A la hora de cenar nos sentamos alrededor de la mesa de la sala. Brad se disponía a desmenuzar una mazorca con un cuchillo. Intentaba separar todos los granos de maíz para comérselos después con el tenedor.

—Brad… estaba pensando en la cueva —empecé mientras jugaba nerviosamente con los cubiertos de plata.

Sentí que Terri me daba un golpecito con el pie por debajo de la mesa.

—¿Ah sí? ¿Y qué pensabas? —preguntó Brad.

—Bueno… Lo más extraño es que… —Dudé en continuar.

Agatha giró bruscamente la cabeza.

—No entraríais en la cueva, ¿verdad?

—No —contesté.

—No debéis hacerlo. No es un lugar seguro —nos advirtió.

—De eso es precisamente de lo que quería hablar —proseguí. Todos dejaron de comer y me miraron con atención—. Anoche, cuando fui a buscar la toalla, vi una luz que parpadeaba dentro de la cueva. ¿Sabéis vosotros lo que es?

Brad me miró con los ojos entrecerrados. —Una ilusión óptica —respondió secamente. Volvió a coger la mazorca y empezó a cortar de nuevo.

—No lo entiendo —dije—. ¿A qué te refieres?

De nuevo, Brad apoyó suavemente la mazorca en el plato.

—Jerry, ¿es que no has oído hablar de la aurora boreal, la luz del norte? —Sí, claro, pero…

—Eso fue lo que viste —me interrumpió. Volvió a agarrar la mazorca.

Me volví hacia Agatha, esperando que me despejara las dudas. Así lo hizo.

—Ocurre en ciertas épocas del año —me explicó—. Se producen unos fenómenos eléctricos en el cielo que provocan intensos destellos de luz. —Me acercó el puré de patatas—. ¿Quieres más?

—Sí, gracias.

Terri volvió a darme un puntapié por debajo de la mesa. Le hice un gesto con la cabeza. Brad y Agatha se confundían. No podía tratarse de la luz del norte. Los destellos procedían de la cueva, no del cielo.

¿Estaban equivocados, o me mentían deliberadamente?

Después de cenar, me fui con mi hermana a dar un paseo por la playa. La luna llena asomaba entre las nubes grises que cubrían el cielo formando oscuras sombras en la arena gruesa.

—Han mentido —le dije a Terri. Llevaba las manos en los bolsillos de los tejanos—. Brad y Agatha nos están ocultando algo. No quieren que sepamos la verdad sobre la cueva.

—Lo que pasa es que están preocupados —replicó mi hermana—. No quieren que nos ocurra algo. Se sienten responsables de nosotros, y además…

—¡Mira Terri! —grité señalando hacia la cueva.

Esta vez también ella vio la luz. Parecía que se aproximaba cuando las nubes cubrieron la luna por completo y el cielo se volvió oscuro.

—No es la luz del norte —susurré—. Hay alguien allá arriba.

—Vamos a comprobarlo —dijo mi hermana en voz baja.

Sin pensarlo dos veces, empezamos a trepar por las rocas en dirección hacia la cueva. Me sentía como atraído por un imán.

Tenía que acercarme para desentrañar aquel misterio.

Detrás de nosotros, las olas se estrellaban contra las rocas más bajas, salpicando en todas direcciones.

Estábamos llegando a la boca de la cueva. Miré hacia atrás y vi la playa, que se extendía a lo largo de la costa. En la entrada todavía podía verse el ininterrumpido parpadeo de la luz.

Nos incorporamos tras sortear las últimas rocas, que eran las más sobresalientes. La oscura cueva se alzaba delante de nosotros como una inmensa torre, aunque no se podía apreciar si era muy profunda.

Miramos la luz tenue de soslayo. Me pareció ver un túnel que conducía hasta su interior.

Di un paso hacia delante. Terri se puso a mi lado. El miedo se reflejaba en su rostro. Se mordió el labio.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó con un susurro…

—Entremos.