El árbol era tan extraño como Sally lo había descrito. Se erigía, solo, en el centro de un solar por lo demás yermo y daba la impresión de haber sido testigo de numerosas batallas sangrientas que hubieran tintado de rojo sus hojas.
Las ramas colgaban hasta casi rozar el suelo, dispuestas a abalanzarse sobre cualquiera que pasara a su lado.
Adam observó el gran agujero que se abría en el tronco. Los bordes de la grieta parecían unas fauces hambrientas. Eran ásperos, como puntiagudos dientes aguardando el momento oportuno para cerrarse en un mordisco mortal.
—Conozco un chico que entró ahí y salió hablando en un lenguaje muy extraño… el lenguaje de las serpientes —dijo Sally.
—Sólo se trata de un árbol que ha sido maldecido —dijo Watch—. Yo entraré el primero para demostraros que no existe el menor peligro.
—¿Y cómo sabremos que cuando salgas serás el mismo? —preguntó Sally—. Tan vez entonces habrás dejado de ser humano…
—Jo, tía… —exclamó Adam, agobiado por las reticencias de la niña, aunque en su interior se alegraba de que fuera Watch quien entrara el primero.
Había algo verdaderamente aterrador en aquel árbol, con toda la copa del color de la sangre.
Sally y Adam, muy juntos, observaron a Watch encaminarse hacia el árbol e introducirse en el agujero.
Pasó un minuto largo y Watch no reaparecía.
—¿Por qué tarda tanto? —se preguntó Adam en voz alta.
—Probablemente porque el árbol se lo ha comido y ahora lo está digiriendo —dijo Sally.
—Ah… Oye, y ¿de dónde le viene el nombre a este árbol? —preguntó Adam.
—En cierta ocasión el viejo Derby intentó cortarlo —le explicó Sally—. Yo entonces sólo tenía cinco años pero lo recuerdo perfectamente. El viejo Derby maldijo al árbol, culpándolo de la desaparición de uno de sus hijos. Tenía muchos hijos, creo que unos diez, de modo que perder uno no sería tan grave. Bueno, a lo que iba, vino aquí una mañana con una gran hacha muy afilada y lanzó un formidable golpe contra el tronco. Pero falló y se amputó una pierna. Tendrías que ver al viejo Derby paseándose por el pueblo con su pata de palo. Todos los niños le llaman El Pirata. Él sería el primero en asegurarte que hay algo maligno en este árbol.
—Sólo deseo que Watch salga de allí de una vez —dijo Adam, llevándose las manos a la boca a modo de un altavoz antes de gritar—: ¡Watch!
Watch no respondió. Pasaron otros cinco minutos. Adam estaba a punto de salir corriendo en busca de ayuda cuando su amigo asomó la cabeza por el agujero. Se deslizó con enorme dificultad fuera del árbol como si aquella fisura se hubiese estrechado mientras él permanecía en su interior. Cuando hubo salido se dirigió hacia ellos con toda naturalidad.
—¿Por qué has estado dentro tanto tiempo? —le preguntó Sally.
—Pero ¿qué dices? —contestó Watch, echando un vistazo a uno de sus relojes—. Sólo he estado allí un minuto.
—Has estado allí al menos una hora —dijo Sally.
—No, unos diez minutos —la corrigió Adam.
Watch se rascó la cabeza.
—Es extraño, no me pareció que transcurriera tanto tiempo…
—¿No nos oíste llamarte a gritos? —inquirió Sally.
—No, dentro del árbol no puedes oír nada —respondió Watch, y tras una pausa preguntó—: Bien ¿quién es el siguiente?
—Yo —dijo Adam, deseoso de pasar aquella prueba de una vez.
—Espera un momento —intervino Sally, dirigiéndose a Watch—. ¿Cómo podemos saber que no has cambiado allí dentro? A lo mejor no se te nota a simple vista.
—Soy yo, Sally —dijo Watch.
—Si hubieras cambiado no sabrías que ya no eres tú —insistió Sally—. Serías la última persona en saberlo. Deja que te haga un par de preguntas, ya sabes… para asegurarnos de que no se te han revuelto los sesos. ¿Quién es la chica más guapa del pueblo?
—Tú —respondió Watch.
—¿Y quién es la mejor poeta de Fantasville? —volvió a preguntar Sally.
—Tú —dijo Watch.
—¿Tú escribes poesía? —preguntó Adam a Sally.
—Sí, y son unos poemas horribles —respondió Sally—. El árbol le ha afectado las neuronas.
—Si algo ha cambiado en mí, sucedió hace mucho tiempo —observó Watch guiñándoles un ojo—. Vamos, Adam, hazlo de una vez. Cuanto antes acabemos, antes podremos ir en busca del tercer punto.
—De acuerdo —dijo Adam, a quien aquella propuesta estaba muy lejos de entusiasmarle.
Se encaminó lentamente hacia el árbol. Mientras lo hacía, una brisa repentina agitó las hojas rojas, dando la impresión de que estuvieran vivas, y como esperándole.
El corazón de Adam resonaba en su pecho como un tambor. Dentro del árbol el tiempo debía de transcurrir a un ritmo diferente. Tal vez cuando él saliera del agujero Sally y Watch ya serían tan mayores como sus padres. O quizá ni siquiera pudiese salir del árbol y se convirtiera en parte de él, quizás en un rostro apesadumbrado labrado en la gruesa corteza del roble.
No cabía duda, la grieta parecía ser mucho menor que diez minutos antes; tal vez se hubiese reducido a la mitad.
Adam comprendió que tendría que entrar y salir con la mayor rapidez. Todavía dudó un instante. Del interior del árbol salía un olor muy extraño. ¿Sería el olor de la sangre? Además, mientras se hallaba debajo de la gran copa en forma de hongo, no pudo evitar darse cuenta de lo lejos que parecían hallarse sus amigos.
Se encontraban donde él los había dejado, aunque tuvo la impresión de que estaban a un kilómetro de distancia.
Les hizo una seña con la mano y pasaron muchos segundos hasta que recibió su señal de respuesta. Muy extraño. Pero que muy extraño.
«Tengo que hacerlo —se dijo Adam—. Si no lo hago, Sally sabrá que soy un cobarde».
Armándose de valor, metió la cabeza y se deslizó dentro del árbol a través de la grieta. Fue capaz de introducir todo el cuerpo y darse la vuelta, aunque no logró levantar totalmente la cabeza. Dentro del tronco, manteniéndose encorvado, echó un vistazo al exterior a través de la fisura y se sorprendió al comprobar que todo cuanto había fuera había perdido su color. Como si estuviese viendo una película en blanco y negro.
Watch tenía razón. En el interior del árbol no se oía nada excepto el agitado palpitar de su corazón; y tuvo la impresión de que el árbol estaba escuchando sus latidos, preguntándose la cantidad de sangre que sería capaz de bombear a lo largo del día; cuánta sangre tenía en sus venas aquel muchacho temerario e imprudente… para alimentar sus ramas hambrientas.
«Tengo que salir de aquí», decidió Adam.
Trató de deslizarse fuera del tronco.
La hendidura se había estrechado todavía más. Adam consiguió sacar fuera la mitad de su cuerpo, pero la otra mitad quedó atrapada en el interior.
Respirando con dificultad, casi asfixiado por la presión, intentó lanzar un grito de auxilio, pero no pudo. Las fauces de la grieta le tenían atenazado y por el modo en que comenzaban a apretarle iban a seccionarle en dos mitades.
—¡Socorro! —consiguió gritar finalmente.
Sally y Watch estuvieron junto a él en un segundo. Watch le cogió de las manos y tiró de ellas con toda su fuerza, y Sally le agarró la cabeza. Pero Adam continuaba inmovilizado. El dolor que sentía era espantoso y tenía la impresión de que sus intestinos estaban a punto de estallar.
—¡Oh! —gimió Adam.
Sally se hallaba al borde de la histeria y tiró violentamente de la cabeza de Adam. Fue en vano.
—¡Watch, haz algo! —gritó Sally—. El árbol le está devorando las piernas.
—No me está devorando —se quejó Adam—. ¡Me está partiendo en dos!
—Un moribundo no debería andar con tantos remilgos —dijo Sally, y volviéndose hacia su amigo gritó—: ¡Watch! ¡Haz algo!
—Se me ha ocurrido una cosa —dijo Watch soltando los brazos de Adam.
Corrió hasta una de las ramas que rozaban el suelo y sacó de su bolsillo un mechero.
Mientras Adam se esforzaba por respirar, Watch acercó la llama del mechero a una rama particularmente grande y horrible.
El árbol reaccionó: la rama se retrajo al instante, y casi se diría que quiso abofetear a Watch.
En ese preciso momento Adam percibió que la presión sobre su cuerpo disminuía.
—¡Ahora, tirad de mí…! —gritó a sus amigos.
Watch regresó a la carrera junto a él y, con la ayuda de Sally, tiraron violentamente de Adam hasta conseguir sacarlo de aquella trampa mortal.
Adam cayó de cabeza sobre el suelo y se arañó las mejillas. Sin embargo, aquel rasguño era algo insignificante comparado con la maravillosa sensación de alivio que experimentó al estar libre y fuera del peligro.
Todavía en el suelo, respiró varias veces profundamente y en cuanto se hubo recobrado un poco se alejó a gatas del terrible árbol.
Sally y Watch le ayudaron a ponerse en pie.
Al mirar detrás de ellos Adam comprobó que el agujero se había esfumado.
—Ahora podéis comprender por qué el viejo Derby quería cortarlo —dijo Sally, jadeando aún por el esfuerzo.
—Sí —reconoció Adam con voz entrecortada, y empezó a palparse los costados para asegurarse de que no se había roto ninguna costilla.
Parecía estar indemne, aunque sabía que al día siguiente se encontraría muy dolorido… si vivía lo suficiente para llegar hasta entonces. De pronto había perdido todo interés por descubrir la Senda Secreta.
—De ninguna manera vas a entrar en ese tronco —le dijo a Sally.
—No sé si meterse en el interior del árbol es una condición ineludible —dijo Watch—. Probablemente baste haber llegado hasta aquí.
—Dime qué se te ha ocurrido —dijo Adam.
—Abandonemos esta aventura mientras podamos —propuso Sally—. La senda es demasiado peligrosa.
—Vayamos un poco más lejos. Sé cuál es el próximo punto. Y no puede ser peligroso —dijo Watch, y tras una pausa para echar una última mirada al árbol, añadió—: Al menos eso espero…