EPÍLOGO

Adam acompañó a Sally hasta su casa.

Watch se había marchado a comprar otro bocadillo de pavo para llevárselo a Bum y hablar con el extraño vagabundo.

Watch quería saber si existía otra Senda Secreta. Como si la primera no hubiese sido suficiente para un solo día. Adam y Sally le desearon buena suerte.

—Esta vez no pierdas las gafas —le dijo Adam—. No pienso llevártelas otra vez allí donde vayas…

Mientras caminaban por las apacibles calles del verdadero Fantasville, observaron que, por la posición del sol, era mediodía.

—Diría que es la misma hora en que nos conocimos —observó Sally.

—Probablemente lo sea —confirmó Adam—. Creo que todo el tiempo que permanecimos al otro lado estuvimos moviéndonos hacia atrás en el tiempo. No me sorprendería que nos viéramos a nosotros mismos salir de mi casa. —Y tras una pausa, prosiguió—: Tal vez debiéramos darnos prisa y detenernos a nosotros mismos… Ya sabes, para ahorrarnos todos los problemas que hemos vivido.

—¿Por qué? Que disfruten ellos también —dijo Sally de excelente humor.

Adam estaba sorprendido.

—¿Quieres decir que has disfrutado con lo que nos ha sucedido? —preguntó incrédulo.

—Por supuesto. Ha sido un día más en Fantasville. Tendrás que acostumbrarte a vivir domingos como éste —dijo Sally con toda naturalidad.

—Espero que no —replicó Adam, completamente rendido.

Llegaron a la casa de Sally.

—Te invitaría a entrar —dijo ella—, pero mis padres son un poco raritos.

—Bueno, no importa. Será mejor que vuelva a casa y ayude a mi padre a descargar el camión.

Sally se acercó a él y lo miró fijamente a los ojos.

—Me gustas mucho, Adam.

—Y tú a mí —replicó él, algo avergonzado.

—¿Podrías decirme una cosa, por favor?

—¿Qué?

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Sally.

—¿Quién?

—La chica que has dejado, en Kansas City.

—No he dejado a ninguna chica en Kansas City. Ya te lo he dicho.

—¿De verdad? —insistió Sally.

—De verdad.

—Entonces, ¿no hay razón para que tenga celos?

Adam se rió de buena gana.

—No tienes motivos para estar celosa, Sally. Te lo prometo.

—Uf… Menos mal —dijo ella, sonriendo y presionando afectuosamente el hombro de Adam—. ¿Te veré pronto?

—Mañana —contestó Adam, encogiéndose de hombros. La saludó con la mano mientras se alejaba.

Se dirigió a su casa. Sus padres y su hermana estaban en la cocina. Aún no habían puesto la mesa.

—¡Qué pronto has vuelto! —se extraño su padre.

Adam procuró ser natural.

—Sí —respondió—. ¿Cómo va tu espalda?

—Bien —dijo su padre.

—¿Qué tal es el pueblo? —curioseó su madre.

—Pues no está mal —dijo Adam, y tras reflexionar un momento añadió—: No creo que vaya a aburrirme.