II

Nos habían tocado dos pares de asientos y uno individual, todos bien separados: a la derecha y adelante se acomodaron Lou y Edwidge; a la derecha y atrás, Pablo y Ezequiel. Yo iba sin compañía, cerca del medio y a la izquierda. Los asientos eran cómodos y se extendían como camas. El micro tomó por la ruta interestatal 40, la misma que iba en paralelo a la ruta 66. Sentí lo mismo que cuando volvés de vacaciones y descubrís que eso que hace muy poco estaba por ocurrir se convirtió en pasado. Miraba la ruta y recordaba el camino que habíamos hecho unas horas atrás.

El aire acondicionado atenta contra las posibilidades de vivir aventuras. Dentro de ese ómnibus no podía pasar nada extraordinario, salvo aburrirme. En el fondo, lamentaba no tener que seguir escapándonos por la ruta 66. El aburrimiento puede llevar a hacernos pensar las pavadas más grandes. Las horas pasaban con la típica lentitud de los viajes en micro. Además, sentía ganas de estar cerca de Lou, de compartir mi tiempo con ella, aunque las circunstancias no parecían las más apropiadas.

A la altura de Amarillo, se acercó Ezequiel y ocupó el asiento vacío a mi lado:

—Pablo me contó.

—¿Qué te contó?

—Lo tuyo con Lou.

—Lo mío.

—Yo los entiendo a los dos.

—Yo también.

—Es complicado.

—Yo no quiero estar peleado con Pablo. Y no habría avanzado a Lou, si no hubiera sabido que ella tenía onda conmigo.

—O sea que fue ella la que desencadenó todo.

—Para nada.

—Pero si vos avanzaste es porque ella te dio a entender que podía hacerlo.

—No es así.

—Bueh, estuve pensando y llegué a la conclusión siguiente: las novias van y vienen, los amigos quedan.

—Chocolate por la noticia.

—Yo entiendo que la indiecita es muy linda y atractiva, pero la escuela está llena de minas lindas. Fijate Edwidge: la negra está buenísima. No, mejor no te fijes porque me interesa a mí.

—¿Y Almudena?

—Y la gallega me gusta, pero es difícil. Hablamos distintos idiomas.

—Si es la única que habla español.

—Por eso, no le entiendo la mitad de lo que dice. En cambio, Edwidge… Bueh, volvamos. Fijate Taslima. Es bengalí educada en Suecia. Vos viste cómo son las musulmanas liberadas…

—La verdad, no lo sé.

—Mucha Mil y una noches, mucha danza de los siete velos. A eso, agregale el glamour sueco.

—¿Vos viniste a hacer marketing de las chicas?

—Yo lo que no quiero es tener que soportar a ustedes dos con cara de culo durante lo que resta del viaje.

—Mejor pensemos en el partido de lacrosse del domingo.

—¿Ves?, con una novia nunca podés hablar de ningún partido del domingo. Eso también tenelo en cuenta.