III

Yo no tenía pensado decirle a Pablo que me iba a encontrar con Lou, pero tampoco iba a inventarle otra cosa. Como si pudiera mentirles, a él o a Ezequiel. No necesitábamos hablar para saber qué estaba pensando el otro. Ellos iban a ir al cine con los otros chicos y con las chicas. La ausencia de Lou y la mía iba a ser notada por todos.

Caminé por la Avenida Clear Lake hasta el Boulevard MacArthur. Tomaba por una calle o por otra sin mirar los carteles, con una seguridad que había ganado de a poco y que ahora formaba parte de mí. Springfield ya era también mi ciudad. Conocía sus negocios, sus bares, su gente, sus pistas de skate, sus plazas, sus policías. Podía andar sin perderme e incluso podía ayudar a alguien venido de otra ciudad norteamericana. Las ciudades que uno conoce de verdad van armando un mapa en nuestro cuerpo. En el mío, estaban Lanús, las calles del centro de la Capital Federal, Mar de Ajó y Springfield. Pero sólo en Lanús y Springfield me había enamorado y había sentido también la necesidad de tener a mis amigos muy cerca. En el mapa de mi cuerpo, Lanús limitaba con Springfield.

Llegué seis menos diez a la entrada del jardín botánico. Ya habían cerrado, por lo que no íbamos a poder andar por adentro sino por el parque que lo rodeaba. Yo conocía el jardín porque habíamos ido con los Flanders. Jo era una enamorada de las rosas y nos había explicado cada una de las variedades que había ahí.

Lou llegó seis menos cinco. Me sonreía con la timidez de una primera cita, como si todas las veces que nos habíamos visto y todo lo que ya habíamos compartido quedara borrado ante la perspectiva de una cita amorosa. Me besó en la mejilla.

—¿Caminamos por el parque? ¿Vamos hasta el carillón?

Lou quería ver ese monumento raro lleno de campanas que hacían sonar de noche como si fuera una orquesta sinfónica.

—Desde ayer a la mañana que no hago otra cosa que extrañarte.

No había pensado decirle eso, pero fue lo primero que me vino a la mente cuando la vi. Que la extrañaba.

Había mucha gente en el parque. El sol comenzaba a caer y parecía que todo el mundo había salido a disfrutar del atardecer.

—Yo también te extrañé. Tenía muchas ganas de verte, de estar con vos.

Me quedé mirándola sin poder agregar nada más. Tenía que decir algo o me iba a convertir en una estatua.

—¿Querés un pancho?

Compré dos panchos y dos Cocas en un puesto callejero. Llegamos al carillón y nos sentamos debajo de un árbol cercano. Por suerte, esa tarde no había concierto de campanas.

—Pablo y Ezequiel son mis mejores amigos.

—Ya lo sé. Pablo siempre habla de ustedes dos.

—Mis amigos y yo pensamos que nunca hay que mirar a la novia de un amigo.

—Cuando los conocí a ustedes me gustaron los dos. Me dije: «si alguno de los dos me invita a salir, le voy a decir que sí a ése y me voy a terminar de enamorar del que me invita». Pero cuando me invitó Pablo, sentí que no te quería perder a vos. Y creo que si vos me hubieras dicho de salir primero, me habría angustiado la idea de perder a Pablo. Los dos me gustan, los dos son geniales.

—Me parece que estás exagerando, bah, con lo de Pablo estás exagerando.

—¿Sabés lo que me gustaría? Ser Ezequiel para estar todo el tiempo con ustedes dos.

—Si vos fueras Ezequiel, no nos gustarías ni a mí ni a Pablo. A eso ponele la firma.

—Ariel, ¿son conscientes Pablo y vos de que les quedan diez días o menos y se vuelven a Buenos Aires y que muy probablemente no nos vamos a volver a ver?

—Nos vamos a escribir, vamos a chatear. El NetMeeting lo tenés instalado.

—Te hablo en serio. En una semana y pico yo voy a formar parte de la historia de ustedes y ustedes dos de la mía. No me quejo. Pero si los dos me gustan, ¿por qué tengo que resignar a uno cuando nos queda tan poco tiempo para estar juntos?

—Visto así…

—Lo estuve pensando mejor. Suponete que nos quedaran unos sesenta o setenta años para estar juntos, en el mejor de los casos, pero después de setenta años se iba a terminar. Entonces, ¿para qué resignarse a estar con una sola persona cuando se quiere a dos? Creo que si Pablo y vos vivieran en Springfield, también querría estar con los dos.

—Hasta que uno de los dos mate al otro y ahí sí te quedás con uno.

—Claro, eso es lo que haría la gente común. Pero vos y Pablo no son comunes.

—Somos especiales.

—Ultra especiales.

—Superultra especiales.

—Archisuperultra.

Y nos besamos. Adentro de mí sentí las sesenta y siete campanas del carillón sonando a la vez.