7

A medida que se adentraban en el túnel que se extendía a la derecha, el espacio se estrechaba y la temperatura descendía notablemente. De hecho, hacía bastante frío. Adam lo interpretó como una buena señal. Ya no tenía tanta sed. Pero el tiempo seguía su marcha. No podían seguir vagando por el interior de la cueva eternamente. La primera linterna tenía las pilas prácticamente agotadas. Tuvieron que recurrir a la segunda para dejar de chocar entre ellos cada dos pasos. Adam aconsejó a Sally que ahorrase lo que aún quedaba de energía en las pilas de la primera linterna. Sally la apagó y se la guardo en el bolsillo trasero de los tejanos.

Diez minutos después de haber dejado atrás la bifurcación, llegaron a un enorme espacio abierto. Por un instante Adam, estuvo a punto de celebrarlo. Pensó que acababan de salir de la cueva. Pero después de dejar las maderas en el suelo e inspeccionar los alrededores con la linterna de Cindy, comprendió que aún no estaban en casa. Aquello parecía un enorme pozo de chimenea excavado en una mina, y ellos se encontraban justo en el fondo. Las paredes que los rodeaban eran circulares, pero la escasa luz no permitía distinguir que había en la parte superior del pozo o qué altura tenía.

Adam comprobó que la cueva acababa allí.

Había solo un camino de entrada y otro de salida.

—¿Dónde estamos? —susurró Cindy.

—Podríamos estar debajo del castillo-aventuró Adam—. ¿Creéis que debería gritar pidiendo ayuda?

—No-dijo Sally.

—Sí-dijo Cindy.

—Venga, hazle caso a Cindy, como siempre-gimoteó Sally.

—Eso no es justo-protestó Cindy—. Adam toma sus propias decisiones.

—Shhh.-Adam se llevo un dedo a los labios—. Creo que he oído algo.

Lo que sonaba era un leve tintineo metálico. Se oía por encima de ellos y a ambos lados del pozo: dos fuentes. Adam recordó al caballero negro que encontró al otro lado de la Senda Secreta, el sirviente de la malvada bruja pelirroja. El caballero rechinaba como un gozne poco engrasado cada vez que daba un paso. La gente-o los monstruos —que había encima de ellos hacía el mismo ruido.

Unas débiles luces anaranjadas comenzaron a brillar cincuenta metros sobre sus cabezas, a ambos lados del pozo.

No cabía duda de que dos seres se acercaban al pozo desde túneles opuestos. Pero el sonido de sus pesadas armaduras, porque a eso es a lo que sonaban, preocupaba a Adam.

Estaba a punto de avisar a las chicas para que se apartaran del pozo, cuando las llamas de dos antorchas comenzaron a brotar de las paredes mismas del pozo. En realidad, a varios metros por encima de sus cabezas había un estrecho pasadizo de piedra y dos criaturas se asomaban desde él.

Evidentemente eran criaturas, y no seres humanos.

Eran trolls del tamaño de un hombre. Sus rostros eran feos y blandos. Parecían el fruto de una extraña unión entre un lagarto y un cerdo. La nariz ancha y aplastada y unos ojos rojos de mirada furiosa. Llevaban escudos lisos de acero y, en la mano derecha, sendas espadas de plata. En la mano izquierda sostenían la antorcha. Parecieron muy satisfechos al descubrir la presa que había caído en su pozo.

Así era como se sentía Adam. Como si hubiese caído en una trampa.

—¡Corred hacia la cueva! —les gritó a las chicas. Los tres corrieron hacia la entrada de la cueva pero, antes de que llegaran a ella, una puerta de rejas de hierro cayó desde arriba y les cerro el camino. La puerta choco con fuerza contra el suelo polvoriento y perforó la tierra con largas púas metálicas. Los tres tiraron con fuerza de las barras, pero la puerta no se movió. Adam alzó la vista y alcanzó a ver que una de las criaturas dejaba caer la antorcha y la espada para esgrimir una lanza larga y negra. La lanza llevaba una cadena sujeta a la base. Antes de que el monstruo les atacara, quedó muy claro lo que él y su compañero pretendían: atravesar con las lanzas a los estúpidos chicos humanos e izar sus cueros para dar cuenta de ellos durante la cena. Las criaturas querían comérselos, vivos o muertos.

El trol alzó la lanza por encima de su cabeza.

—¡Agachaos! —ordenó Adam.

Los tres se arrojaron al suelo.

La lanza golpeó la puerta de metal con un horrible estruendo.

El choque produjo una lluvia de chispas. Los tres chillaron.

El monstruo había fallado en su puntería, pero no le importaba.

Tenía todo el tiempo del mundo para darles caza. La repugnante criatura alzó la lanza tirando de la cadena que llevaba sujeta.

Adam se levantó del suelo.

—Desplegaos-les recomendó—. No dejéis de moveros. Que no seáis un blanco fácil.

El pozo debía de medir aproximadamente unos treinta metros de diámetro. Era muy ancho, pero con dos horribles monstruos acechándoles desde el pasadizo superior. Adam tenía la sensación de estar atrapado en una estrecha grieta. El monstruo que conservaba la antorcha ayudaba a su compañero. Mientras que el que manejaba la lanza, apuntaba, el otro mantenía la antorcha en alto para iluminar mejor el fondo del pozo. Adam se dio cuenta de que estaba apuntando hacia él.

El monstruo volvió a arrojar la lanza.

Adam saltó hacia su derecha.

La lanza pasó volando a través del hueco entre su brazo izquierdo y su costado izquierdo. La punta le desgarro la camisa; había fallado por escasos centímetros. Las dos criaturas se echaron a reír y sus pavorosas carcajadas resonaron en el profundo pozo. Estaban disfrutando del juego. El terror paralizó a Adam. Ni siquiera se movió cuando el monstruo recogió la lanza desde donde se encontraba. Las dos criaturas cambiaron de posición. Ahora iban a por Cindy.

—¡No dejes de moverte! —gritó Adam.

Pero Cindy cometió un terrible error. Mientras miraba atemorizada hacia el monstruo que la amenazaba con la lanza en ristre, retrocedió hasta quedar apoyada en la pared de piedra. Inmóvil por el miedo, era un blanco perfecto. El monstruo volvió a alzar su lanza. Adam sabía lo que iba a pasar, pero no podía hacer nada para impedirlo.

—¡Cindy! —exclamó—. ¡Agáchate!

Pero la muchacha no se movió. La lanza atravesó el aire negro hacia su corazón. Adam decidió cerrar los ojos. No podría soportar verla morir. De pronto, Cindy salió volando hacia un lado.

Sally había tirado de ella.

La lanza golpeó la pared y cayó inofensivamente al suelo.

Adam agitó el puño en el aire.

—¡Sí! ¡Bien hecho, Sally!

Sally y Cindy se levantaron de inmediato.

—Me debes una-dijo Sally sin perder de vista a los dos monstruos.

—Desde luego-contestó Cindy casi sin aliento.

Adam corrió hacia ellas.

—Tengo una idea-anunció en voz baja—. Pero para que dé resultado debemos volver a la puerta de rejas.

—Si lo hacemos, seguro que uno de nosotros acaba muerto-protestó Sally.

—Nos matarán a los tres si no hacemos algo ahora mismo-dijo Adam—. Confiad en mí.

Los tres corrieron hacia la entrada. El monstruo ya había recogido su lanza. Se echó a reír cuando vio a los tres amigos muy juntos y apoyados contra la puerta de rejas. Extendió el brazo hacia atrás, apuntando cuidadosamente.

—Debemos saltar a un lado cuando tire la lanza-dijo Adam, colocándose entre sus dos amigas.

—¿Hacia qué lado saltarás tú? —preguntó Sally desde la derecha.

—Ya lo verás-contestó Adam, mientras se agarraba a dos rejas de metal.

El trol arrojo la lanza.

Iba dirigida hacia Adam.

El muchacho sabía que el monstruo le elegiría a él, ya que se encontraba en el medio. También imaginó que apuntaría bajo, pensando que el estúpido niño humano se agacharía para esquivar el ataque. Por ese motivo, Adam trepó por las rejas cuando la lanza voló hacia él. Estuvo a punto de fallar. La hoja de la lanza le rozó la pierna izquierda, haciendo que la sangre brotara junto a la rodilla. Pero a Adam no le importó porque la lanza aterrizó exactamente donde él había previsto: al otro lado de la puerta. Cuando el trol comenzó a lanzar gruñidos y a tirar de la cadena que sujetaba la lanza, Adam dio un salto y cogió la lanza.

Sin embargo, Adam era consciente de que no era rival para aquellos monstruos en lo que a fuerza se refería. Si intentaba competir por la lanza tirando desde uno de los extremos, estaba condenado a la derrota. Tenía una idea mucho mejor. Antes de que el trol tuviese tiempo de reaccionar, pasó la punta de la lanza y la cadena alrededor de una de las rejas y luego la clavó en el suelo.

El monstruo tiró con todas sus fuerzas de la cadena, pero la lanza permaneció donde Adam la había clavado. Las chicas corrieron a reunirse con él y le palmearon en la espalda.

—Absolutamente brillante-dijo Sally.

—Eres un héroe-convino Cindy.

—Es demasiado pronto para las celebraciones-les recordó Adam—. Nosotros solos no podemos levantar esta puerta, aunque tal vez consigamos que esos dos monstruos lo hagan por nosotros. Tenemos que enfurecerlos de tal modo que no piensen. Sólo quiero que traten de recuperar la lanza.

—¿Cómo se hace para enfurecer a uno de esos trolls? —preguntó Cindy.

—Solo tenéis que imitarme-dijo Sally, volviéndose para mirar a sus verdugos. Se dirigió a ellos y les habló con voz estridente y burlona y por una vez Adam se alegró de oírla—. ¡Oh, señor trol! Me parece que esta noche te quedarás sin cena. Es una verdadera lástima. Lo siento por vosotros, tíos. Sé que debe de ser un palo tener que trabajar en esta mazmorra obscura, y siempre en el turno de noche. Apuesto a que nunca tenéis oportunidad de salir a ver el sol, salta a la vista. Quiero decir que sois realmente repugnantes, tíos. Sois un verdadero asco. Parecéis ranas que hayan tragado demasiadas hormonas o lagartos que hayan sorbido demasiado fango. Tíos, apuesto a que ninguno de los dos es capaz de conseguir una cita ni siquiera con una chica trol como vosotros. Esos pelos que os salen de las narices son sencillamente asquerosos. Desde luego, necesitáis un buen afeitado. ¿Es que vuestras madres no os enseñaron modales cuando erais pequeños? Se supone que no debéis babear sobre vuestra comida antes de haberla matado y sacado del pozo. Es sencillamente una falta de educación imperdonable. Un duende nunca se hubiera comportado de ese modo.

Los insultos de Sally tuvieron el efecto deseado.

Aunque ninguno de los trolls entendieron exactamente lo que Sally les había dicho, estaban rabiosos. Comenzaron a lanzar gruñidos y lo llenaron todo de babas. Avanzaron por el elevado pasadizo hasta quedar encima de la puerta de metal. Y eso era precisamente lo que Adam esperaba porque, cuando los dos monstruos comenzaron a tirar con fuerza de la cadena que estaba unida a la lanza, la pesada puerta de metal comenzó a alzarse. Primero sólo fue una pequeña franja debajo de el obstáculo, luego un espacio de unos cuantos centímetros y la abertura seguía aumentando. Adam consideró que ya era suficiente.

—¡Deprisa! ¡Pasad por debajo de la puerta! —gritó.

Dejó que sus amigas pasaran primero y luego, cogiendo varias de las tablas que habían arrancado del ataúd, se deslizó rápidamente detrás de Cindy. Los gritos de furia de los dos monstruos retumbaban en el túnel. Las dos criaturas soltaron la cadena y la puerta volvió a caer con estrépito. Pero para entonces Adam y sus amigas ya habían escapado y se alejaban por el túnel a toda velocidad.

—Os dije que debíamos ir hacia la izquierda-sentenció Sally.

—Puedes decir que fui yo quien insistió en ir hacia la derecha todas las veces que quieras-dijo Cindy.

—Siempre que el otro camino no resulte peor que éste-convino Adam.