Kareen abrió la puerta y entró en la habitación. Llevaba una camiseta enorme que le llegaba por debajo de las rodillas. El pelo rubio le caía desordenado por la cara.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—¡Déjame! —grité. Alcé la linterna como un arma.
Dio un paso atrás.
—¡Eh…! —gritó sorprendida.
—Tengo que irme —anuncié, apartándola al pasar.
—Mark, ¿qué te pasa? —se extrañó—. ¡Estás como loco!
Me detuve con la puerta a medio abrir, apoyando el hombro en el quicio.
—He visto el cuaderno de tía Benna —le dije a Kareen, enfocando el haz de la linterna en su rostro—. He leído lo que pensaba tía Benna acerca de Carolyn y de tu padre.
Oh. —Kareen exhaló un largo suspiro.
Seguí enfocándole el rostro con la linterna. Me miró entornando los ojos, luego se los tapó con el brazo.
—¿Dónde está mi tía? —pregunté bruscamente—. ¿Sabes dónde está?
—No —respondió Kareen—. Oye, baja la linterna. Con esta luz no veo nada.
Hice lo que me pidió.
—¿Le hizo tu padre algo malo a mi tía? ¿Le hizo daño a tía Benna?
—¡No! —gritó Kareen—. ¿Cómo puedes preguntarme una cosa así, Mark? Mi padre no es malo. Es sólo que él y Benna no están de acuerdo en algunas cosas.
—¿Seguro que no sabes dónde está mi tía? ¿Se está escondiendo en algún sitio? ¿Se esconde de tu padre? ¿Sigue en la isla? —Las preguntas me salían a borbotones. Quería coger a Kareen y obligarle a decirme la verdad.
Se estiraba el pelo rubio por los dos lados.
—No sabemos dónde está tu tía, de verdad —insistió—. Por eso te trajo Carolyn, para que nos ayudaras a encontrarla. Estamos preocupados por Benna. Tienes que creerme.
—¡Mentira! —grité enojado—. He leído el cuaderno de mi tía. Tu padre no está preocupado por mi tía.
—Bueno, pues yo sí —insistió Kareen—. Aprecio mucho a tu tía. Se ha portado muy bien conmigo. Me importan un pito papá y tía Carolyn y sus discusiones con Benna. Estoy preocupada por Benna. En serio.
Volví a alzar la linterna. Quería observar la expresión de Kareen. Quería ver si estaba diciendo la verdad.
Sus ojos azules centellearon cuando los iluminé. Vi que una lágrima le rodaba por la mejilla y decidí que estaba siendo sincera conmigo.
—Bueno, si estás preocupada por mi tía, ayúdame a escapar de aquí —dije, bajando otra vez la linterna.
—Vale, te ayudaré —respondió enseguida, sin pensárselo dos veces.
Abrí la puerta y salí con cautela. Kareen me siguió. Cerró la puerta a sus espaldas sin hacer ruido.
—Apaga la luz —susurró—. No querrás que papá o Carolyn nos vean, ¿verdad?
Apagué la linterna y empecé a andar por la hierba mojada hacia mi barraca, con paso decidido. Kareen se apresuró para no quedarse atrás.
Voy a vestirme —susurré—. Luego intentaré encontrar a tía Benna. —Un escalofrío me recorrió la espalda—. Pero ¿cómo? ¿Adónde iré?
—Usa la magia de la selva —susurró Ka-reen—. Te dirá dónde está Benna y adónde tienes que ir.
—¡Pero no puedo! —grité con voz estridente^—. Hasta hoy, ni siquiera sabía que tuviera alguna magia. Todavía no estoy convencido del todo.
—Usa la magia —dijo Kareen, entornando los ojos.
—¡Pero no sé cómo! —insistí.
—La magia te guiará —respondió—. Seguro. Seguro que te indicará el camino.
Yo no estaba tan convencido, pero no dije nada.
La cabeza me daba vueltas. Las palabras que tía Berma había escrito se agolpaban en mi mente.
«Debería estar a seis mil kilómetros de distancia —me dije—. Sólo estaré a salvo a seis mil kilómetros de distancia.
»Pero ¿cómo voy a escaparme del doctor Hawlings y de Carolyn? ¿Cómo?».
Avanzábamos a grandes zancadas a lo largo de la hilera de barracas. El aire aún era caliente y húmedo, denso. El cielo se había vuelto negro. Aún no había estrellas, ni luna.
«Me vestiré y me iré», resolví.
Vestirme. Irme.
—Date prisa, Mark —susurró Kareen a mi lado—. Date prisa y no hagas ruido. Papá tiene el sueño muy ligero.
Vi mi choza al final de la hilera.
Pero antes de alcanzarla, oí el ruido amortiguado de pasos sobre la hierba. Pasos apresurados.
Kareen ahogó un grito y me cogió del brazo.
—¡Oh, no! ¡Es él!