Terri se dirigió hacia la playa. Yo corrí para alcanzarla. Los Sadler nos seguían de cerca, hablando animadamente.

De repente la noche parecía más oscura, como si alguien hubiera atenuado la luz. Levanté la vista, buscando la luna llena, pero ésta había desaparecido tras unas espesas nubes.

Me cayó una enorme gota sobre el hombro, y luego otra sobre la cabeza.

El viento arreciaba a medida que nos acercábamos al océano.

—¿Es que te has vuelto loca? —le susurré a mi hermana mientras caminábamos sobre la gruesa arena que conducía a la cueva—. ¿Cómo has podido acceder a hacer esto?

—Debemos resolver este misterio de una vez por todas —replicó Terri, levantando la vista hacia la cueva, que aparecía entre la oscuridad de las rocas.

No se veía ninguna luz ni señal alguna del fantasma.

—Te recuerdo que no se trata de uno de nuestros estúpidos libros de misterio —la regañé enfadado—. Esto es la vida real y podemos correr un gran peligro.

—Ahora ya no podemos volver atrás —respondió ella con voz enigmática. Después dijo algo más, pero el fuerte viento del océano se llevó sus palabras.

La lluvia empezó a caer con más fuerza. Las gotas eran cada vez más grandes.

—Ya está bien, Terri —le rogué—. Es mejor que regresemos. Digamos a los demás que hemos cambiado de opinión. —Ella negó con la cabeza—. Al menos podríamos regresar a casa para explicarles todo a Agatha y Brad —le supliqué—. Podemos atrapar al fantasma mañana. Quizá durante el día…

Terri continuó avanzando, cada vez más deprisa.

—Tenemos que resolver este misterio —repitió de nuevo—. Esas dos sepulturas me asustan mucho. Necesito descubrir la verdad.

—¡Pueden asesinarnos, Terri! —grité.

Parecía como si no me estuviera escuchando. Me quité las gotas de lluvia de los ojos. Nos vimos inmersos en un torbellino de agua y viento. Las gotas sonaban como tambores al chocar contra las rocas.

Nos detuvimos al llegar al pie de la gran roca La cueva estaba situada justo por encima de nosotros, silenciosa y oscura.

—Esperaremos aquí abajo —dijo Sam. Sus ojos continuaban clavados en la entrada de la cueva. Se le notaba realmente asustado—. Esta vez lo haremos mejor. Distraeremos al fantasma cuando salga.

«Espero que no salga», dije para mis adentros al tiempo que bajaba la cabeza para evitar la lluvia.

Un gigantesco relámpago atravesó el cielo con un estrépito sobrecogedor. Me puse a temblar.

—Subid con nosotros —indicó Terri a los tres muchachos—. Desde aquí abajo no podéis ayudarnos.

Dieron un paso atrás. El miedo se reflejaba en sus rostros.

—Al menos subid hasta la entrada de la cueva —insistió Terri—. Siempre podréis deslizaros rocas abajo si aparece el fantasma.

Louisa dijo que no con la cabeza. —Estamos demasiado asustados— confesó. —Pero necesitamos vuestra ayuda— prosiguió Terri. —No queremos que el fantasma sepa que estamos encima de la cueva. Venid con nosotros y esperad frente a ella. Entonces, si apa…

—¡No! ¡Nos hará daño! ¡Nos devorará! —la interrumpió Nat.

—Jerry y yo no subiremos otra vez ahí arriba si no venís con nosotros —repitió mi hermana firmeza.

Louisa y Sam intercambiaron una mirada, aterrorizados. Nat se aferró a Louisa tembloroso.

Mientras, la tormenta era cada vez más fuerte.

—De acuerdo. Os esperaremos en la boca de la cueva —accedió Sam finalmente.

—En realidad no tenemos tanto miedo —se excusó Louisa—. Lo que pasa es que hemos vivido asustados durante toda nuestra vida. Él… él… —Su voz se apagó.

Dimos media vuelta y empezamos a subir. Esta vez nos costó más porque no había luna y la oscuridad lo invadía todo. La lluvia seguía cayendo sobre mis ojos, y además las rocas estaban mojadas y resbaladizas.

Tropecé dos veces y caí hacia delante. Tenía las rodillas y los codos llenos de arañazos. Las piedras caían rodando hacia la playa bajo nuestros pies.

El estrépito de otro relámpago iluminó totalmente el cielo, y la cueva apareció ante nosotros como una visión espectral.

Nos detuvimos en la roca que había frente a la entrada de la cueva. Mi cuerpo tiritaba de frío y de miedo.

—Resguardémonos dentro unos minutos —sugirió Terri.

Los Sadler se arrimaron unos a otros.

—No, no podemos. Estamos demasiado asustados —replicó Louisa.

—Sólo será un momento —insistió Terri—. El tiempo necesario para retirarnos el agua de los ojos. Está cayendo a raudales.

Prácticamente empujó a Louisa y a sus hermanos al interior de la cueva. Nat empezó a llorar mientras se sujetaba con fuerza a su hermana.

El estrépito de un trueno nos sobresaltó a todos.

«Ésta es la cosa más estúpida que he hecho en toda mi vida —pensé sin dejar de temblar—. Nunca se lo perdonaré a Terri. Nunca».

Una luz amarilla apareció de repente ante nosotros en la boca de la cueva. Bajo aquel tenue resplandor vimos la figura del fantasma. Sujetaba una antorcha humeante y en su pálido rostro se dibujaba una extraña sonrisa.

—Vaya, vaya —dijo con un tono de voz lo suficientemente alto como para que pudiéramos oírle entre el ruido de la tormenta—. Aquí estamos, volvemos a encontrarnos.