Solté un chillido de terror.

Me incorporé con dificultad y logré escapar de sus amenazadoras manos.

Terri se encontraba a pocos metros, observando la escena horrorizada, con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas por el pánico.

El fantasma lanzó un aullido cuando intentó alcanzarme con los dos brazos.

Sin saber cómo, reuní las fuerzas suficientes para huir corriendo.

No nos detuvimos ni un instante mientras avanzábamos a través de aquel serpenteante y estrecho túnel. Atravesamos la bóveda donde nos habíamos enfrentado a los murciélagos, que ahora estaba vacía y silenciosa, y llegamos a la boca de la cueva.

Salimos al exterior e iniciamos el descenso a través de las grandes y resbaladizas rocas. Nos deslizábamos torpemente, arrastrándonos a cuatro patas, impacientes por alcanzar la playa, iluminada por la luz de la luna.

Me volví por última vez. No lo pude evitar.

La entrada de la cueva volvía a estar oscura más oscura que el cielo.

Corrimos a lo largo de la orilla, y después nos adentramos en el bosque. Respirábamos con dificultad, jadeando con fuerza. Por fin llegamos a casa. Abrí la puerta de un empujón. Terri me apartó a un lado y entró a toda velocidad. Yo fui tras ella y cerré la puerta de un golpe.

—¿Terri? ¿Jerry? ¿Sois vosotros? —La voz de Agatha llegaba desde la cocina. Se acercó a nosotros rápidamente mientras se secaba las manos con un trapo—. Qué, ¿lo habéis conseguido?

La miré sorprendido, intentando recuperar el aliento.

¿Nos estaba preguntando si habíamos conseguido ver al fantasma?

¿Se estaba refiriendo realmente a eso? —¿La habéis encontrado? —insistió. —¿Habéis encontrado la toalla?

Nos miró asombrada cuando Terri y yo soltamos una carcajada de alivio.

Aquella noche no podía conciliar el sueño. No podía borrar de mi mente la imagen del fantasma, con sus largas greñas blancas, los ojos hundidos y sus horribles manos intentando atraparme. Me pregunté si Terri y yo habíamos hecho lo correcto al querer que Agatha y Brad nos contaran cosas sobre él.

—La visita a la cueva sólo nos traerá problemas—, le había advertido a mi hermana.

—De todas formas, es probable que no nos crean—, añadió ella.

—Además, ¿para qué disgustarlos? —proseguí yo—. Han sido tan amables con nosotros… Al fin y al cabo hemos ido a la cueva a pesar de sus advertencias—.

Así que no les contamos nada sobre aquel espeluznante fantasma rodeado de velas dentro de la horripilante cueva.

Mi mente se negaba a abandonar aquella horrible pesadilla y me revolví en la cama sin poder dormir. Me pregunté de nuevo si Terri y yo debíamos confesarles a nuestros primos lo que habíamos hecho y visto.

A pesar del calor, me cubrí con las sábanas hasta la barbilla y miré hacia la ventana. La pálida luz de la luna brillaba detrás de las cortinas, que se mecían ligeramente por la brisa.

En lugar de resultarme bonito, aquel reflejo me recordaba el tétrico rostro del fantasma.

De repente mis pensamientos se vieron interrumpidos por unos suaves golpecitos.

Pom pom. Pom pom pom.

Me incorporé rápidamente.

Los golpes sonaron de nuevo.

Pom pom. Pom pom pom.

Entonces oí un susurro fantasmal:

—Ven aquí…

Pom pom pom.

—Ven aquí…

El fantasma me había seguido hasta casa.