IV

Llegué a la casa de los Flanders a eso de las nueve de la noche. Estaba cansado y feliz. Lo único que quería era acostarme y dormir hasta la hora del partido de lacrosse. Los que me estaban esperando —apoyados en su propio auto— eran los detectives Briscoe y Malo. Ni siquiera se movieron. Me hicieron un gesto para que me acercara.

—Qué raro. Vos por un lado, tus amigos por otro —Briscoe tenía un cigarrillo apagado en la mano. Se notaba que quería dejar de fumar.

—No somos siameses.

—Necesitamos el video.

—¿Perdieron la copia que les di?

—Queremos el video completo y saber quién es la que chatea. ¿Se dice chatea, Eric? Bueno, la que chatea con Harry.

—Con lo que tienen es suficiente para meter preso a Harry y a toda su banda. Es más: hay varios que están libres todavía.

—Mira, chico, ya me tienes hasta los cojones con tus impertinencias. El video que tú nos has dejado no sirve ni para que le pongan una infracción de tránsito al tipo ése.

—El video tal vez no alcance, pero si van a la casa, averiguan qué estaba haciendo a la hora de cada crimen, miran con luz violeta el vestuario de Harry y sus secuaces…

—Sabemos qué hacer. Por eso estamos acá. En los hogares de los dos chicos que ustedes denunciaron no había ni una navaja suiza. Están más limpios que ustedes. Necesitamos el nombre de la chica y el video completo.

—Lo siento, lo que les llevé es lo único que tengo.

—O. K., seguí metiéndote en problemas. Vamos, Eric. No creo que podamos retener mucho tiempo más a Harry y al otro. Y ellos saben que fueron ustedes los que los denunciaron.