9

Adam y sus amigas estuvieron recorriendo el túnel de la izquierda durante dos horas antes de llegar antes de llegar a otra bifurcación. En esa ocasión las alternativas eran tres. La cueva que quedaba a la derecha describía una curva descendente. El túnel central continuaba sobre suelo llano y el de la izquierda se curvaba y ascendía. Los tres tenían opiniones diferentes sobre la dirección que debían seguir.

—Yo quiero ir hacia la izquierda-les informó Cindy—. Cuanto más ascendamos más posibilidades tendremos de alcanzar la superficie y salir de aquí.

Sally avanzó unos pasos hacia el túnel que había elegido Cindy. Olisqueó el aire y frunció la nariz.

—¡Qué peste!

Adam no tuvo más remedio que convenir con su amiga.

—Huele como si hubiese un animal muerto. Creo que deberíamos coger el túnel de la derecha. Sé que por aquí descenderemos pero noto una leve brisa fresca.

—De ninguna manera-replicó Sally—. No podemos bajar ni tampoco ir a darnos de bruces con un animal muerto. Yo digo que vayamos por el túnel del medio. Deberíais hacerme caso, ya visteis lo que pasó la última vez, cuando nos dejamos convencer por Cindy.

—La otra vez yo estuve de acuerdo en que fuésemos por el túnel de la derecha-le recordó Adam.

—Sólo porque ella te lo sugirió al oído-se burló Sally.

—Me sentiría ofendida si no fuese porque me has salvado la vida-contestó Cindy.

—Y será mejor que no lo olvides, querida-dijo Sally.

Adam no acababa de decidirse. Hacía ya más de una hora que estaban utilizando la segunda linterna. Las pilas parecían resistir, pero tarde o temprano se acabarían. Los tres estaban muy cansados y tenían sed. Cada vez que hacían un alto en el camino para descansar un poco, les costaba más reanudar la marcha. A Adam le preocupaba la posibilidad de que muy pronto ninguno de ellos tuviese fuerzas suficientes para continuar.

No era sólo esa suave brisa de aire frío lo que le impulsaba a tomar el sendero de la derecha. En la distancia, y aunque apenas era un murmullo apagado, le pareció oír el inconfundible murmullo de una fuente de agua. Pensaba que, si existía un río subterráneo podría conducirles hasta el exterior de la cueva. Únicamente tendrían que seguir la corriente. Además, podrían beber. Sin embargo, cuando les pidió a sus amigas que prestaran atención para ver si oían el rumor lejano del agua, Sally y Cindy no percibieron nada.

—Creo que tienes tanta sed que comienzas a sufrir alucinaciones-le dijo Sally.

Adam temió que, por una vez, Sally tuviese razón.

—¿Estás segura de que no oyes completamente nada, Cindy? —preguntó.

—Lo siento, Adam-se lamento Cindy—. Sólo silencio. Además, no soporto la idea de ir hacia abajo. Por favor, tomemos el túnel de la izquierda.

—Debemos ir por el centro-insistió Sally.

Las dos esperaban que fuese él quien tomara la decisión final. En aquel momento lo único que Adam deseaba era que hubiese otro líder en el grupo. Si se equivocaba, era muy probable que los tres acabaran muertos. A pesar de que su instinto le indicaba lo contrario, hizo una seña en dirección al túnel central.

—Continuaremos por ahí-dijo—. Y veremos qué pasa.

Al principio no hubo ningún cambio en el pasaje subterráneo. La cueva continuaba en línea recta y sobre un terreno completamente llano. Pasó otra hora de agotadora caminata. Comenzaron a apoyarse los unos en los otros para poder continuar la marcha. Adam aún llevaba consigo unas cuantas tablas arrancadas del ataúd y a cada paso que daba la carga le resultaba más pesada. Pensó en abandonarlas, pero la luz de la linterna de Cindy comenzaba a fallar. Trató de no pensar en lo que sería quedarse atrapados, vagando sin rumbo en la más absoluta obscuridad. Podían llegar hasta el borde de un risco y caer al vació sin darse cuenta siquiera de lo que estaba ocurriendo. En el túnel central también flotaba un olor nauseabundo que de súbito se hizo más fuerte y les golpeó incluso antes de que viesen de dónde procedía.

Hallaron el primer murciélago muerto.

Hasta el momento, por supuesto, no habían visto ningún murciélago vivo, y la visión les lleno de temor y preocupación. Adam le pidió la linterna a Cindy para examinar al animal muerto. A aquel murciélago no lo habían matado sus compañeros. Estaba claro que otra criatura, mucho más grande, lo había abierto en canal de un solo y certero golpe. El cadáver estaba rodeado de sangre, y está, aunque no estaba fresca, tampoco se había coagulado por completo.

El murciélago tenía los dientes afilados.

Se preguntó si sería un vampiro.

—¿Cuánto tiempo lleva muerto? —inquirió Sally, permaneciendo por una vez junto a Cindy.

Adam se apartó de aquellos repugnantes restos y frunció el ceño.

—Tal vez un día-contestó.

—No tiene aspecto de haberse suicidado-dijo Sally.

—No-contestó Adam, poniéndose de pie y devolviéndole la linterna a Cindy—. Creo que lo mató una de esas criaturas.-Hizo una pausa—. ¿Todavía quieres continuar por este túnel, Sally?

Sally parecía agotada. Su largo pelo negro le colgaba a ambos lados de la cara como dos franjas de suciedad. Tenía los labios secos y agrietados. A Adam le sangraba ligeramente la rodilla como consecuencia del encuentro con los trolls. Pero no les había dicho nada de la herida a sus amigas. En aquellos momentos era lo que menos le importaba. Sally sacudió la cabeza.

—No me quedan fuerzas para regresar por donde hemos venido-confesó Sally.

¿Y crees que te queda fuerza suficiente para luchar contra la criatura que ha destrozado a este murciélago? —preguntó Cindy. Luego añadió con voz más suave—: Deberíamos haber cogido el túnel de la izquierda.

—No deberíamos haber entrado en esta maldita cueva-exclamó Sally—. No fui yo quien tuvo la brillante idea.-Aunque no tenía ánimos para seguir la discusión. Bajo la cabeza y echó un último vistazo al murciélago muerto—. Tú decides, Adam. Yo no puedo.

Adam sacudió la cabeza.

—Ya hemos decidido. Solo podemos continuar adelante.

El camino se volvía más tenebroso a medida que avanzaban. Las telas de arañas colgaban de las piedras. No obstante no se trataba de esas telas incómodas y pequeñas que hay en los sótanos de las casas o en los garajes. Aquéllas eran telas enormes y densas. Ocupaban todo el ancho del túnel. Para poder continuar Adam tuvo que quitarse la camisa y apartarlas con ella. Y, en ocasiones, las arañas salían de sus agujeros y se precipitaban hacia ellos mostrando sus diminutas garras negras y sus espantosos ojos rojos. Vieron una araña que tenía el tamaño de un conejo pequeño. Pero escapó en cuanto Adam le arrojó una piedra. La temperatura siguió aumentando. Los tres estaban exhaustos y la sed era insoportable. Adam trató de calcular qué hora sería pero no le quedaba energía ni siquiera para concentrarse durante unos minutos. Tenía la sensación de que hacía semanas, y no horas, que estaban encerrados en aquella horrible cueva. Se preguntó si Watch habría hablado con sus padres y si estos estarían haciendo ya los preparativos para su funeral. Al menos no tendrían que gastar dinero en un ataúd, pensó amargamente, la inmensa cueva sería su tumba. Encontraron otros dos murciélagos muertos. Adam se arrodilló para examinarlos. No olían tan mal como el primero porque la sangre de estos dos aún estaba fresca. Los habían matado exactamente de la misma forma que al primero. Las chicas esperaban ansiosas su opinión. Pero Adam tenía miedo de expresarla.

—¿Y bien? —preguntó Sally con impaciencia.

—Creo que estos dos murciélagos llevan muertos menos de dos horas-concluyó.

—Crees que murieron aquí? —preguntó Cindy.

—Todo parece indicar que así fue-contestó Adam, poniéndose de pie.

La voz de Cindy se quebró al hablar.

—Eso significa que una de esas horribles criaturas ha estado en este lugar hace muy poco tiempo.

—Lo que significa en realidad es que una de esas horribles criaturas se encuentra no muy lejos de aquí en este preciso instante-apostilló Sally.

—Pero no hemos oído nada-dijo Adam.

Sally miró hacia ambos lados.

—Yo sí. Pasos apagados que se detienen cuando nosotros lo hacemos. Y he sentido unos ojos que me vigilaban. Ya sabéis, como cuando alguien nos está mirando a nuestras espaldas. Puedes sentirlo. Pues bien, me parece que algo nos está observando desde hace un buen rato.

—Sólo son imaginaciones tuyas-dijo Cindy de inmediato.

Sally señaló los pequeños murciélagos muertos a sus pies.

—¿También esto son imaginaciones mías? Os digo la verdad, creo que hace ya un rato que nos están siguiendo.

—¿Y por qué no nos has dicho nada hasta ahora? —preguntó Adam.

—¿Qué hubiésemos ganado con saberlo? —replicó Sally.

Adam miró arriba y abajo del túnel, utilizando la linterna para perforar la densa obscuridad que le rodeaba. Más allá de donde alcanzaba el haz de luz solo había más obscuridad y, probablemente, más murciélagos despedazados.

—Si algo nos está siguiendo-continuó Adam—, y aún no nos ha atacado, eso podría ser señal de que no tiene intenciones de atacarnos.

—Eso es lo que tu querrías-declaró Sally. Ella también miro a su alrededor y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, aunque parecía a punto de desplomarse a causa del agotamiento y el calor—. Aunque supongo que es lo que mejor podemos pensar en este momento.

Cindy frunció la nariz al estudiar los murciélagos muertos.

—Algo es seguro: el que mató a los murciélagos no es vegetariano.

Sally asintió con expresión sombría.

—Es probable que ni siquiera le gusten los helados.

Continuaron la marcha. El aire era tan seco que les costaba trabajo tragar. Y otro extraño olor inundaba el ambiente. Era muy posible que siempre hubiera estado allí, pero los tres amigos simplemente te habían acostumbrado a él y no lo percibían. Pero ahora era demasiado intenso como para ignorarlo. Era evidente que se estaban aproximando a alguna especie de zona volcánica activa. Delante de ellos, diminutas cenizas negras flotaban en el aire y se les enganchaban en el pelo. El olor y las cenizas dificultaban aún más la respiración. Los tres comenzaron a toser.

Entonces apareció la nube negra.

Hasta entonces solo habían visto algunos murciélagos muertos, ninguno vivo, y eso había extrañado a Adam, aunque muy pronto sus dudas quedarían resueltas. Habían decidido tomarse un pequeño respiro cuando Adam oyó un leve aleteo encima de ellos. Fue el primero en oírlo. Cuando el sonido creció en intensidad, se convirtió en un extraño zumbido. Por un momento, se preguntó si estaría escuchando el sonido de un enjambre de abejas. Las chicas se giraron hacia él.

—¿Qué es eso? —preguntó Sally con voz temblorosa.

Adam dio un brinco y dirigió el haz de luz hacia el lugar de donde procedía el sonido. En realidad, aquel ruido venía de detrás de ellos, del largo túnel que acababan de recorrer. Al principio no podían ver absolutamente nada, excepto los restos de telarañas que habían apartado en su camino. De pronto, las tenues telas comenzaron a agitarse con violencia. Una enorme araña, que colgaba de lo que quedaba de su guarida, estalló en mil pedazos. Algo desconocido empujaba las telas de araña. Algo con miles de alas negras y un millón de ojos pequeños y rojos que brillaban como canicas.

Se acercaba un enjambre de murciélagos.

Directamente hacia ellos.

—¡Corred! —gritó Adam, empujando a las chicas delante de él.

Los tres echaron a correr a toda velocidad, pero no podían competir con las terribles criaturas aladas. Un segundo después, la nube de murciélagos cayó sobre ellos y el horror fue indescriptible. Los ratones alados se les enredaban en el pelo, se metían debajo de sus camisas, les mordían las orejas y los dedos con sus finos dientes afilados como diminutas cuchillas de afeitar. Adam notó las garras de un murciélago apoyadas en sus ojos cerrados. Lo apartó con violencia, pero un segundo después otras dos ocuparon su lugar. Recordó los dientes afilados de los murciélagos muertos y entonces los sintió en su cuerpo, cuando varios de ellos intentaban perforarle la piel. Deseaba gritar como jamás lo había hecho antes, pero temía que un murciélago se le metiera en la boca.

Los murciélagos estaban sedientos. Querían sangre.

Qué manera de morir. Qué muerte tan espantosa. Sin embargo, no todo estaba perdido. Adam abrió accidentalmente un ojo y alcanzó a divisar una tenue luz rojiza unos veinte metros más adelante. Parecía salir de una estrecha grieta en la pared de la cueva. Curiosamente, no parecía haber ningún murciélago alrededor de aquella luz. Eso fue suficiente para Adam. Cogió a sus amigas de un brazo mientras Sally y Cindy continuaban manoteando desesperadas para impedir que los murciélagos se las comiesen vivas.

—¡He descubierto una salida! —gritó Adam—. ¡Seguidme!

Corrió hacia la luz llevando a sus amigas a rastras. Los murciélagos, por supuesto, les siguieron, ya que aquellos pequeños demonios no se habían saciado. Sin embargo, cuando los tres se acercaron a la extraña luz rojiza que salía de la pared, la nube de murciélagos se desvió de su camino. Adam supuso que no les gustaba el olor, o bien que la lúgubre luz roja les asustaba por algún motivo. Él fue el primero en deslizarse a través de la grieta, Cindy y Sally lo hicieron inmediatamente después.

Les llevo un par de segundos descubrir dónde se encontraban.

Se trataba de una enorme cámara volcánica.