«Anna estaba en el teatro», me contó Martins, para la función del domingo por la tarde. «Tuve que aguantar por segunda vez toda aquella triste comedia sobre un compositor de mediana edad y una muchacha enamorada de él y una esposa comprensiva —terriblemente comprensiva—. Anna la hacía muy mal; ni en sus mejores momentos era una buena actriz. La vi después en su camerino, pero estaba muy agitada. Creo que pensaba que yo iba a intentar hacer algo con ella y no tenía ninguna gana. Le dije que Harry vivía: pensé que se sentiría feliz y que yo odiaría ver lo contenta que estaba, pero se sentó frente al espejo donde se maquillaba y dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas cubiertas de crema, y la verdad es que entonces hubiera preferido verla contenta. Tenía un aspecto espantoso y yo la quería. Luego, le conté mi entrevista con Harry, pero realmente no me hizo mucho caso, porque cuando terminé me dijo:
»Ojalá estuviera muerto».
«Lo merece», dije yo.
«Quiero decir que entonces estaría a salvo de todo el mundo».
Le pregunté a Martins:
«¿Le enseñó las fotografías que le di, las de los niños?».
«Sí. Pensé que eso o la mataría o la curaría. Tiene que ir quitándoselo de la cabeza. Coloqué las fotografías entre los tarros de cremas. Por fuerza tenía que verlos. Le dije: «La policía no puede detener a Harry a menos que consigan que venga a esta zona y nosotros tenemos que ayudarles». Ella dijo:
«Creí que eras amigo suyo».
«Era mi amigo», le dije.
«No te ayudaré nunca a atrapar a Harry», dijo ella. «No quiero volver a verle. No quiero volver a oír su voz. No quiero que me toque, pero no haré nada para hacerle daño».
Me sentí lleno de amargura, no sé muy bien por qué, porque después de todo yo no había hecho nada por ella. Hasta Harry había hecho más que yo. Le dije: «Le sigues deseando» como si le estuviera acusando de un crimen.
Ella dijo: «No le deseo, pero está dentro de mí. Es así… no es amistad. Pero cuando tengo sueños sexuales él es siempre el hombre».
Empujé a Martins a que siguiera cuando vaciló:
«¿Y qué más?».
«Oh. Lo único que hice fue levantarme y dejarla. Ahora le toca a usted animarme. ¿Qué quiere que haga?».
«Quiero actuar rápidamente. ¿Sabe?, lo que estaba en el ataúd era el cadáver de Harbin, así que podemos detener inmediatamente a Winkler y a Cooler. Por el momento no podemos tocar a Kurtz, ni tampoco al chófer. Presentaremos una petición formal a los rusos para detener a Kurtz y a Lime, para tener nuestros archivos en orden. Si va a ser usted nuestro señuelo tiene que enviar un mensaje a Lime sin pérdida de tiempo, antes de que pase veinticuatro horas en esta zona. Mi idea es esta: en el momento en que llegó usted a la Ciudad Interior le trajimos aquí para apretarle las tuercas; se enteró de lo de Harbin por mí; comienza a echar cuentas y se va a avisar a Cooler. Dejaremos que Cooler se largue para conseguir coger a una presa más importante: no tenemos pruebas de que anduviera metido en el tráfico de penicilina. Se escapará hasta el Segundo Bezirk, para ver a Kurtz, y Lime pensará que usted juega limpio con él. Tres horas más tarde le enviará recado de que la Policía le persigue: usted está escondido y quiere verle».
«No vendrá».
«No estoy tan seguro. Escogeremos nuestro escondite con cuidado, en un sitio donde piense que hay muy poco riesgo. Vale la pena intentarlo. Sacarle a usted del lío apelaría a su orgullo y a su sentido del humor. Y le garantizaría su silencio».
Martins dijo:
«En el colegio nunca me sacaba de ningún lío».
Estaba claro que había estado revisando con cuidado el pasado y que había llegado a ciertas conclusiones.
«Entonces no había ningún problema serio ni tampoco peligro de que fuera a denunciarle».
«Le dije a Harry que no se fiara de mí pero no me oyó», dijo él.
«¿Está de acuerdo?».
Me había devuelto las fotografías de los niños y estaban sobre mi escritorio. Vi que les echaba una larga mirada.
«Sí», dijo. «Estoy de acuerdo».