Cuando el sol desapareció, los ruidos de la selva sufrieron una transformación. Los pájaros dejaron de gorjear en los árboles. El estridente zumbido de insectos se intensificó. Oíamos extraños aullidos y gritos de animales a lo lejos, resonando entre los lisos y enormes árboles.

¡Deseé que los aullidos y gritos se quedaran donde estaban!

Criaturas oscuras reptaban entre las altas hierbas y la fértil espesura. La maleza parecía temblar cuando las criaturas nocturnas se escabullían en su seno.

Oí los silbidos amenazadores de las serpientes, el misterioso ulular de un búho, el sobrecogedor aleteo de los murciélagos.

Me iba acercando a Kareen a medida que avanzábamos. ¡Los ruidos eran mucho más reales que en mi juego del Rey de la selva! Seguramente, nunca más volvería a jugar con él. ¡En comparación me parecería muy soso!

Nos abrimos camino por una extensión de enhiestos y altos juncos. Los ojos de la cabeza reducida se apagaron.

—¡No es por aquí! —susurré.

Kareen y yo fuimos girando hasta que los ojos volvieron a brillar. Luego seguimos avanzando, abriéndonos camino en la espesura. Pisamos gruesas lianas y avanzamos entre la maraña de hierbas y maleza.

—¡Oh! —Kareen se dio una palmada en la frente—. ¡Mosquito estúpido!

El estridente zumbido de los mosquitos se hizo más intenso. Ni siquiera se oía el crujido de las hojas y las lianas que cubrían el suelo de la selva bajo nuestros pasos.

A medida que oscurecía, los ojos de la cabeza reducida parecían brillar con más intensidad, como dos linternas gemelas que nos guiaran entre los árboles.

—Me estoy cansando —se quejó Kareen. Agachó la cabeza para sortear una rama baja—. Espero que tu tía esté cerca. No sé cuánto aguantaré.

—Yo también espero que esté cerca —le contesté con un murmullo. ¡Menudo día!

Mientras avanzábamos, no pude evitar pensar en tía Benna y en su cuaderno. No quería molestar a Kareen, pero había algo que me inquietaba.

—Mi tía no escribió cosas muy agradables sobre tu padre y Carolyn en su cuaderno —comenté sin mirarla—. Me quedé bastante sorprendido.

Kareen guardó un largo silencio.

—Es horrible —asintió por último—. Trabajaron mucho tiempo juntos, pero sé que al final discutieron.

—¿Por qué?

Kareen exhaló un suspiro.

—Papá tenía planes para explotar la selva. Cree que hay minerales muy valiosos. En cambio, Benna opina que la selva debería conservarse. —Volvió a suspirar—. Supongo que se pelearon por eso. No estoy segura.

—Por lo que dice el cuaderno, da la impresión de que tu padre es malo o algo así —murmuré, evitando su mirada.

—¿Malo? ¿Papá? —gritó—. No. Imposible. Tiene un carácter difícil, pero no es mal hombre. Y sé que papá aprecia a Benna. Aún la respeta y está muy preocupado por ella. Él…

¡Alto! —Cogí a Kareen del brazo, interrumpiéndola—. ¡Mira! —Señalé más allá de los árboles.

Había divisado un claro. Contra el cielo gris, distinguí la silueta de una pequeña cabaña.

Kareen ahogó un grito.

—Esa casita. ¿Crees que…?

Nos acercamos sin hacer ruido hacia el margen del claro. Algo se escabulló entre mis zapatillas, pero no le di importancia.

Tenía los ojos clavados en la diminuta cabaña a oscuras.

Al acercarnos, vi que estaba hecha de ramas y palos. Montones de carnosas hojas conformaban el techo. No tenía ventanas, pero había estrechas rendijas entre las ramas.

—¡Hola! —susurré. Vi el parpadeo de una tenue luz en una de las rendijas.

¿Una linterna? ¿Una vela?

—Ahí hay alguien —susurró Kareen, mirando la cabaña con los ojos entornados.

Oí una tos.

¿La tos de una mujer? ¿La tos de tía Benna? No lo sabía.

—¿Crees que es mi tía? —susurré, arrimándome más a Kareen.

—Sólo hay una forma de averiguarlo —me respondió.

La cabeza reducida brillaba intensamente en mi mano. La misteriosa luz verde amarillenta se desparramaba por el suelo a medida que Kareen y yo nos acercábamos.

Ya casi habíamos llegado.

—¿Tía Benna? —llamé con un hilillo de voz. Carraspeé. El corazón me latió con violencia—. ¿Tía Benna? ¿Eres tú?