ellos?