La llama de la antorcha se fue debilitando hasta apagarse del todo. Me quedé sin aliento. Sentía que los cuerpos se movían arrastrándose sobre el mojado suelo rocoso de la cueva.

También oía las siseantes súplicas de los tres fantasmas, cada vez más cerca.

Entonces una mano fría agarró la mía. Chillé aterrorizado hasta que oí una tenue voz que me decía:

—¡Jerry… corre!

Era Terri.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, mi hermana me empujó hacia fuera en la penumbra. Salimos al montículo rocoso y resbaladizo mientras la lluvia empapaba nuestros cuerpos.

—¡Corre! ¡Corre! —gritó Terri con mirada asustada y sin soltarme de la mano en ningún momento—. ¡Corre! ¡Corre!

Aquellas palabras se convirtieron en un ruego desesperado.

Mientras intentábamos deslizamos entre las rocas, el estallido de un trueno ahogó los gritos de Terri. El suelo empezó a temblar y me resultaba difícil controlar las piernas. Solté un chillido de horror al darme cuenta de que aquel estrépito no procedía de un trueno.

Casi cegados por la lluvia, nos giramos a tiempo para vislumbrar cómo las rocas de la cueva empezaban a rodar montaña abajo.

Probablemente el desprendimiento se debía al fuerte azote de la lluvia y el viento. Las enormes piedras se resquebrajaban produciendo un enorme estruendo, chocaban unas con otras y rodaban hacia abajo, una después de otra, golpeando con fuerza el rocoso saliente.

Finalmente, la boca de la oscura cueva quedó completamente bloqueada.

Me protegí los ojos de la lluvia con las manos, me quedé mirando fijamente la caverna… y esperé por si salía alguien.

Pero nada se movió. No vi a los niños fantasmas ni al hombre.

Harrison Sadler había perdido su vida para capturar a los fantasmas.

La cueva se iluminó bajo la luz de un relámpago.

En aquel momento era yo quien tenía que sacar a Terri de aquel lugar espantoso.

—Vámonos de aquí —le ordené.

Pero ella permanecía de pie, inmóvil, con la mirada fija en la caverna completamente cerrada para siempre.

—Terri, por favor. Vámonos. Todo ha terminado. —Le rogué, cogiéndola con fuerza—. El misterio está resuelto. La pesadilla ha terminado.