Tras leer la carta de Oldmeadow, fui a dar un paseo, recordando a todos aquellos viejos conocidos… enemigos que en retrospectiva parecen ahora ser amigos. Reaparecieron uno por uno algunos que había olvidado totalmente: Jacobs, Manley, sí, Howell. Me pareció tocarlos a todos mentalmente, uno por uno: Bowles, Celia Brocklebank, Zenobia, el pequeño Pike, Wheeler, Bates, Colley… etcétera, desde el capitán Anderson hasta el último. Fue una tarea curiosa. Averigüé que podía recordarlos sin grandes emociones; incluso al teniente Summers: incluso al señor y la señora Prettiman. Aquella noche tuve una especie de sueño. Espero que fuera un sueño, pues en todo caso los sueños son bastante misteriosos. No me refiero a su contenido, sino al mero hecho de que existan. Deseo que no fuera más que un sueño, porque si no lo fue, entonces tendría que volver a empezar de nuevo en un universo completamente distinto del que me brinda cordura y seguridad. El sueño consistió en que los veía, por así decirlo, a ras de tierra, y si yo los veía a ras de tierra era porque estaba cómodamente enterrado en la tierra de Australia, salvo la cabeza. Pasaban a caballo a mi lado, a unas yardas. Reían y hablaban muy animados, los hombres y las mujeres que los seguían con rostros radiantes, como si hubieran tenido éxito en la búsqueda de un tesoro. Iban en caballos muy grandes: ella la primera, a horcajadas con un sombrero ancho, y él detrás, montado a la amazona porque la pierna derecha no le funcionaba. Al ver la excitación y la luz dorada, al ver la multitud que los seguía, al oír las risas y, sí, los cánticos, habría uno pensado que se dirigían a algún gran festejo, aunque no había forma de ver dónde podría celebrarse en el desierto que los rodeaba. ¡Estaban tan contentos! ¡Estaban tan animados!
Desperté de mi sueño, me enjugué la cara y dejé de temblar, y por fin llegué a la conclusión de que no todos podíamos hacer ese género de cosas. Había que tener en cuenta al mundo, ¿no? Sólo que recordé, antes de recuperarme totalmente, que ella había dicho, o él, que también yo podía ir, aunque nunca acepté la idea. Pero ahí está.