«¡Un monstruo! —pensé—. ¡Un monstruo fantasma!».

Parecía murmurar en voz baja, y sus amenazadores gruñidos se oían cada vez más cerca. Movía la cabeza de un modo extraño, y cuando la luz de la antorcha iluminó aquella criatura aparecieron dos fulgurantes ojos de color sangre.

—¡Ah! —exclamé aliviado al descubrir que se trataba de un perro. Era un pastor alemán bastante flaco.

El animal se detuvo a unos pocos metros de nosotros. Cuando vio a Harrison enseñó los colmillos, y sus gruñidos se convirtieron en feroces amenazas.

«Los perros reconocen a los fantasmas —recordé—. Los perros reconocen a los fantasmas».

Los ojos del perro reflejaron la luz rojiza de la antorcha al girarse hacia Louisa y sus hermanos. Se alzó sobre sus patas traseras y empezó aladrar.

—¡Son ellos los fantasmas! —exclamó Harrison Sadler triunfante dirigiéndose a nosotros mientras señalaba a los chicos.

El enorme perro, sin dejar de gruñir, se abalanzó sobre Sam, que lanzó un chillido de terror e intentó protegerse con los brazos. Los tres Sadler intentaron refugiarse, penetrando un poco más en la cueva.

El perro no cesaba de ladrar furioso, mostrando sus afilados colmillos.

—Vosotros… vosotros… ¿Sois realmente los fantasmas? —pregunté vacilante.

Louisa dejó escapar un suspiro de impotencia.

—¡Nunca hemos tenido la oportunidad de vivir! —exclamó entre sollozos—. ¡El primer invierno fue terrible! —Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y me di cuenta de que Nat también estaba llorando.

El animal continuaba ladrando ferozmente. Los tres hermanos penetraron más en la oscura caverna.

—Vinimos en barco hasta aquí con nuestros padres para empezar una nueva vida —explicó Sam con voz trémula—, pero fallecimos por culpa del frío; ¡fue muy injusto!

Empezó a llover de nuevo y el viento empujó el agua hacia el interior de la cueva. La llama de la antorcha osciló tanto que parecía que iba a apagarse.

—¡Jamás tuvimos la oportunidad de vivir! —chilló Louisa.

Los truenos retumbaban, y por un instante tuvimos miedo de que la cueva se derrumbara.

Me quedé mirando fijamente a Sam, Nat y Louisa, y me di cuenta de que su aspecto empezaba a cambiar. Primero se les desprendieron los cabellos, que cayeron al suelo. Después la piel se les empezó a caer a tiras. Al final sólo quedaron tres calaveras que nos miraban a Terri y a mí con sonrisa burlona, a pesar de no tener ojos.

—¡Venid con nosotros, primos! —susurró la calavera de Louisa con las manos extendidas hacia nosotros.

—¡Venid con nosotros! —repitió Sam mientras sus mandíbulas descarnadas se movían para articular las palabras—. Cavamos aquellas preciosas tumbas para vosotros. No tengáis miedo. Venid…

—¡Venid a jugar con nosotros! —suplicó la calavera de Nat—. Quedaos y jugad conmigo. No quiero que os marchéis. ¡Nunca!

Los tres fantasmas se dirigieron hacia nosotros, con sus esqueléticas manos intentando desesperadamente alcanzarnos a Terri y a mí.

Se me cortó la respiración y me tambaleé hacia atrás. Vi que el asustado Harrison retrocedía vacilante.

Entonces, la antorcha empezó a oscilar.