Sí. Tenía que subir.
La luz se iba volviendo cada vez más intensa. Era como si me estuviera llamando para atraerme hasta ella.
Respiré hondo, e inmediatamente di una zancada para cruzar un pequeño charco. Salté unas rocas cubiertas de musgo y empecé a ascender.
La cueva estaba allá arriba, escondida entre unas piedras enormes. Di unas zancadas más y gateé por encima de unas rocas resbaladizas en las que se reflejaba un halo de luz amarilla que permitía ver con más claridad. ¿Qué era lo que había dicho Nat sobre la luna? ¿Que el fantasma salía cuando la luna estaba llena?
Escalé la siguiente roca y continué subiendo. La luz fantasmal flotaba por encima de mí en la entrada de la cueva.
Continué ascendiendo por aquellas rocas escabrosas, resbalando por la humedad de la noche.
—¡Dios mío! —exclamé al sentir que perdía el control de las piernas. Se estaba produciendo un ligero desprendimiento bajo mis pies. Oí cómo caían unas pequeñas rocas y algo de arena.
Me agarré desesperadamente a una raíz muy grande que había brotado entre las piedras y me mantuve inmóvil el tiempo suficiente para volver a recuperar la estabilidad.
—¡Uf! —Cogí aliento.
Entonces me apoyé en una gran piedra y miré hacia la cueva, que ya se encontraba delante mismo de mí, a sólo unos cuatro metros.
Me puse de pie, y me quedé boquiabierto.
¿Qué era aquel ruido que oía detrás de mí?
Permanecí inmóvil. Esperando. Escuchando.
¿Acaso había alguien más?
¿El fantasma?
No disponía de mucho tiempo para pensar en ello. Una mano fría y pegajosa me agarró por el cuello.