Las patazas del tigre retumbaban en la hierba. Sus ojos amarillos me fulminaban.
Detrás del enorme animal, dos cachorritos se acurrucaban a la sombra de un árbol.
—¡No voy a hacer ningún daño a tus cachorros! —quise gritar, pero naturalmente no me dio tiempo.
El tigre embistió con un rugido de furia que ahogó mi grito. Con mano temblorosa, alcé la cabeza reducida frente a mí.
—¡Kaliá!
La voz me salió como un quejido.
Casi se me cae la cabeza al suelo. Me fallaron las piernas y caí de rodillas sobre la hierba.
El tigre se acercaba para atacarme. Las patas retumbaron pesadamente en el suelo cuando saltó hacia mí.
Me pareció que todo empezaba a temblar.
¡El suelo estaba temblando!
Horrorizado, oí un ruido ensordecedor y desgarrador, como cuando separan dos cintas de velero, pero muchísimo más fuerte.
Di un grito cuando el suelo empezó a temblar y a agrietarse.
La hierba se levantó. La tierra se partió en dos y apareció una enorme grieta. Yo empecé a caer por la grieta sin fondo abierta en el suelo.
Caí y caí, sin dejar de gritar.