I

El árbitro —que era el profesor de educación física que enseñaba lacrosse— puso la pelotita en tierra. Ezequiel y Dylan apoyaron sus sticks en el suelo, a los costados de la pelota. Comenzó el primer cuarto.

Los primeros minutos fueron de mucha imprecisión: dos equipos no muy seguros de sus habilidades que intentan manejar sobriamente la pelota, sin grandes jugadas. Para colmo, la lluvia desalentaba cualquier actitud arriesgada. Los Jaguars estaban parados igual que nosotros: el típico 2-2-2 que se transformaba en 3-2-1 cuando los atacábamos. El arquero era Markus, que tapaba casi todo el arco con su cuerpazo. En el fondo, bien abiertos, los australianos Mark y Mike; por el medio, Wes y Ruppert; y arriba, Cuautie, y Dylan. De contraataque, Wes se la tiró larga a Cuautie, que se la pasó a Dylan, que quedó solito frente a Alexandros. Uno a cero.

Terminamos el primer cuarto sin posibilidades de empatar.

—¿Vieron quiénes están en la tribuna? —Alexandros los había visto.

Entramos a jugar el segundo cuarto más imprecisos todavía. Notaba que cada tanto alguno de nosotros miraba para el lado de Harry el Sucio y Bob Patiño. Los Jaguars se pusieron dos a cero, pero en dos jugadas afortunadas Ji-Sung empató el partido. En otra pequeña racha triunfadora, Ji-Sung consiguió el tercero y Ezequiel, el cuarto. Faltando diez segundos, otro contraataque fulminante de Cuautie puso el tercero para los Jaguars. Terminamos la primera mitad del partido ganando cuatro a tres.

Fuimos al vestuario, estábamos empapados por la lluvia que no paraba y por la transpiración. Nos secamos y nos cambiamos las remeras. Ji-Sung me pidió que bajara más a ayudar a la defensa.

—Permiso, ¿se puede?

Por supuesto que nadie podía entrar al vestuario. Y mucho menos chicas. Ahí estaban Edwidge, Almudena y Taslima.

—Ya tenemos un par de carteles bien grandes e hicimos doscientas copias del volante pidiendo la reincorporación de Lou.

—Van a sobrar ciento ochenta.

—No importa. Los seguimos repartiendo mañana a la mañana. Recuerden que tenemos que pasar toda la noche juntos.

—Chicas, no nos desconcentren. ¿Se pueden retirar?

El aguafiestas no era otro que Ezequiel. Sólo había una cosa que se tomaba más en serio que tratar de levantarse a una chica y era jugar un partido. De fútbol, de lacrosse o de quidditch.

Salimos al tercer cuarto con toda la voluntad de terminar rápido. Eso nos jugó en contra, porque enseguida nos empataron. En una jugada yo terminé cerca de donde estaban las chicas. A la única que vi fue a Lou. Estaba tan linda bajo la lluvia.

—¡Ajustá la marca! —me gritó Pablo desde atrás e hizo un bodycheck a Cuautie que casi lo tira a la pista de atletismo. Los Jaguars hicieron dos tantos más, los dos el propio Cuautie: el muy turro parecía inspirado. Enseguida empatamos con un gol de Ji-Sung y otro de Viggo. La pelota iba hacia Dylan, que estaba detrás de mí. Corrí con toda la intención de tirarle encima el cuerpo y desestabilizarlo. Lo que en fútbol sería obstrucción y en básquet falta, aquí era un bodycheck absolutamente legal. Lo que no noté es que en sentido contrario venía Pablo y terminamos chocando los tres con tan mala suerte que Dylan se recuperó y le pasó la pelota a Wes. Siete a seis.

—Sos un idiota, marcá como es debido —me gritó Pablo. Yo no me aguanté y le metí un empujón. La siguiente era una trompada, pero nos vio el árbitro. El profesor estaba desconcertado porque la pelea no era entre dos integrantes de equipos contrarios. Falta no podía cobrar, sí podía expulsarnos a los dos. Por suerte, en lacrosse se permite la expulsión temporaria. Los dos salimos tres minutos afuera ante la mirada de odio de nuestros propios compañeros.

—Sos un forro —me dijo Pablo.

—Y vos, un genio de la pelotudez.

Por suerte, Mijail y Mario se pusieron entre los dos para que no siguiéramos repartiéndonos insultos y golpes.

Los Monkeys se la bancaron bastante bien a pesar de contar con dos hombres menos. Apenas nos hicieron un gol. La lluvia cada vez más fuerte volvía muy dificultoso el partido. Entramos de nuevo y al toque Ezequiel hizo un tanto. Yo había descansado bastante, así que tomé la pelota en mitad de la cancha, se la pasé a Ji-Sung y fui a buscar la devolución en el corazón del área contraria. Ji-Sung me la devolvió e hice el gol. Gol, no; golazo y empate. Ocho a ocho.

—Acá se termina.

El árbitro marcaba la suspensión del partido a pesar de que faltaba un minuto para finalizar el tercer cuarto.

—Así ya no se puede jugar. Lo terminamos el domingo que viene —dijo y salió corriendo al vestuario. Era cierto, casi no se veía y la poca gente que había también salió a refugiarse bajo los aleros del cuerpo principal de la escuela.

—¡Al vestuario! —fue el grito de Ji-Sung.

Se acercaron Almudena y Cornelia.

—¿Ahora?

—Primero nos cambiamos —dijo Alexandros.

—Las chicas fueron a buscar los carteles, uno para cada entrada —explicó Cornelia.

Salimos corriendo hacia el vestuario y un sexto sentido, si es que existe, hizo que me diera vuelta. Creo que buscaba a Harry el Sucio y a Bob Patiño, pero ellos ya habían desaparecido, igual que los policías y el poco público que quedaba. El que se había quedado rezagado, durito y solo como un cactus de Arizona en medio de una lluvia tropical, así de raro, era Cuautie. Si algo hizo que yo mirase para atrás, lo mismo le pasó a Vincenzo, que se dio vuelta buscándome. Yo fui hacia Cuautie y Vincenzo detrás de mí.

—¿Qué hacés acá? —le dije a Cuautie. Temblaba, tal vez lloraba, aunque era imposible saberlo con esa lluvia. Cuautie dijo algo que no entendí y me repitió en español, bah, en mexicano:

—Los hijos de la chingada piensan matarlos a todos.

—¿Harry y Bob?

—Los dos.

—Si no tienen armas. La policía no les encontró ninguna.

—Es que las esconden en el club de historia de Springfield. Ahora mismito fueron a buscarlas. Tienen un arsenal.