—Ven aquí…

Desde la cama, paralizado de terror, vi con espanto que un rostro aparecía detrás de la ventana iluminada por la luna.

Lo primero que distinguí fue un mechón claro de cabello. Después vislumbré una frente ancha y la profunda mirada de unos ojos de un azul intenso.

—¡Nat!

Me sonrió desde el otro lado del cristal.

—¡Nat! ¡Eres tú! —exclamé con alivio, saltando de la cama. Me puse el batín por encima del pijama y me dirigí tambaleante hacia él.

Se rió tontamente.

Le hice una mueca de desaprobación. Nat estaba subido a los hombros de Sam, que se agachó para dejar a su hermano en el suelo. Louisa estaba a su lado. Llevaba unos pantalones de tenis cortos y un holgado jersey gris.

—¿Se… se puede saber qué estáis haciendo aquí? —tartamudeé—. Me habéis dado un susto de muerte.

—No pretendíamos asustarte —respondió Sam, con las manos apoyadas en los hombros de su hermano—. Os vimos a tu hermana y a ti corriendo por la playa y nos preguntábamos si os habría ocurrido algo.

—¡No os lo vais a creer! —exclamé. Me di cuenta de que estaba hablando demasiado fuerte y que probablemente Brad y Agatha me podían oír desde su habitación. No quería despertarles.

—Entrad. Hablaremos aquí dentro —les dije haciendo un gesto con la mano.

Sam alzó a Nat hasta el alféizar de la ventana y yo le ayudé a entrar. Sus hermanos le siguieron.

Se sentaron en la cama.

Empecé a andar de un lado a otro de la habitación.

—Terri y yo hemos entrado en la cueva —les conté sin levantar la voz—. Hemos visto al fantasma. Estaba en una de las bóvedas del fondo de la cueva, rodeado de velas. —Sus rostros reflejaron sorpresa—. Era muy mayor y tenía un aspecto tenebroso —proseguí—. No se movía. Era como si flotara. Cuando nos ha visto, ha empezado a perseguirnos. Yo me he caído y ha estado a punto de atraparme, pero he podido escapar.

—¡Caramba! —exclamó Sam. Louisa y Nat me miraban fijamente pero no soltaron palabra.

—¿Y entonces? —preguntó de repente el más pequeño de los tres hermanos.

—Volvimos hacia casa tan deprisa como pudimos. Eso es todo.

Todos guardaron silencio. Intenté adivinar lo que estarían pensando. ¿Acaso no me creían?

Sam se levantó finalmente de la cama y se dirigió hacia la ventana.

—No queríamos que supierais nada sobre el fantasma —dijo con suavidad, apartándose el pelo de la cara.

—¿Por qué no? —pregunté algo molesto.

—No queríamos… no queríamos asustaros —titubeó Sam.

Solté una carcajada irónica. —Desde que hemos llegado al pueblo, no habéis dejado de hacerlo expresamente.

—Sólo queríamos divertirnos un poco —explicó él—, pero sabíamos que si descubríais algo sobre el fantasma… —Su voz se fue apagando.

—¿Vosotros también lo habéis visto? —pregunté, anudándome el batín.

Los tres asintieron con la cabeza. —Preferimos no acercarnos demasiado a él— aclaró Nat mientras se rascaba el brazo. —El fantasma da mucho miedo.

—Es realmente peligroso —dijo Louisa—. Creo que nos quiere matar a todos. —Me miró fijamente—. A ti también. A ti y a Terri.

Me estremecí.

—¿Por qué? ¡Terri y yo no le hemos hecho nada!

—No importa, eso es lo de menos. Nadie está a salvo —masculló Sam entre dientes, mirando inquieto a través de la ventana—. Viste el esqueleto en el bosque, ¿verdad? El fantasma hará lo mismo con vosotros si os atrapa.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Estaba realmente asustado.

—Pero existe una forma de deshacerse del fantasma —aseguró Louisa, interrumpiendo mis atormentados pensamientos. Estaba nerviosa. Balanceaba el cuerpo sin cesar y se daba palmadas en las rodillas—. Pero necesitamos vuestra ayuda. No podemos hacerlo solos.

Tragué saliva.

—¿Y qué podemos hacer mi hermana y yo?

Antes de que pudiera responder, oí unos crujidos que venían del piso de arriba. Unas voces.

¿Habíamos despertado a nuestros primos?

Louisa y sus dos hermanos se apresuraron hacía la ventana y salieron de la habitación.

—Nos veremos mañana por la mañana en la playa —dijo Sam.

Me quedé de pie frente a la ventana, observando cómo se adentraban en el bosque.

El silencio volvió a reinar en la habitación. Las cortinas se movieron ligeramente.

Contemplé durante unos instantes el vaivén de los pinos, a merced de la brisa.

«¿Qué podemos hacer Terri y yo para acabar con el fantasma? —me pregunté—. ¿Qué podemos hacer nosotros?».