—¡Aaah! —Nat soltó un chillido aterrador y se agarró con fuerza a su hermana. Sam y Louisa se quedaron paralizados como estatuas. La titilante luz de la antorcha iluminaba la expresión de terror en sus caras.
Harrison Sadler permanecía de pie en la entrada de la cueva, bloqueando la salida. Sus ojos oscuros y hundidos no se apartaban ni por un instante de cada uno de ellos.
Detrás de él, la lluvia seguía cayendo con fuerza en medio del brillante resplandor de los relámpagos.
De pronto dirigió su atención hacia mí y hacia mi hermana.
—Vosotros sois los que me habéis traído a los fantasmas —dijo.
—¡Usted es el fantasma! —chilló Sam.
Nat no paraba de gimotear mientras rodeaba fuertemente con los brazos la cintura de su hermana.
—Ya habéis aterrorizado a la gente durante demasiado tiempo —dijo el hombre a los tres niños temblorosos—. Durante más de trescientos años. Ha llegado el momento de que abandonéis este lugar, de que descanséis para siempre.
—¡Está loco! —gritó Louisa dirigiéndose a mí—. ¡No lo escuchéis!
—No dejéis que os engañe —añadió Sam suplicante—. ¡Miradle! ¡Mirad sus ojos! ¡Mirad dónde vive, completamente solo en esta oscura caverna! Es él el fantasma que ha vivido durante trescientos años. ¡Os está mintiendo!
—¡No nos haga daño! —imploró Nat, agarrándose a Louisa con más fuerza—. ¡Por favor, no nos haga daño!
De repente empezó a amainar la lluvia. El agua salpicaba las rocas de fuera y las gotas caían sin cesar en la entrada de la cueva. A lo lejos se oyó el eco de un trueno. La tormenta se estaba desplazando finalmente hacia el mar.
Me giré hacia mi hermana y me di cuenta que tenía una extraña expresión… ¡Estaba sonriendo!
Al instante se dio cuenta de que la estaba observando.
—Al fin tenemos la respuesta —susurró.
Fue entonces cuando de pronto supe por qué había accedido mi hermana a regresar a aquel horripilante lugar. Lo que en realidad deseaba era enfrontarse de nuevo a aquel espantoso ser. Terri quería resolver el misterio. Necesitaba resolverlo.
¿Quién podía ser el fantasma? ¿Sería Harrison Sadler, o nos estaría diciendo la verdad? ¿Y si nuestros tres amigos eran los fantasmas?
«Mi hermana está completamente loca», pensé sacudiendo la cabeza. Estaba arriesgando las vidas de todos nosotros sólo para conseguir lo que quería: resolver el misterio.
—Déjenos marchar —dijo Sam a aquel hombre, interrumpiendo mis pensamientos—. Si nos deja marchar no le contaremos a nadie que hemos visto un fantasma.
Una ráfaga de viento penetró en la cueva e hizo oscilar la llama de la antorcha. Los ojos de Harrison parecían todavía más oscuros.
—He esperado demasiado tiempo este momento —dijo pausadamente.
De repente Louisa se volvió hacia Terri.
—¡Ayúdanos! —chilló—. Tú nos crees, ¿verdad?
—Sabes que somos seres humanos y no fantasmas —dijo Sam dirigiéndose a mí—. Ayudadnos a escapar de él. Es diabólico, Jerry. Hemos sido víctimas de su maldad durante toda nuestra vida.
Mis ojos se clavaron en Harrison, y luego en los tres muchachos.
¿Quién estaría diciendo la verdad? ¿Quién estaría vivo y, sobre todo, quién había estado muerto durante trescientos años?
El rostro de Harrison se alzó tras la temblorosa luz de la antorcha que sujetaba con una mano, mientras con la otra se retiraba un mechón de largos cabellos de la frente. Luego juntó los labios y lanzó un largo y agudo silbido.
Me dio un vuelco el corazón y durante un rato me costó respirar. ¿Qué hacía? ¿Por qué silbaba de aquel modo tan espeluznante?
Se detuvo unos instantes y continuó de nuevo.
Oí el ruido de unos pasos ágiles y rápidos que retumbaban sobre el suelo rocoso de la cueva. Entonces vislumbramos entre las sombras la figura de algo que se acercaba a grandes zancadas.