—¿Qué… qué significa esto? —tartamudeé.
—¿Quién habrá cavado estas tumbas? —preguntó mi hermana—. ¿Quién habrá grabado estas inscripciones?
—¡Larguémonos de aquí ahora mismo! —Agarré a mi hermana del brazo—. Vamos a contárselo a Agatha y Brad.
Terri dudó un momento.
—¡Tenemos que hacerlo! —insistí—. Debemos contárselo todo. Hace mucho tiempo que hubiéramos tenido que hacerlo.
—De acuerdo.
Me volví. Cuando nos disponíamos a marcharnos, lancé un suspiro de terror al ver las tres figuras que nos miraban fijamente entre las sombras.
Sam saltó por encima del árbol.
—¿Dónde vais? —preguntó—. ¿Qué estáis haciendo aquí?
Louisa y Nat se acercaron a él.
—Volvíamos a casa —les dije—. Es tarde y…
—¿Habéis matado al fantasma? —preguntó Nat. Me miraba expectante.
Acaricié su pelo. Parecía real. La temperatura de su cuerpo era la de un ser humano normal. ¡No era un fantasma! Era un niño de carne y hueso.
«Harrison Sadler es un mentiroso», pensé. —¿Has matado al fantasma?— insistió el niño con impaciencia.
—No, no hemos podido —respondí. Nat suspiró desilusionado.
—¿Y cómo habéis logrado escapar? —intervino Sam con un toque de desconfianza en la voz.
—Huimos corriendo —le explicó Terri.
La respuesta de mi hermana no era del todo falsa.
—¿Y dónde estabais vosotros? —pregunté.
—Eso, ¿dónde estabais? No es que hayáis hecho muy bien vuestro trabajo —me apoyó Terri.
—Nosotros… nosotros intentamos avisaros —intervino Louisa, tocándose nerviosamente su bonito pelo caoba—. El fantasma se asustó y corrimos a escondernos en el bosque.
—Al no oír el estrépito de las rocas, todavía nos asustamos más —añadió Sam—. Temíamos que el fantasma os hubiera secuestrado. Teníamos miedo de no volver a veros nunca más.
—Tenemos que matar al fantasma —dijo Nat sollozando mientras cogía a Louisa de la mano—. ¡Tenemos que hacerlo! —lloriqueó.
Sam y Louisa intentaron consolar a su hermano. Miré de nuevo hacia las dos tumbas recién cavadas. Los árboles susurraban con la brisa.
Me dispuse a preguntarle a Sam sobre nuestro reciente descubrimiento, pero él se anticipó a mis palabras.
—Intentémoslo otra vez —propuso, implorando con la mirada.
Louisa puso las manos en los hombros de Nat.
—Sí —dijo apoyando a su hermano—. Regresemos y volvamos a intentarlo.
—¡Qué va! —grité—. Terri y yo hemos conseguido escapar de las garras del fantasma. Yo no voy a volver y…
—¡Pero ahora es el momento idóneo! —insistió Louisa—. No sospechará que volváis esta noche. Le pillaremos desprevenido. Será toda una sorpresa para él.
—¡Por favor! —rogó Nat dulcemente.
Abrí la boca pero no logré articular una sola palabra. No podía creer que nos estuvieran pidiendo una cosa semejante.
Terri y yo habíamos arriesgado nuestras vidas al intentarlo. Ese viejo fantasma embustero hubiera podido matarnos. Podríamos haber acabado como aquel pobre perro.
Y ahí estaban ellos, suplicándonos que volviéramos a la cueva.
Era una idea ridícula. No iba a acceder a ella bajo ningún concepto. ¡Ni hablar!
—De acuerdo… —decidió mi hermana por su cuenta—. Lo haremos.
Louisa y sus hermanos daban brincos de alegría. Terri acababa de jugarme otra mala pasada.