Lancé un grito y me cogí del brazo de Terri, pero inmediatamente me di cuenta de que me había vuelto a tomar el pelo. ¿Cuándo iba a dejar de tragarme las estúpidas bromas de Sam?

—Sois demasiado fáciles de asustar —dijo Sam con una sonrisa irónica.

Terri lo miró fijamente, con los brazos puestos en jarras.

—¿Qué os parece si acordamos una tregua, chicos? Estas bromas ya no tienen gracia.

Todas las miradas estaban puestas en Sam.

—Vale. Una tregua —murmuró, pero seguía con su sonrisita dibujada en la cara. No podía saber si lo decía en serio o no.

—Sam, cuéntanos a mi hermano y a mí más cosas sobre el fantasma —pidió Terri—. ¿Es verdad que mató al perro, o también era una de tus bromas absurdas?

Sam propinó una patada a un montón de tierra.

—Probablemente en otra ocasión —murmuró.

—¿En otra ocasión? ¿Por qué no ahora? —pregunté.

Louisa fue a decir algo, pero su hermano mayor tiró de ella para llevársela.

—Vámonos —le exigió—. Ahora mismo.

—Yo creía que… —Terri parecía confusa.

Sam avanzó con paso majestuoso a través de los árboles, arrastrando a Louisa con él. Nat corrió para alcanzarlos.

—Adiós —se despidió la chica—. Hasta luego.

—¿Has visto eso? —dijo Terri muy enfadada—. Realmente creen que hay un fantasma en el bosque y no han querido contarnos nada. Se han marchado.

Miré otra vez el esqueleto del animal, en perfecto estado.

«Devorado limpiamente».

«Devorado limpiamente por un fantasma».

No podía apartar este pensamiento de mi mente. Observé detenidamente los dientes afilados de aquel cráneo. Di media vuelta.

—Volvamos a casa —dije casi sin voz.

Encontramos a Brad y Agatha sentados en sus balancines, bajo la sombra de un árbol. Agatha estaba cortando grandes melocotones en rodajas, que iba depositado en un gran bol de madera. Brad la miraba.

—¿Os gusta la tarta de melocotón?, preguntó Agatha.

Terri y yo respondimos que era una de nuestras tartas favoritas.

—Pues será el postre de esta noche —dijo Agatha sonriendo—. No sé si os lo habrá contado vuestro padre, pero la tarta de melocotón es una de mis especialidades. Bueno, ¿encontrasteis pipa india?

—No exactamente —contesté—. Lo que sí encontramos fue un esqueleto de perro.

Agatha empezó a cortar con más rapidez, y el cuchillo resbaló sobre su pulgar.

—¡Vaya! —exclamó.

—¿Qué tipo de animal atacaría a un perro? —preguntó Terri—. ¿Hay lobos o coyotes merodeando por aquí?

—Yo nunca he visto ninguno —respondió Brad rápidamente.

—Entonces, ¿cómo se explica que encontráramos ese esqueleto? —pregunté—. Estaba en perfecto estado, y los huesos perfectamente limpios.

Agatha y Brad intercambiaron una mirada de preocupación.

—No lo sé —prosiguió ella sin dejar de rebanar—. Brad, ¿se te ocurre algo?

Brad siguió balanceándose antes de contestar.

—Nada —dijo finalmente.

«Gracias por tu gran ayuda, Brad», pensé.

También nos encontramos con tres niños —continué. Les hablé de Sam, Nat y Louisa—. Dicen que os conocen.

—Sí —respondió Brad—. Somos vecinos.

—Nos dijeron que aquel perro había sido devorado por un fantasma.

Agatha dejó el cuchillo y se inclinó hacia atrás, riendo.

—¿Eso es lo que dicen? ¡Dios mío! Esos niños os han tomado el pelo. Les encanta inventarse cuentos de fantasmas, sobre todo a Sam.

—Eso es lo que yo creía —aseguró Terri, lanzándome una mirada.

Agatha asintió con la cabeza.

—Son buenos niños. Deberíais proponerles ir a jugar juntos alguna vez. Podéis ir a coger arándanos.

Brad carraspeó. Sentí que sus pálidos ojos me estudiaban.

—Sois demasiado listos para creeros esas historias sobre fantasmas, ¿verdad?

—Claro —respondí, aunque nada convencido.

Nos pasamos el resto de la tarde ayudando a Brad a arrancar las malas hierbas del jardín. No es que ése fuera exactamente mi ideal sobre la diversión, pero después de que Brad nos mostrara cuáles eran las plantas buenas y cuáles no, Terri y yo nos lo pasamos bien arrancando las malas hierbas con las herramientas que nos había dado.

Por la noche comimos tarta de melocotón de postre. Estaba deliciosa. Agatha y Brad querían que les contáramos cosas sobre la escuela y nuestros amigos.

Después de cenar, Brad volvió a retarnos a una partida de naipes. Esta vez me desenvolví mucho mejor. Brad sólo tuvo que mover el dedo un par de veces.

Me resultó difícil conciliar el sueño. La ventana de mi pequeña habitación, junto a la cocina, tenía unas cortinas de algodón blanco, muy finas, que dejaban filtrar la luz de la luna llena hasta mi cara. Era como estar mirando directamente una linterna.

Traté de cubrir mi cara con la almohada, pero no podía respirar.

Entonces me puse el brazo sobre los ojos, pero se me quedó dormido y empezó a darme pinchazos.

Me tapé con la sábana hasta la cabeza. Mucho mejor.

Cerré los ojos. Los grillos hacían un ruido increíble.

En aquel instante oí un golpe en la pared de fuera. «Posiblemente es la rama de un árbol», pensé.

Se oyó otro golpe. Me deslicé hacia abajo para introducirme más en la cama.

La tercera vez que oí el ruido respiré profundamente, me incorporé en la cama y aparté la sábana bruscamente.

Escudriñé toda la habitación con la mirada. Nada. Nada de nada.

Volví a tumbarme.

Las tablas del suelo empezaron a crujir.

Me giré hacia la ventana.

Algo se movió detrás de las cortinas.

Algo pálido. Fantasmal.

Las tablas volvieron a crujir mientras la figura se acercaba hacia mí.