Él me quería dar las gracias por haber descubierto a los dos culpables de los ataques. Yo quería darle las gracias por haberme salvado de las balas de verdad. Era una situación un poco molesta. Creo que los dos nos sentíamos culpables por no haber intentado antes hacernos amigos. Dylan vaciló, pero al final se animó a decir lo que había rumiado las últimas horas.
—Pensar que todo esto ocurrió por una estupidez. Mi papá y sus amigos creyeron toda la vida que conseguir la fórmula de la Coca-Cola les iba a dar dinero y poder. Cuando después de treinta años de pruebas lograron descubrir el secreto, nunca se animaron a comercializarla por temor a una represalia. Y mirá: uno terminó muerto, al otro casi lo matan y nosotros zafamos por poco.
—Mientras no hayan descubierto que el componente secreto de la Coca-Cola es jarabe para la tos, como le ocurrió a Homero Simpson…
—Ah, sí, la bebida que le robó Moe. No, no es jarabe para la tos. ¿Sentiste hablar del componente 7X?
—¿Azúcar, flores y muchos colores?
—No, ésa es la sustancia X.
—No, entonces no sé qué es.
—Durante años, los intentos por descubrir la fórmula de la Coca chocaron con ese ingrediente secreto. Se supone que sólo dos personas de la empresa Coca-Cola saben el verdadero componente. Todos creían que era un polvo, una esencia, una especia, algo así.
—Y no era así.
—No. ¿Cuándo una Coca deja de ser rica?
—Hmmm… Cuando se le va el gas.
—Exacto. Nadie pensó que no era el 7X el mayor secreto. Había otro: la forma de carbohidratar la bebida. El secreto está en las burbujas.
—¡Qué increíble!
—Yo ya estoy cansado de esta historia de la fórmula secreta. Mi padre también. Lo mejor es que la conozcan aquellas personas que merecen nuestro respeto o nuestro agradecimiento.
Buscó en su campera y sacó un sobre. Me lo dio.
—Te traje la fórmula de la Coca-Cola. Podés pasársela a quien vos quieras. Cuantos más la conozcan, menos tipos como Bob y Harry se van a meter en nuestras vidas.
Tomé el sobre casi temblando. La fórmula de la Coca-Cola era también mía.
Nos dimos un abrazo que me hizo doler la herida de la espalda. Después Dylan se retiró y ya no lo volví a ver. Cuando me quedé solo, abrí el sobre y leí: