Adam y Watch, encadenados, fueron conducidos a lo largo de una interminable escalera de piedra hasta una enorme habitación que parecía ser el salón del castillo. Era un lugar sombrío, apenas iluminado por velas que ardían con llamas rojas. Las imágenes de los retratos daban la impresión de mover los ojos.
Las sombras ocultaban por completo el alto techo. Mientras la bruja observaba, el caballero los encadenó a un poste de hierro en una esquina de la sala.
A su alrededor, tal como Watch había dicho, había innumerables relojes cuyas manecillas giraban hacia atrás.
Y también había algo más. Algo que sin duda era un objeto mágico.
En el centro de la estancia, y sobre un pedestal de plata, había un reloj de arena, de la altura de un hombre, labrado en reluciente oro y adornado con piedras preciosas.
La arena que se deslizaba por su estrecha garganta refulgía como si los granos fuesen polvo de diamantes.
Una obra de arte, una maravilla; pero lo sorprendente no era su belleza… La arena fluía de abajo arriba…
La bruja percibió la admiración de Adam por aquel extraordinario y enorme reloj de arena y sonrió.
—En tu mundo existe una fábula acerca de una niña que atravesó un espejo y entró en un país maravilloso. Puedes aplicar el mismo principio a este lugar. Sólo que en tu caso has atravesado un sepulcro y has pasado a un país donde reina la magia… la magia negra.
Sabes, también existe un reloj de arena como éste en tu Fantasville. Claro que allí la arena cae en el sentido normal y el tiempo corre hacia delante. ¿Me comprendes?
—Sí —dijo Adam—. Y aquí la arena va hacia arriba y el tiempo corre hacia atrás.
La bruja asintió con un gesto de cabeza.
—Para ti ahora el tiempo se detendrá. Sin ojos, sin día ni noche, el tiempo pasa muy despacio —sentenció la bruja dando un paso en su dirección—. Ésta es tu última oportunidad, Adam. Dime dónde está Sally y te dejaré marchar.
—¿Por qué no me da a mí también una última oportunidad? —preguntó Watch.
—Cierra la boca —le ordenó la bruja—, mientras aún puedas hacerlo.
—¿Me da su palabra de que me dejará marchar? —preguntó Adam.
—Desde luego.
—La promesa de una bruja no tiene valor —objetó Watch—. Son todas unas mentirosas.
—Oye, ¿no dirás eso porque no ha querido darte una última oportunidad? —le preguntó Adam a su amigo.
—A lo mejor —repuso Watch.
Adam consideró su situación durante algunos momentos y tomó una decisión.
—Usted no me dejará marchar —dijo—. Cuando tenga a Sally en su poder, igualmente me arrancará los ojos. Así que ya puede arrancármelos ahora mismo y ahorrarnos tiempo a todos.
Un relámpago de ira cruzó el rostro de la bruja. Pero enseguida sonrió, se apartó de ellos y se rascó la barbilla con el extremo de una de sus uñas, largas y afiladas como estiletes.
—No tengo el menor problema en tomarme contigo todo el tiempo que considere necesario —dijo ella con voz sedosa—. Y como has sido precisamente tú quien ha mencionado el caldero de agua hirviendo, creo que te obligaré a darte un baño antes de hacerte conocer el reino de las tinieblas. Será un baño muy cálido, te lo aseguro, te escaldarás vivo. ¿Qué te parece la idea?
Adam tragó saliva.
—Yo es que prefiero la ducha.
La bruja rió de buena gana; luego se volvió hacia el caballero negro, que continuaba impasible a su lado.
—Ven conmigo, debemos hacer los preparativos para agasajar a estos chicos tan valientes —dijo ella. Le acarició la barbilla e hizo brotar una gota de sangre. Luego retiró la mano y dio media vuelta, dispuesta a marcharse—. Veremos lo valientes que sois, cuánto resistís sin aullar de dolor.
—A mí, señora, la verdad… ni baños ni duchas —dijo Watch.
—No tienes elección —le espetó la bruja por encima del hombro.
Y un instante después, seguida por el fiel caballero negro, se alejó hasta desaparecer de la habitación.
Adam se disculpó con Watch.
—Siento mucho haberte convertido en voluntario para el caldero de agua hirviendo.
—Hay cosas peores —dijo Watch encogiéndose de hombros.
—¿Por ejemplo?
Watch frunció el ceño.
—Bueno, algo habrá —dijo, y miró hacia el reloj de arena—. Ese enorme reloj de arena debe ser mágico. La bruja lo tiene en gran estima… Me pregunto si no será ese precioso reloj el que controla el movimiento del tiempo en esta dimensión.
—Yo me estaba preguntando exactamente lo mismo —convino Adam.
Se produjo un largo y tenso momento de silencio.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Watch finalmente.
—¿No se te ha ocurrido alguna de tus brillantes ideas?
—No. ¿Y a ti?
Adam tiró impotente de la cadena que lo sujetaba al poste.
—No. Tengo la impresión de que éste es el final.
Watch también tiró con fuerza de la suya, pero fue en vano.
—Sí, parece que no hay esperanzas. Lo siento mucho, a fin de cuentas fui yo quien te convenció para que siguiéramos la Senda Secreta. No ha sido la mejor manera de aterrizar en Fantasville.
—Tío… no es culpa tuya. Lo hice porque quise —respondió Adam, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Me sentiría mucho mejor si supiera que Sally está a salvo.
Una voz resonó entonces por el salón del castillo.
—¿No es un encanto? —dijo Sally.