Nos arrastró hasta la entrada de la cueva.
Nos sujetaba con una fuerza impropia de alguien mayor y de aspecto tan débil.
Todo se volvió borroso. Todo daba vueltas a mi alrededor. Parecía como que el suelo se moviera. Sentí que unas enormes sombras se apoderaban de mí.
Intenté gritar pero no conseguí emitir ningún sonido.
Traté de liberarme de sus garras pero era demasiado fuerte para mí.
Terri sollozaba desesperada. Sacudía los brazos con fuerza para deshacerse de él.
Pero aquel viejo fantasma la tenía agarrada muy fuertemente.
Antes de que pudiera darme cuenta nos estábamos adentrando en la cueva a través de tortuosos túneles oscuros. Empezamos a vislumbrar la intensa luz de las velas. Nos estábamos acercando. Nos encontrábamos demasiado asustados para enfrentarnos a él, demasiado aterrorizados para intentar huir.
Me hice un rasguño en el hombro contra una de las paredes, pero estaba tan aterrorizado que ni siquiera pude gritar.
En cuanto llegamos a la bóveda de las velas, el fantasma nos soltó. Con una mirada severa y alzando una de sus manos, nos indicó que le siguiéramos hasta la mesa de madera.
—¿Qué… vas… a hacernos? —consiguió tartamudear Terri.
No respondió.
Se apartó el pelo de la cara y nos ordenó con un gesto que nos sentáramos en el suelo.
Le obedecimos sin titubear. Me temblaba todo el cuerpo, así que agradecí no tener que quedarme de pie.
Cuando miré a Terri, me di cuenta de que le castañeteaban los dientes y que se apretaba las rodillas con fuerza.
El fantasma carraspeó y apoyó las manos en la tosca mesa.
—Os habéis metido en un buen lío —dijo con voz penetrante.
—¡No pretendíamos hacerte ningún daño! —le interrumpí…
—Mezclarse con fantasmas es muy peligroso —continuó, haciendo caso omiso de mis palabras.
—Si dejas que nos vayamos, no volveremos nunca más —propuse con desesperación.
—No era nuestra intención molestarte —añadió Terri con un hilo de voz.
Abrió los ojos con sorpresa.
—¿A mí? —Una extraña sonrisa se dibujó en su rostro.
—No le diremos a nadie que te hemos visto —le prometí.
Sonrió más abiertamente.
—¿Os referís a mí?
Se inclinó hacia nosotros. —¡Yo no soy un fantasma!— gritó. —¡Vuestros tres amiguitos sí lo son!