La linterna me temblaba en la mano. La sujeté con ambas manos. Luego me incliné sobre el cuaderno y leí las palabras de tía Benna, moviendo los labios en silencio.
«El doctor Hawlings y su hermana Carolyn no se detendrán ante nada para destruir la selva y todas las criaturas que habitan en ella —había escrito mi tía con su letra clara y enérgica—. No les importa a quién hacen daño ni a quién matan. Sólo les interesa cumplir sus propósitos».
Tragué saliva. Enfoqué el círculo de luz sobre la página del cuaderno y seguí leyendo.
«Desvelar el secreto de la magia de la selva en aquella cueva ha sido el más extraordinario de mis descubrimientos —había escrito tía Benna—. Sin embargo, sé que el secreto corre peligro mientras el doctor Hawlings y Carolyn sigan aquí. Usarán la magia de la selva para hacer el mal, por eso he entregado la magia y los secretos de la selva a mi sobrino Mark. Vive a seis mil kilómetros de aquí, en Estados Unidos. De esta forma, espero que el secreto esté a salvo.
»Si la magia de la selva llega a caer en manos de Hawlings —continuaba mi tía—, la selva será destruida. La isla de Baladora será destruida, y yo con ella».
Ahogué un grito y volví la página. Me esforcé por mantener la linterna quieta para poder seguir leyendo.
«Si Hawlings consigue la magia de la selva —proseguía el escrito de Benna—, me reducirá la cabeza hasta que no quede ni rastro de mí. Debo mantener a mi sobrino a seis mil kilómetros de Hawlings porque es capaz de reducirle también la cabeza a Mark para acceder a la magia que yo escondí en ella».
—¡Ohhhhhhh! —De mi garganta salió un gemido de horror.
¿Reducirme la cabeza?
«¿El doctor Hawlings va a reducirme la cabeza?».
Releí las últimas palabras: «Debo mantener a mi sobrino a seis mil kilómetros…».
«¡Pero yo no estoy a seis mil kilómetros! —me dije—. Estoy aquí. ¡Justo aquí!».
Carolyn me había traído para robarme la magia, para arrebatármela. ¡Ella y el doctor Hawlings planeaban reducirme la cabeza!
Cerré el cuaderno de golpe. Respiré hondo y contuve la respiración, pero no conseguí calmar las palpitaciones de mi corazón.
«¿Qué le han hecho a tía Benna?», me pregunté.
¿Habían intentado arrebatarle el secreto? ¿Le habían hecho algo horrible?
¿O había logrado huir? ¿Se había escapado?
¿Me habían traído allí para localizarla y poder capturarla de nuevo? Entonces, cuando la encontrara, ¿pretendían reducirnos la cabeza a los dos?
—Noooooo —murmuré, intentando contener el temblor de mi cuerpo.
Creía que eran mis amigos. Mis amigos…
«Pero aquí no estoy a salvo —me dije—. Corro un terrible peligro.
»Tengo que huir. Vestirme y huir de esta gente malvada tan deprisa como pueda».
Me deslicé del taburete, di media vuelta y me dirigí hacia la puerta.
«Tengo que salir. Tengo que huir».
Iba repitiendo mentalmente estas palabras siguiendo el ritmo de los latidos de mi corazón.
Llegué a la puerta. Empecé a abrirla.
Pero había alguien fuera, de pie entre las negras sombras, impidiéndome la huida.
—¿Adónde crees que vas? —dijo una voz.