—¿Qué? —Me lo quedé mirando atónito.

Su sonrisa se desvaneció.

—Os estoy diciendo la verdad —dijo con calma, rascándose la mejilla.

—¡Nos está mintiendo! —protestó Terri indignada—. Esos tres niños…

—No son niños —la interrumpió bruscamente—. ¡Tienen más de trescientos cincuenta años!

Terri y yo nos miramos confusos. El pulso me latía con fuerza en las sienes. No podía pensar con claridad.

—Permitid que me presente —dijo el hombre, sentándose en el borde de la mesa. El reflejo de las velas nos permitía ver su rostro lleno de arrugas—. Me llamo Harrison Sadler.

—¿Otro Sadler? —exclamé desconcertado.

—¡Nosotros también nos apellidamos Sadler! —gritó Terri.

—Ya lo sé —respondió sin inmutarse. Le acometió una tos seca—. Hace bastante tiempo que llegué de Inglaterra —prosiguió.

—¿En 1641? —pregunté.

Me estremecí. Sí era un fantasma.

Pareció que mi comentario le resultaba divertido.

—¡No soy tan viejo! —respondió con su voz ronca—. Al terminar mis estudios, investigué mi árbol genealógico y descubrí que mis antepasados procedían de este lugar. Desde entonces me dedico al ocultismo y estudio sobre todo a los fantasmas.

—Suspiró profundamente—. Resultó que aquí había mucho por estudiar…

Le miré con reticencia. Dudaba de sus palabras. ¿Nos decía la verdad? ¿Era un ser humano? ¿Se trataba de una maléfica trampa?

No podía descifrar nada en su mirada inexpresiva.

—¿Por qué nos arrastraste hasta aquí? —pregunté.

—Para advertiros —nos aseguró Harrison Sadler—. Para preveniros contra los fantasmas. Corréis un grave peligro. Yo los he estudiado y conozco su maldad.

Terri lanzó un grito. Ignoraba si ella lo creía o no.

Yo no creía ni una sola de sus palabras. Nada de lo que contaba tenía sentido.

Me puse de pie.

—Si realmente eres un científico que estudia el más allá, ¿por qué estás encerrado en esta extraña cueva? —le pregunté.

Alzó su mano lentamente y señaló el sombrío techo.

—Esta cueva es un santuario —murmuró. ¿Santuario? ¡Ésa era la palabra que Sam había empleado!

—Cuando un fantasma queda atrapado en la cueva, no puede salir jamás de ella —explicó Harrison.

—O sea que tú estás atrapado —insistí.

—Mi plan consiste en encerrar a todos los fantasmas aquí. —Me miró con dureza—. Ése es el motivo por el que amontoné las rocas en lo alto de la cueva. Espero lograrlo algún día.

Me volví hacia mi hermana. Estaba mirando a Harrison pensativa.

—¿Pero por qué vives aquí? —pregunté.

—Aquí estoy a salvo —respondió—. En el santuario estoy protegido. ¿No os habéis preguntado por qué os han enviado a vosotros en lugar de venir ellos?

—¡Nos han enviado porque te tienen terror! —grité, sobreponiéndome al miedo—. ¡Nos han enviado a nosotros porque tú eres el fantasma!

Su rostro cambió de expresión. Se alejó de la mesa y se dirigió rápidamente hacia nosotros. Parecía enfadado y le brillaban los ojos.

—¿Qué vas a hacer? —grité.