Me quedé mirando la cabeza.

Una cabeza humana, arrugada y correosa. Más o menos, del tamaño de una pelota de tenis.

Los labios, pálidos y resecos, sonreían con desprecio. El cuello estaba cosido con grueso hilo negro. Los ojos —unos ojos opacos y negros— me miraban fijamente.

Una cabeza reducida. Una cabeza reducida de verdad.

Estaba tan sorprendido, tan alucinado de verla ante la puerta de mi propia casa, que tardé un buen rato en ver a la mujer que la llevaba.

Era alta, más o menos de la edad de mi madre, quizás un poco mayor. Tenía el corto pelo negro salpicado de canas. Llevaba un impermeable largo abrochado hasta el cuello, aunque el día era soleado y radiante.

Me sonrió. No le veía los ojos, que ocultaba tras unas gafas de sol con una gruesa montura.

Llevaba la cabeza reducida cogida por el pelo, una mata de cabello espeso y negro. En la otra mano llevaba una pequeña maleta de lona.

—¿Tú eres Mark? —preguntó. Tenía una voz suave y sedosa, como las que ponen en los anuncios de la tele.

—Mm…, sí —le contesté, sin apartar la mirada de la cabeza reducida. En las fotos que había visto no parecían tan feas, tan arrugadas y resecas.

—Espero no haberte asustado con esto —dijo la mujer, sonriendo—. Tenía tantas ganas de dártela que la he sacado de la bolsa.

—Mm…, ¿dármela a mí? —pregunté sin dejar de mirarla. La cabeza me devolvía la mirada con aquellos ojillos negros y vidriosos. En realidad, se parecían más a los ojos de los osos de peluche que a los de un ser humano.

—Te la envía tu tía Benna —explicó la mujer—. Es un regalo.

Me acercó la cabeza, pero yo no la cogí. Aunque me había pasado el día cogiendo cabezas reducidas, no estaba seguro de querer tocar ésta.

—Mark, ¿quién hay ahí? —Mi madre apareció a mis espaldas—. ¡Oh! Hola.

—Hola —respondió la mujer con amabilidad—. ¿Le ha escrito Benna diciéndole que iba a venir? Soy Carolyn Hawlings. Trabajamos juntas en la isla.

—Oh, Dios mío —exclamó mi madre—. La carta de Benna ha debido de perderse. Pase, pase. —Me apartó para que Carolyn pudiera entrar en casa.

—Mira lo que me ha traído, mamá —dije yo. Señalé la pequeña cabeza verde que Carolyn cogía por el pelo.

—¡Puaj! —exclamó mamá llevándose una mano a la mejilla—. ¿No será de verdad, eh?

—¡Claro que es de verdad! —grité yo—. Tía Benna nunca me enviaría una imitación.

Carolyn entró en el salón y dejó su pequeña maleta en el suelo. Me armé de valor: respiré hondo y me acerqué para coger la cabeza reducida.

No obstante, antes de que pudiera hacerlo, Jessica irrumpió en el salón y se la arrebató a Carolyn.

—¡Eh! —grité, intentando atraparla.

Mi hermana se alejó corriendo, soltando aquella risita burlona, con su melena pelirroja al viento y aferrando la cabeza con ambas manos.

De repente se detuvo con la sonrisa helada en el rostro y miró la cabeza con horror.

—¡Me ha mordido! —soltó Jessica—. ¡Me ha mordido!