IV

A las tres había práctica de lacrosse. También teníamos que llevar ese CD a la policía. Alexandros se ofreció a acompañarnos.

—Los cuatro no podemos ir. Lo mejor es que vaya yo con alguien más.

—Yo te acompaño, que Alexandros y Ezequiel vayan a entrenar.

Sin decirnos otra cosa que no fueran frases circunstanciales, Pablo y yo fuimos a la comisaría de Springfield. Un edificio lindo, limpio y amable como una bruja disfrazada de abuelita buena. Entramos y pregunté por los detectives Briscoe y Malo. Un policía le comentó a otro que Malo estaba reunido con los de Asuntos Internos. Querían saber por qué le había dado un auto y dinero a un policía argentino. Nosotros pusimos cara de nada. Tampoco era momento para averiguar si el cabo Polonio estaba herido o muerto. O si había vendido el auto y se había quedada con la plata.

Al minuto apareció Briscoe; nos miró sin sorpresa, pero también sin burla.

—Pasen.

Todas las comisarías norteamericanas se parecen. Bah, al menos las dos que conocí. La de Illinois era idéntica a la de Missouri. Entramos en un gran salón lleno de gente detrás de computadoras. A simple vista, uno podía confundir el lugar con la redacción de un diario. Briscoe se sentó detrás de uno de los escritorios y no nos invitó a sentarnos. A Malo no se lo veía por ningún lado.

—No creo que te hayas venido a entregar.

—Tengo un CD con la prueba de quién es el culpable de los crímenes. Está en un video chat. Es un estudiante de la escuela, se llama Harry Cuzzamanno.

El detective Briscoe puso el CD en su computadora y el Windows Media se abrió automáticamente. Alexandros había hecho un buen trabajo. No aparecía nada que pudiera involucrar a Lou. Briscoe vio todo el video y dijo:

—¿Por qué borraron a la otra persona?

—Porque está asustada.

—Miren, yo no sé nada de computadoras, pero no soy un idiota. Si eliminaron parte de la información, también es posible que hayan modificado lo que dice el tal Harry. Ustedes saben que este video lo van a ver peritos.

—Si usted quiere perder tiempo, no nos crea. Pero si busca a Harry y a alguno de sus socios, seguro que va a encontrar otras pruebas de los crímenes.

—¿Quiénes son los socios?

—No sé.

Al salir de la comisaría, le dije a Pablo:

—Una cosa es ser buchón de la cana para que un asesino vaya preso, y otra es que, encima, quieran que les entreguemos a todos los cómplices.

Pablo me dio la razón y caímos en un nuevo mutismo.