3

Dentro de la cueva hacía mucho más calor que en el exterior. Adam percibió el cambio de temperatura nada más entrar. Ese calor seguía intrigándole. Las corrientes de aire soplaban hacia fuera de la cueva, no en dirección contraria. Se preguntó si no había otra entrada por allí cerca. Una vez dentro, el tamaño de la cueva pareció aumentar. El techo era al menos un metro más alto que el de su dormitorio. Las paredes, entre las que había una separación de un metro y medio, no sólo estaban sucias, como había creído distinguir desde fuera. Al tocarlas, Adam comprobó que se hallaban cubiertas por una densa capa de polvo. En realidad, los muros eran de dura piedra negra, cuyo tacto resultaba muy suave, según Adam pudo comprobar al pasar los dedos por ella.

Cindy estudió el trozo de pared que había junto a Adam.

—Es como la roca volcánica de Hawai—. Dijo iluminando el lugar con la otra linterna.

—¿Has estado en Hawai? —preguntó Sally con un bufido—. Debe de ser bonito.

—Íbamos todos los años antes de que mi padre muriese-dijo Cindy sin darle mayor importancia.

—¿Sabéis si hay algún géiser en los alrededores de Fantasville? —preguntó Adam a Sally.

—Aparte de ti-añadió Cindy.

—La fuente que hay delante del ayuntamiento arroja enormes chorros de agua a veces-contestó Sally, lanzando a Cindy una mirada envenenada. —Nadie sabe la razón.

Adam hizo un gesto con la linterna hacia un túnel que se internaba en la cueva. El pasadizo se extendía sin lugar a dudas en dirección a la ciudad.

—Chicas, ¿no os parece que huele raro? ¿Cómo si algo se estuviese quemando? —preguntó—. Allí abajo debe de haber lava incandescente.

—Ésa es una buena razón para dar media vuelta ahora mismo-musitó Sally.

—No sé-dijo Cindy—. Tal vez el calor y el olor provengan de un manantial de aguas termales. Sigamos bajando.

—¿Por qué te apetece tanto encontrarte con un tío mitad mono, mitad hombre? —preguntó Sally.

Cindy se encogió de hombros.

—Si realmente hubiera criaturas así en esta cueva, sería el descubrimiento de mi vida.

—Si realmente hubiera criaturas así en esta cueva-apostilló Sally—, tu vida sería muy corta.

Los tres amigos continuaron el descenso hacia el interior de la cueva por el obscuro túnel. El suelo formaba una pendiente cada vez más pronunciada y tenían que agacharse y tener mucho cuidado para no resbalar. Muy pronto se encontraron, casi avanzando sobre sus traseros, al tiempo que sus pantalones se iban ensuciando. Adam pensó que si la pendiente se volvía cada vez más abrupta, necesitarían una cuerda para regresar. Estaba a punto de sugerir que dieran media vuelta cuando oyeron un sonido apagado que llegaba desde lo más profundo de la gruta. El sonido reverberó durante varios segundos, como si se tratara de una nana procedente de otro mundo, reiterativa e hipnótica. No parecía el sonido producido por un monstruo, pero tampoco por un ser humano. Los tres se quedaron inmóviles.

—¿Qué ha sido eso? —susurró Cindy.

—No creo que fuese Bill-dijo Sally.

—Shhh-Adam alzó la mano para imponer silencio. El sonido no volvió a repetirse, pero les había dado un vuelco el corazón. Adam se enjugó las gotas de sudor que perlaban su frente. Tuvo que hacer un esfuerzo para que la voz no le temblara. —Me atrevería a asegurar que hay un ser vivo ahí abajo.

—Vaya una novedad-resopló Sally. Adam miró a Cindy, quién parecía estar sopesando los riesgos que implicaba hacer importantes descubrimientos científicos.

—Quizá deberíamos visitar la cueva en otro momento-sugirió Adam. —Cuando dispongamos de más tiempo.

—O cuando tengamos intención de suicidarnos-añadió Sally.

Cindy dudó.

—¿Estáis seguros de haber oído algo? ¿Y si solo lo imaginamos?

—En este pueblo no necesitas la imaginación-afirmó Sally—. La realidad ya es por sí misma una pesadilla. Yo voto porque nos larguemos de aquí antes de que nos coman vivos.

—Estoy convencido de que allí abajo ahí algo-le dijo Adam a Cindy. Y añadió: —Y me parece que no está de muy buen humor.

Cindy se lo pensó un poco y luego se encogió de hombros.

—Siempre podemos volver en otro momento.

—Así se habla, viva la valentía-se burló Sally.

Los tres se giraron y comenzaron a ascender con dificultad por el suelo resbaladizo del túnel. Empujándose unos a otros, consiguieron llevar a un recodo donde el suelo era relativamente llano. Para entonces ya sudaban copiosamente y estaban ansiosos por llegar al exterior de la cueva y llenar los pulmones de aire fresco.

Adam podía distinguir claramente la entrada de la cueva a unos diez metros delante de ellos. Incluso podía ver a Watch sentado delante de la grieta… sin duda contemplando la puesta de sol. Estaba punto de llamar a Watch cuando Sally y Cindy se pusieron a discutir por enésima vez.

—Nunca dije que sonaba como si hubiese una criatura horrible al final del túnel-dijo Cindy. —Yo hubiera continuado.

—Lo dice ahora que sale huyendo-dijo Sally.

—Escucha-dijo Cindy. —Si alguien está huyendo ésa eres tú. En primer lugar casi tuvimos que arrastrarte para que entraras en la cueva.

Sally se detuvo y se volvió hacia Cindy.

—Reconozco que no me venía de gusto meterme aquí. Tendrías que ser un cavernícola con un coeficiente intelectual bajísimo para que te gustara estar en esta cueva. Pero tú, señorita arqueóloga famosa, ya me estás hartando. Estás más asustada que todos nosotros. Vamos, que eres una hipócrita, y no soporto a los hipócritas. Me recuerdas a mí misma antes de que consiguiera superar mis complejos.-Y añadió: —No entiendo qué es lo que Adam ve en ti.

—Venga ya-protestó Adam.

Cindy se puso furiosa.

—¿Qué yo te estoy hartando? Sabes, es como si una serpiente de cascabel le dijera a un conejo que la está hartando, justo cuando la serpiente de cascabel está a punto de morderle.

—Yo no tengo un cascabel-dijo Sally.

—Pero tienes una lengua venenosa-dijo Cindy. —Ojalá te quedaras muda. Ojalá cerraras esa bocaza tuya de una vez por todas y te olvidaras de que sabes hablar durante veinticuatro horas. Entonces quizás podríamos…

—¡Basta! —gritó Adam de pronto. Luego miró hacia la salida de la cueva. La luz que llegaba desde el exterior había parpadeado levemente.

—¡Qué ocurre? —preguntó Sally.

Adam señaló hacia la abertura de la cueva.

—¿Alguna ha visto si algo se ha movido en la entrada?

—No-dijo Cindy.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sally.

Adam frunció el ceño.

—La abertura parece más estrecha.

—Eso es ridículo-dijo Sally. Pero luego se quedó petrificada—. ¡Es más estrecha!

Cindy dio un brinco.

—¡Se está cerrando! ¡Salgamos de aquí!

Cindy tenía razón: la entrada se cerraba lentamente. Probablemente la piedra negra y lisa se estaba fundiendo. Las paredes parecían unirse mientras los tres amigos corrían desesperados hacia la salida donde se encontraba Watch, quien también se había dado cuenta del cambio operado en el tamaño de la entrada. Sin embargo, no era lo bastante estúpido —o lo bastante valiente— como para saltar al interior de la cueva y rescatar a sus tres amigos. Les hizo señas para que se diesen prisa y salieran de la cueva lo antes posible. Lamentablemente, cuando alcanzaron la entrada, los bordes se habían acercado de manera considerable y el espacio ya era demasiado reducido para atravesarlo. Adam, Cindy y Sally se miraron impotentes. Los tres estaban pensando lo mismo. Si intentaban atravesar la grieta y los bordes se cerraban por completo, corrían peligro de morir triturados.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Cindy ansiosa.

—Hay que salir de aquí-resolvió Sally—. Ve tú primero, Cindy. Eres la más delgada de los tres.

—Tú eres tan delgada como yo-replicó Cindy.

—Pero tengo los huesos más grandes-insistió Sally.

—¡Basta de tonterías! —dijo Adam, arrodillándose ante el orificio que continuaba cerrándose. Intento separar ambos bordes con las manos. En contra de lo que pensaba, la piedra, la piedra no se había fundido. La roca seguía siendo tan dura como una, bueno, como una roca. Sin embargo, no se estaba comportando como una roca normal. Le recordaba al árbol que había tratado de engullirlo al día de su llegada a Fantasville. La roca parecía estar viva. Adam retiró las manos por temor a que se las aplastara. Llamó a Watch, que los miraba a través del pequeño orificio.

—¡Ve a buscar un palo! —gritó Adam—. ¡Tal vez podamos apuntalar la entrada y evitar que se cierre!

—De acuerdo-dijo Watch, y desapareció.

Regresó unos segundos más tarde. Para entonces, la obertura solo tenía unos treinta centímetros.

Watch trajo un palo grueso y corto, y un par de piedras grandes. Intentó usar el palo a modo de palanca, pero los bordes de la grieta lo rompieron como si se tratara de una débil rama. Las chicas gritaron.

—¡Pon las piedras! —grito Adam presa del pánico—. ¡No podemos quedarnos aquí dentro!

—¡No sé qué está pasando! —exclamó Watch, tratando de encajar las piedras en la abertura que cada vez era más pequeña—. Bill nunca me comentó que la entrada de la cueva pudiera cerrarse.

—¡Bill está muerto! —gritó Sally—. ¡Trata de impedir que se cierre por completo!

Watch se las ingenió para encajar una de las piedras, pero no parecía que consiguiera evitar que la entrada se cerrara. La piedra se mantuvo en equilibrio durante unos segundos entre los bordes de la abertura. Luego apareció una grieta en el centro de la piedra y, un instante después, se convirtió en polvo. Adam tuvo que frotarse los ojos para quitarse algunos restos de grava. Apenas podía ver a Watch mientras éste le gritaba desde el exterior de la cueva:

—¡No sé cómo impedir que se cierre!

—¿Sabes por qué comenzó a cerrarse? —pregunto Adam.

—¡No!

Ahora Watch era apenas visible.

—¡Ve a buscar ayuda! —gritó Adam antes de que su amigo desapareciera.

—¿Adónde?

—Ve…-comenzó a decir Adam. Pero ya era demasiado tarde.

Estaba hablando con una pared negra y lisa.

La entrada de la cueva se había sellado por completo.

Los tres habían quedado atrapados en el interior. En la oscuridad.