Vincenzo se quedó en el vestuario. Insultaba en italiano y buscaba algo. No le preguntamos qué. Pablo, Ezequiel y yo fuimos hacia el único lugar que quedaba por recorrer: el comedor. No sabíamos si habían ido algunos chicos para allá, tal vez escapándose de la policía que seguía llevándose detenidos bajo el ruido de las sirenas y los disparos.
Entramos en el comedor por la parte de atrás, por donde ingresaban los que trabajaban en la cocina. En realidad, había tres entradas a compartimentos que daban al salón general. Ezequiel fue a uno, Pablo al otro y yo al último.
En la habitación que me había tocado en suerte había un silencio absoluto. Incluso los ruidos exteriores apenas llegaban. Sentí mi respiración, el cansancio por todo lo corrido, el cuerpo rendido al miedo, el cerebro que ya no pensaba. Un esfuerzo más, debía hacer un esfuerzo más.
Fue un segundo apenas, tiempo suficiente para tener delante de mis ojos a Harry el Sucio y a Bob Patiño.
—Acá estabas, rata —Bob avanzaba apuntando y Harry sonriendo.
Una voz detrás de mí que provenía del patio gritó en español:
—Ariel, cabrón, ríndete y tendrás un juicio justo.
Era la voz de Eric Malo. Por el rabillo del ojo vi a un montón de policías apuntándome desde afuera de la habitación. Tenía que elegir quién quería que me matara. ¡Qué bueno cuando la vida te da opciones!
—Chau, esclavo —dijo Harry levantando el arma y me apuntó.
En el momento de gatillar, de atrás de ellos, como dos figuras fantasmales, aparecieron Dylan y Markus. Llevaban palos de béisbol. Dylan golpeó la cabeza de Harry y Markus la cabeza de Bob. Dos golpes perfectamente sincronizados que sonaron juntos como el carillón de Washington Park. Un sonido acuoso como al reventar una bombita de agua en la espalda de alguien. Bob y Harry cayeron al piso. Había sangre en la cabeza de los dos.
Por detrás de Dylan y Markus, se asomaron Vincenzo, Pablo y Ezequiel.
—«Ríndete y tendrás un juicio justo», ¿eso no lo decía Tiro Loco McGraw? —preguntó Ezequiel. Dylan se encogió de hombros. Recordé a los policías que seguían apuntándome. Avancé hacia los chicos y no había dado dos pasos cuando se oyó el ruido de disparos. Primero sentí una serie de picazones, como si alguien me pellizcara en distintas partes del cuerpo. Después, un ardor muy doloroso y, finalmente, vi que me salía sangre de la cabeza, de la cintura y de la pierna derecha. Mucha sangre. Me iba a poner a llorar, pero me mareé y caí. Los chicos vinieron hacia mí.
—Me duele mucho —la voz me salía pastosa.
Vincenzo me dijo algo, las palabras se oían lejanas. Quería llorar, pero simplemente me quedé dormido.