¿Dónde está la policía cuando se la necesita? Busqué con la mirada hacia los cuatro costados: ni noticias de los detectives Briscoe y Malo. Vincenzo me pidió que le tradujera lo que había dicho Cuautie.
—Hay que avisarles a los chicos —agregué.
—Hay que detener a esos dos maledetti.
Sin pensarlo un segundo, corrimos hacia el club de historia que estaba en el edificio de la biblioteca. Ahí ya no quedaba nadie, porque el público había ido hacia la entrada o, los que estaban con auto, hacia el estacionamiento. Ezequiel y el resto de los chicos debían de estar en el vestuario, las chicas en la entrada principal o enfrente, en el comedor.
Entramos en la biblioteca más sigilosos que nunca. A mí me parecía que el agua que caía de nuestros cuerpos hacía más ruido que la lluvia ahí afuera.
El club de historia quedaba en el primer piso. Evitamos el ascensor y de las tres escaleras elegimos la que se encontraba más lejos para evitar cruzarnos de manera inesperada con Harry y Bob.
No había nadie en el pasillo. Aceleramos nuestros pasos en puntas de pie y nos detuvimos a un par de metros de la puerta del club. Estaba cerrada, pero se oían las voces de Harry y Bob. El ruido de la lluvia que repiqueteaba en el techo no nos permitía percibir lo que decían. Nos quedamos unos cinco minutos tratando de entender lo que estaba pasando ahí adentro. Se sentían ruidos metálicos como si estuvieran gatillando sin balas o liberando el seguro de un arma. Estarían probando el armamento.
—Entremos —me susurró Vincenzo y amagó con avanzar hacia la puerta. Lo tomé con fuerza del hombro. Si estos dos tipos habían matado a un profesor, no iban a dudar en dispararnos. Lo mejor era retroceder e ir a dar el alerta a los demás.
Las voces se sintieron más próximas a la puerta. Nosotros habíamos comenzado a alejarnos. Si abrían la puerta y salían, no íbamos a tener tiempo de escondernos. Podíamos confiar en que no abrieran y seguir retrocediendo silenciosamente o salir corriendo haciendo ruido.
—Corramos —le dije en el mismísimo momento en que uno de ellos giraba el picaporte. Creo que no esperaban encontrarse con nadie, porque no atinaron a nada. Un segundo más tarde, llegábamos a la escalera y de refilón los vi: vestidos de verde militar y con una parafernalia de armamentos que les daban el aspecto de dos Rambos flacos.
Con tantas cosas encima, no podían atraparnos aunque corrieran, pero sí nos podían disparar. Llegamos a la salida de la biblioteca con el terror de que nos alcanzaran con un tiro. Afuera, un helicóptero sobrevolaba la escuela. Desde la puerta se oían gritos y hasta algunos disparos. Por un momento pensé que todo ese revuelo era por Bob y Harry, pero no podía ser, porque los teníamos en nuestras espaldas y los gritos venían de adelante.
Corrimos hacia la salida posterior, que era la más cercana. En la puerta había algunos chicos y afuera un cordón policial que avanzaba hacia nosotros.
—¿Dónde estaban? —gritó Alexandros.
—La policía nos intimó a que dejáramos la escuela —Sylvia y Lorrie parecían muy nerviosas.
—Fueron los policías que estaban viendo el partido —agregó Ji-Sung—. Ellos pidieron refuerzos.
—Muchachos —dije—, Bob y Harry están armados y vienen hacia acá.
Estaba equivocado: no iban hacia ahí. Miré el campus y los vi pasar hacia el edificio principal. Alexandros, Ji-Sung, Vincenzo y yo salimos corriendo detrás de ellos.