Me quedé mirando la cómoda totalmente desconcertado.
A mis espaldas, alguien encendió la luz del dormitorio. Parpadeé para acostumbrarme a la luz intensa, esperando que la cabeza reducida apareciera.
¿Dónde estaba?
Miré en el suelo. ¿Se había caído y había salido rodando? ¿Se había ido flotando de la habitación?
—Mark, ¿se trata de alguna broma? —preguntó mamá. De repente, parecía muy cansada.
—No —aseguré—. En serio, mamá. La cabeza…
Y entonces vi la sonrisa maliciosa de Jessica y me di cuenta de que mi hermana tenía las manos en la espalda.
—Jessica, ¿qué llevas escondido ahí? —pregunté.
Su sonrisa se ensanchó: le resultaba imposible permanecer seria.
—Nada —mintió.
—Enséñame las manos —ordené con brusquedad.
_¡No! —contestó. Pero soltó una carcajada y me enseñó las dos manos.
Por supuesto, en la mano derecha tenía la cabeza reducida, bien agarrada.
—¡Jessica…! —grité irritado y se la arrebaté—. ¡No es un juguete! No le pongas las zarpas encima. ¿Me oyes?
—Bueno, no brillaba —se burló—. Tampoco sonreía. Te lo has inventado todo, Mark.
—¡No es verdad! —me indigné. Examiné la cabeza. Los labios resecos teman la mueca desdentada de siempre. La piel era verde y correosa, no brillaba en absoluto.
—Mark, has tenido una pesadilla —insistió mamá, tapándose la boca al bostezar—. Pon la cabeza en su sitio y déjanos dormir un poco.
—Vale, vale —murmuré. Volví a mirar a Jessica con mala cara. Luego puse la cabeza reducida sobre la cómoda.
Mamá y Jessica salieron de la habitación.
—Mark es un pesado —le oí decir a Jessica, justo para que yo lo oyera—. Le pedí que compartiéramos la cabeza reducida y él dijo que no.
—Hablaremos de eso por la mañana —contestó mamá sin dejar de bostezar.
Fui a apagar la luz. Pero me detuve al ver a Carolyn, aún en el pasillo. Seguía mirándome fijamente, con expresión de verdadero interés.
Me miró entornando sus ojos plateados.
—¿De verdad la viste brillar, Mark? —preguntó en voz baja.
Miré la cabeza, que no se movía ni brillaba.
—Sí, de verdad —contesté.
Carolyn asintió. Daba la impresión de estar muy concentrada en algo.
—Buenas noches —murmuró. Luego se dio la vuelta y regresó silenciosamente a la habitación de invitados.
A la mañana siguiente, mamá y Carolyn me recibieron con la mayor sorpresa de mi vida.